Crítica películas
PENNYWISE, JUEZ DEL RITO DE PASO EN EL PAÍS DE NUNCA JAMÁS.
Valga como anticipo que el que suscribe no puede ser del todo crítico con Stephen King. Me parece que es de los diez escritores estadounidenses más influyentes del siglo XX, y en su género, junto con Lovecraft, se encuentra empatado en el primer puesto. ¿Qué es lo que hace a Stephen King especial?, preguntarán aquellos que aún no se hayan internado en su obra, o hayan empezado por sus novelas menos afortunadas. En primer lugar ha ganado el Premio Nacional del Libro, Medal for Distinguished Contribution to American Literature. Ha sido nominado cincuenta veces para el Premio Locus, ganándolo en cinco ocasiones. Es seis veces ganador del British Fantasy Award. Ha sido diez veces ganador en distintas categorías del premio anual de la Horror Writters Association, entre muchos cientos de galardones más. Además del éxito de público y crítica especializada, (no de académicos ni personajes de sillones tapizados de rojo carmesí y copas de brandy, que esconden sus botellas con recelo cuando acuden a la llamada de sus camaradas de aquelarre). Hay escritores que inventan cosas o que lo intentan. King decanta la realidad al papel. King es un constructor de personajes, que utiliza para ello un soporte de monstruos y artificios, pero realmente lo que nos muestra, es el costumbrismo rural de las pequeñas sociedades estadounidenses y de cómo sus habitantes juegan en su tablero.
“La torre oscura”, (el libro, no la fallida y alocada película de Nicolas Arjel), es el principio y el final de todas las cosas, alfa y omega, incesante factor determinista de la vida y la muerte, la luz y la oscuridad…el caldo primigenio. Ahí se encuentra, alta, sombría, rodeada de un campo de rosas cantarinas y con un secreto tan grande como la obra misma. Tras un periplo de casi 4.807 páginas y 34 años de trabajo de su constante Pigmalión, el ka-tet del 19, (y del 99) llega a término de su «magnum opus«, la singladura de la «Space Opera” o mejor dicho «Cowboymedieval Opera», que cabalga entre “El bueno, el feo y el malo”, “J.R.R Tolkien”, y el mejor “Akira Kurosawa”. Es una obsesión que jalona casi toda su bibliografía. Muchas de sus obras son como los peces en el río, que beben y beben y vuelven a beber de La torre oscura, siendo recomendable antes de comenzar este camino del Haz, leer otras obras fundamentales del autor, ya que todo está interconectado. Pisamos polvo del camino, y como en todos los caminos hacia el «sancta sanctorum», se desarrollan todas y cada una de las verdades del carácter humano, en las preguntas de la filosofía tradicional y que metafóricamente no entienden los defensores más academistas. La vida, la muerte, el destino, la ética, la moral, la justicia, y en definitiva la búsqueda del lugar que tiene el ser humano en el mundo e “IT es el guardián de la Torre y de su mundo prodigioso. Si superas tus miedos podrás acceder al universo del Stephen King, del que no podrás volver, y con suerte cuando llegues a su cúspide flotarás, (todos lo hacemos).
Desde que el primer ser humano vio su reflejo en el río, el miedo habitó para siempre en nuestra especie. Un miedo insondable a lo que nos rodea, a la hostilidad del medio en el que nos desenvolvemos, pero sobre todo, al espejo de lo que representamos. Somos “William Wilson” de Edgar Allan Poe, somos las malvada madrastra de “Blancanieves” de los Hermanos Grimm, somos “Jekyll y Hyde” de Robert Louis Stevenson, somos “Dorian Gray” de Oscar Wilde. Todos nos miramos en el espejo, y no nos gusta lo que vemos. Todos ellos son nosotros, y nosotros es Eso. Reflejamos nuestros miedos en la mirada de los ojos que nos devuelve nuestro retrato, y nuestro semblante fulgurante vive con nosotros hasta la muerte.
El fenómeno de la “Coulrofobia o miedo a los payasos”, viene de lejos, y supongo que existirá una legión de psicólogos y psiquiatras prestos a enarbolar un fajo de gruesos manuales para explicarnos sus causas, fundamentos, y terapias de contención. Yo tengo mi propia teoría por si la quieren conocer. Parto de la sabiduría del niño pre-adolescente. En esta fase de la que muchos no se acordarán, teníamos un conocimiento ajeno al filtro de la razón formalista en que nos apasionábamos por ciertas actividades y denostábamos muchas otras. El niño es exigente y se emociona irracionalmente con lo que le rodea. El adulto está condicionado, el niño no. Y es entonces cuando aparece el payaso. Un personaje que fuerza la sonrisa del niño pero no se lo gana, le obliga. En este juego de máscaras tan forzado, dudamos de los verdaderos sentimientos del hombre maquillado. Mientras a Batman, a Spiderman, incluso a Superman, (con su sorprendente poder de la agnosia visual que hace que no le reconozcan con unos simples anteojos), les vemos como cambian su traje, se quitan sus máscaras y descansan de la dura jornada ajusticiando maleantes en su fortaleza de la soledad particular, ¿qué vemos del payaso? Siempre está aparentemente contento, vestido y maquillado. ¿Acaso no sufre, no descansa? Esto es sospechoso, y eso al niño no le gusta. No es capaz de distinguir si detrás de esa pintura facial se esconde algo verdaderamente peligroso, algo que lo quiere solo para él. Es el miedo a algo que aparenta perfección. Fíjense en el público cuando hay un payaso cerca, cuando muchos ríen, otros pocos, saben la verdad y lloran, (- Hijo, ¿no te gusta el payaso? – No papa, me da miedo, vámonos de aquí). Estos últimos son los más avispados y precavidos.
En Derry se aparece “el que no debe ser nombrado”, aunque en este caso sí tiene nariz y no un tajo en la cara por donde respirar. Una nariz roja como la sangre que busca. Ya averiguarán qué es “IT”, espero, en el capítulo dos. Cuando lo averigüen sabrán que la mejor arma para destrozar a las personas es el miedo. Lo vemos en los regímenes dictatoriales, en los abusones de instituto, en los sibilinos, pacientes y vigilantes pederastas y hasta en las clínicas de cirugía estética. “IT” tiene muchas formas, que tomará sin dudarlo hasta acorralar a sus presas, que individualmente serán tiernos bocados en una noche de tormenta. El depredador siempre ataca a la gacela coja, nunca a la manada entera. Aquí contamos con un magnífico grupo de gacelas. Los actores elegidos son soberbios y la dirección de los mismos exquisita. Andrés Muschietti, tras Mamá de 2013, ha hecho un trabajo redondo.
La adaptación de la magnífica novela del maestro de Maine está horneada de talento, paciencia y oficio tradicional, exceptuando los escasos momentos en que “lo digital” y el “truco sonoro del susto fácil” aparecen, aunque no distorsionan, en esta cruenta sesión de diapositivas en el garaje. Para adaptar una novela de casi mil páginas en dos películas, hay que ser un virtuoso de la narrativa, del tratamiento de los personajes, y del “fuera de cámara”. “IT” une a los impúberes, dándoles fuerzas para seguir adelante en el oscuro y futuro mundo de los adultos, donde no se intuye una meta satisfactoria. (-Hola pequeño, ¿qué quieres ser de mayor?, – Nada, no quiero ser nada, déjeme jugar en paz viejo carroza). Es la pulsión del adulto que urge acelerar el crecimiento de los niños. Estos no quieren abandonar la fase más maravillosa, aparentemente eterna y productiva de la vida. Hasta los 15 años te ocurre sin duda lo mejor que vas a vivir nunca, ¿o es qué ya lo has olvidado?, debe ser eso, (¡viejo carroza!).
“IT” es la vigesimoséptima esencia del miedo ancestral que nos acompaña hasta la pubertad, donde el “ritual sangriento de Carrie”, iniciará a nuestros héroes, (que somos nosotros mismos, allí estamos, lejos en el tiempo, pero somos nosotros), en la fase adolescente. Aunque en este caso no sangra solamente “Carrie”. Sangra todo el grupo, es el pacto de la sangría, la búsqueda y secreto del “sangrial”. La sangre debe manar, no debe taponarse ni evitarse. Conjurados y hermanados de sangre para siempre los perdedores, sellarán su fuerza contra la bestia que los acosa, que si bien toma forma de payaso, podría tomar cualquier otra. (“Ella, la araña” de Tolkien es claramente una variante de Pennywise. Reflexionen si quieren sobre sus paralelismos). “IT” es la cara de la tentación del adulto, el cancerbero del rito de paso, (recomiendo el genial libro de Arnold Van Gennep, publicado en 1909. Claro ejemplo es la celebración del Bar Mitzva de uno de los protagonistas). Nos muestra de lo que está formado el mundo de los adultos, un horizonte de sinsabores, frustraciones, y obligaciones, miradas lascivas, impotencias y sueños lastrados. A esta edad no existen chicos ni chicas, sino solamente amigos. Con la edad, la sociedad nos distanciará en encasillados roles sexuales. Con este panorama Pennywise “el bailarín”, nos invita a su lado, en su carrusel de luces y música, para quedar preservados eternamente en “El país de nunca jamás” de James Barry”. “IT” es una variable de un terrible Peter Pan que te secuestra con su canto de sirenas para mantenerte en un formol perenne, alejando por siempre la posibilidad de hacerte mayor. A cambio de ofrecerte este don, te pedirá tu sangre, (de la que literalmente se alimentará) y tu sumisión a su reglamento de miedo en los desagües más profundos de los Barrens y de tu mente. Para salir a la luz de la adolescencia, antes tendrás que pagar el precio, que con el tiempo verás que es una luz de gas que agoniza, que se apaga en ocasiones, y que no brilla tanto como creías. Por cierto, curioso que el bautismo de este grupo de chavales sea literalmente en aguas marrones y no en aguas cristalinas de la pila bautismal. También para nota el concepto de que Pennywise, cual niño, juegue con la comida antes de ingerirla.
El enfrentamiento individual pero con el apoyo férreo del grupo, lo podemos observar en la magnifica escena de la cantera. Aquí vemos como cada personaje tiene que superar un gran obstáculo. La desnudez del cuerpo y del alma no da apuro, ni vergüenza, ni reparo, pues es la normalidad. Los cuerpos no son examinados ni criticados por la voracidad del mundo adulto, (bueno un poco sí, pero sin lascivia ni sonrojo). Los ojos de los niños miran aún con limpieza a un mundo que les devuelve una mirada hostil.
“IT” es una película narrada siempre desde el punto de vista de los niños, por debajo del metro y medio de altura. Los adultos son en el mejor de los casos, extraños, distantes, o están atenazados por la desidia. Y en el peor de los casos, son proyectos de pederastas, falsos protectores de sus hijos, bibliotecarias subyugantes, fanfarrones prepotentes o bravucones abusones. Los niños crecen en un páramo de desafecto (En “Cuenta conmigo”, “E.T”, o en “Los Goonies”, también existe la distancia entre estos dos mundos, pero en el caso que nos ocupa ahora, esta es abismal). Para el espectador, las visiones de “los perdedores” son eso, únicamente visiones, pero hay que recordar que cuando uno es niño no es fácil diferenciar entre la fantasía y la realidad pues ambas caminan de la mano. (Podríamos comentar aquí una locura de paralelismo entre ET e IT, pero no acabaríamos. Para otro día. Pero cosas en común tienen unas cuantas).
Al término de la película, pude escuchar como unos veinteañeros, pese a una mediana crítica positiva, comentaban entre ellos que lo que no se puede hacer en una película de terror es introducir momentos de comedia, (¡rompe el hilo, te saca de contexto!, decían contrariados). Claramente no habían entendido nada. El mundo infantil no discierne entre terror y comedia. Cuando tenemos 12 años ambas cosas son lo mismo. De adultos apostamos por un mundo de falsa comedia para guarecernos del ataque de nuestros miedos más profundos. De niños estos mundos conviven en armonía, no es comedia, es realidad. Jovenes “youtubers millenials”, si leéis estas líneas, soy ese señor mayor de la fila de delante que escuchaba discretamente vuestras desacertadas opiniones. (¡Ah!, y recordad que algunos somos de una generación que vimos el estreno de “El imperio contraataca” en una sala enorme de cine de la Gran Vía madrileña. ¡Chúpate esa!). Nos encanta que la adaptación cinematográfica haya corrido desde los años 50 hasta los últimos años 80. Hemos visto lo que esto significa. El paisaje, la ropa, la cartelería, los coches, todo magnífico. Es un momento nostálgico del todo imperdible. La película pone las cartas encima de la mesa desde el inicio, cuando vemos un cuarto lleno de juguetes de la época y los posters de los “Gremlins”, de “BettleJuice” o de “Encuentros en la tercera fase”. Por cierto en el cine de Derry proyectan “Batman”, “Arma Letal II” y “Pesadilla en Elm Street 5”.
Debemos elegir entre flotar para siempre en el país de Nunca Jamás o encaminarnos a un mundo adulto donde la fantasía quedará cercenada para siempre. Yo ya he elegido. Llevo muchos años flotando y Pennywise será siempre mi amigo, al menos hasta dentro de 27 años.
GHOST IN THE SHELL ¿SUEÑA EL ALMA HUMANA CON OVEJAS ELÉCTRICAS?
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GHOST IN THE SHELL – ¿SUEÑA EL ALMA HUMANA CON OVEJAS ELÉCTRICAS?
RESUMEN:
Basada en la internacionalmente aclamada saga de ciencia ficción «Ghost in the Shell”. Narra la historia de «The Major», un híbrido cyborg-humano femenino único en su especie, que trabaja en operaciones especiales y dirige un grupo operativo de élite llamado Sección 9. Consagrada a detener a los extremistas y criminales más peligrosos, la Sección 9 se enfrenta a un enemigo cuyo objetivo principal consiste en anular los avances de Hanka Robotic en el campo de la ciber-tecnología.
CRÍTICA: (7,0)
Matrix Reloaded (Hermanos Wachowski 2003, a día de hoy herman@s), nos introduce la siguiente problemática acerca de la evolución, la dependencia, y la supremacía de la evolución del género humano.
(Consejero Hamman): Estas máquinas nos mantienen vivos, mientras otras máquinas quieren matarnos. Interesante, ¿no? El poder de dar la vida…y de quitarla.
(Neo): Tenemos el mismo poder.
(Consejero Hamman): Sí, supongo que sí, a veces aquí abajo pienso en toda esa gente que sigue enchufada a Matrix, y al ver estas máquinas, sin querer pienso que, en cierto modo, estamos enchufados a ellas.
(Neo): Nosotros las dominamos, ellas no nos dominan.
(Consejero Hamman): No, claro que no. No podrían. La idea en absurda, pero…le lleva a uno a cuestionarse; ¿en qué consiste el dominio?
(Neo): Si queremos, podemos apagar estas máquinas.
(Consejero Hamman): Jajaja, cierto, eso es, ¡sí señor! Eso es el dominio. Si queremos podemos hacerlas añicos. Aunque si lo hiciéramos habría que preveer que pasaría con la electricidad, la calefacción, la purificación del aire…
En Matrix nos cuestionábamos si la creación de las máquinas con inteligencia artificial podía ocasionar la esclavitud del género humano, dejando a los complejos sistemas robóticos como únicos testigos de la evolución humana. Precisamente una evolución sin humanos. Pero como indicaba Neo, siempre podemos apagarlas, el dominio de la evolución lo tiene el ser humano y su botón omnipresente de On/Off, aunque esto conlleve la carestía de las comodidades más esenciales, podríamos subsistir sin ellas. En el mismo año 2003 veíamos como la red Skinet en Terminator 3 (Jonathan Mostow) se sublevaba para evolucionar hacia un estrato donde el ser humano es prescindible mano de obra barata.
En la obra cumbre de Philip K. Dick ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?, llevada al cine con el nombre de Blade Runner (Ridley Scott – 1982), se exploraba muy a fondo la filosofía, autoconocimiento y ética de los replicantes en un entorno hostil. ¿Qué siente un ser sintético dotado de capacidades intelectuales avanzadas cuando conoce la función de su creación, la esclavitud de sus funciones y el yugo de su posición en la sociedad? Pues es muy probable que el resultado de la ecuación sea la rebelión contra su creador y contra aquellos que no son sus iguales, buscando en sus coetáneos el apoyo necesario para la revolución y consecuentemente operar una nueva sociedad a su imagen y semejanza, aspirando a matar a su dios, para reemplazarlo por ellos mismos. Es el ejemplo claro en Inteligencia artificial, (Steven Spielberg 2001). Es la rebelión en busca de un sitio en la creación, (El hombre bicentenario basada en una novela de Isaac Asimov, (Chris Columbus 2000) o el Frankenstein clásico con su fracaso identitario. ¿Qué quiere realmente un Hal 9000 que se cree más inteligente que todo lo que le rodea pero está consignado a los designios de unos seres infinitamente inferiores a su capacidad cognitiva en 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick – 1968). ¿Qué es el monolito, sino un impulso para seguir avanzando hacia un lugar que no nos pertenece aún y que en su evolución a golpe de fémur podamos llegar hasta los secretos últimos del conocimiento, y con ellos, al de nosotros mismos?
Tron (Steven Lisberger – 1982) acercaba el concepto de una vida plena en una red computerizada que se tornaba real para sus habitantes, manando sufrimiento para todos ellos que se encontraban sumidos en el caos de los caprichos de Dilliner “control central de programas”. En Ghost in the Shell nos encontramos al personaje de Kuze que invita deliberadamente a Major Motoko Kusanagi a entrar en su propio “Tron” para volar libres por las redes en busca de su alma, de otro cuerpo y de venganza. También en El cortador de césped (Brett Leonard – 1992) basada en un relato de Stephen King, nos mostraban la delgada línea que separa la realidad de la ficción en los primeros pasos de la realidad virtual. Si el cerebro asimila un suceso como real, es real. Ejemplo claro y todo un clásico de la injerencia mental es Desafío Total, (Paul Verhoeven – 1990).
En Metrópolis (Fritz Lang – 1927) ya contábamos con la heroína María, posiblemente la primera mujer robot, que trataba de conciliar a dos mundos totalmente diferentes, el de la élite de pensadores y el de la casta de operarios que trabajan para ellos en las cloacas y ghettos de la ciudad subterránea. (Guiño a Mad Max – Más allá de la cúpula del trueno, George Miller – 1985). ¿No usaban acaso los nazis a los judíos como mano de obra barata para su maquinaria de guerra, los faraones egipcios a los israelitas y a otras tribus esclavizadas del alto Nilo o los aztecas a los esclavos llamados tlacotin que recolectaban tras sus cruentas conquistas, humillándoles con los tradicionales collares de madera?. En Ghost in the Shell también podemos ver una ciudad desdoblada en dos mitades. La zona marcada por el ocio, el placer, la lujuria, y las altas esferas, y otra mucho más sucia alejada del bullicio del centro, de increíbles torres de edificios de hacinamiento sumo, charcas apestosas a sus pies y basura en cada esquina.
Parece que la conclusión es que el género humano no sabe convivir con un ser diferente (o que a sus ojos se vea diferente, aunque realmente no lo sea). Desde tiempos inmemoriales y tras generaciones de mezclas, los Neandertales perderían su identidad genética, siendo absorbida por la población del Homo Sapiens y solo así, viéndose iguales, pudieron aplacar sus ansias de dominación hacia la otra especie. Hoy en día ocurre lo mismo con las muestras de racismo, homofobia, etc. Por supuesto que si llegase una raza extraterrestre de manera pacífica a la tierra, sin saber cómo, al final nos los intentaríamos cargar…miedo a la diferencia, miedo al otro. Hasta la fecha todas las civilizaciones superiores en tecnología y armamento han acabado con los inferiores, (guiño a los avisos de actualidad que Stephen Hawking está difundiendo sobre los peligros de hacer contacto con razas extraterrestres). Excusas mil, pero la realidad pasa porque solamente en la igualdad identitaria se puede construir un futuro esperanzador, y tornar lo diferente por igual sería la vía de su consecución. Es justamente en la novela Soy leyenda del genial Richard Matheson, que difiere completamente de la versión cinematográfica protagonizada por Will Smith de 2007 e incluso de «El último hombre sobre la tierra” protagonizada por Charlton Heston en 1971, donde se pone de manifiesto que en situaciones de desigualdad gana la especie más fuerte. Y hablando de Charlton Heston, es ineludible hablar de El planeta de los simios (Franklin Schaffner – 1968) (no de la olvidable de título homónimo de Tim Burton – 2001). Aquí nos encontramos como la paradoja de la evolución ha ocasionado el efecto del cazador cazado, y quien se encuentra en minoría siempre tiene las de perder. Estos asuntos tienen muchos nombres, limpieza étnica es uno de ellos, eugenesia, otro.
Ghost in the Shell, da un paso más allá. ¿Y si el vínculo bio-robótico se ha estandarizado en una sociedad que evoluciona conectada a una red infinita multineuronal y la desconexión ya no fuera posible, so pena de perder la vida en ello?, o incluso expandiendo la vida más allá del propio cuerpo que quedaría desechado para verter toda nuestra existencia en una red digital mundial interconectada. Hoy en día entra dentro de nuestros parámetros rutinarios y éticos los implantes mamarios, la ortopedia de todo tipo, los implantes dentales, los audífonos, los marcapasos, el empleo de placas de titanio en distintas operaciones quirúrgicas, las operaciones refractarias, las técnicas de reproducción asistida, los balones intragástricos, etc. Llegados a este punto podríamos dar un paso más allá, ¿desecharías un hígado fabricado en una impresora 3D?, ¿y una operación para tener visión nocturna?, ¿y un ensanchamiento para ganar masa muscular?, no, tampoco, parece que entra dentro de lo que podemos llegar a tolerar. ¿Y si en esta escalada evolutiva llegamos a intercambiar nuestro formato físico humano por distintos modelos prefabricados como maniquíes de Zara con mil herramientas y mejoras físicas y así ya de paso nos actualizamos el software cerebral para adaptarlo a las nuevas necesidades?, ¿y por qué en definitiva no dejamos nuestro cuerpo atrás para vivir únicamente en la nube como un haz de datos? Total si ya no miramos ni por la ventana, ni olemos la lluvia, ni tocamos a nuestros seres queridos. Si nos movemos menos que los habitantes de la película de Pixar Wall-e, para vivir nuestra triste vida sobre pantallas que escupen a youtubers ofensivos, realities de pordioseros morales y publicidad dionisíaca y vomitiva.
Ghost in the Shell nos cuestiona la identidad que somos y la que está por venir. El coste y beneficios que detentan las decisiones gubernamentales y deontológicas de los diferentes sectores interesados serán los responsables del futuro que nos espera. Porque aunque creamos que como en Matrix podemos apagar el interruptor, acaso, ¿podríamos negar a nuestro hijo un implante cerebral para que aprenda un idioma en cinco segundos? ¿Y si el resto de la clase ya cuenta con él?, ¿dejaríamos voluntariamente de vivir 200 años por no hacernos la “ITV” anual de cambio y encerado de los órganos internos?, ¿no querríamos eliminar de nuestra mente los traumas infantiles, las diversas fobias o los peores episodios de nuestras vidas con un simple pinchazo en el cortex prefrontal?
En Robocop (Paul Verhoeven 1987) se trata de OCP (Omni Consumer Products), en Ghost in the Shell (Rupert Sanders – 2017) es Hanka Robotic, en (Yo robot – Alex Proyas 2004) es USR (United States Robotics), en El sexto día (Roger Spottiswoode – 2000) es Re-Pet Industries. Siempre nos encontraremos con una gran corporación comercial que abre las puertas del campo y con ello engrasa las bisagras de la caja de Pandora. Tiran la piedra y luego si hay daños colaterales esconden la mano, aunque la magnitud del daño ya sea del todo irreversible.
Todo se nos plantea en este digno filme del casi debutante, (Blancanieves y la leyenda del cazador 2012 es para llorar, sí, sí, llorar y no echar gota). La BSO pasa desapercibida, menos en algunos momentos brillantes para dar paso a los efectos sonoros más efectistas y reventadores, acribillando cristaleras. El diseño de producción pondrá en jaque la próxima llegada de Blade Runner 2049, ya que los maravillosos peces holográficos y las geishas-araña serán muy difíciles de superar… (Aquí la sombra de Blade Runner es muy alargada, que no deja de ser la raíz de todo este asunto).
Se podría echar de menos la empatía y la fuerza interpretativa de Alicia Vikander en ExMachina (Alex Garland – 2015), la eterna tristeza de Carrie-Anne Moss en Matrix o la fiera mirada de la implacable Terminatrix Kristanna Loken en Terminator 3, aunque podemos concluir que el trabajo de Scalett Johansson es correcto.
En cambio Michael Pitt incomparable en la serie Boardwalk Empire o en la película Funny Games, la experimentada y siempre resolutiva Juliette Binoche, o Takeshi Kitano, inolvidable en Zaitoichi o Battle Royal hacen un complemento muy bien equilibrado a la “prima donna” que en estos momento puede que esté más preocupada por los asuntos legales sobre la custodia de su hija con su exmarido o con su reivindicativa militancia política.
Y por último (!una y no más Santo Tomás¡) el cine actual no está preparado para la tecnología en 3D tal y como la conocemos hoy en día. No existe inmersión plena, la oscuridad de las lentes consigue que todas las películas parezcan El Nombre de la Rosa, Seven, En busca del fuego o Barry Lyndon. Se pierden detalles y muchos. Además creo que ya no nos asombramos porque nos lancen unos cuantos cascotes o cristales. No cuela.
Si has llegado hasta aquí, te preguntarás si hay salida a la irrefrenable tecnología que se nos cuela cada vez más profundamente en nuestras lacias improntas de seres desmemoriados. La respuesta a lo mejor se halla en Juegos de guerra (John Badham – 1983). Joshua (WOPR): Un juego muy extraño. La única forma de ganar es no jugar. ¿Qué tal una partida de ajedrez?
MÚLTIPLE, LA DESNUDEZ DEL ALMA DE LA PROTEGIDA DE KING KONG
MÚLTIPLE, LA DESNUDEZ DEL ALMA DE LA PROTEGIDA DE KING KONG
Cuando vienes marcado en tu apellido con “Night” cambiado por su original “Nelliyattu” ya tienes mucha labor adelantada. El realizador de origen indio M. Night Shyamalan, (uno de mis preferidos, él a su vez lo es de Spielberg y de Hitchcock, vamos por lo tanto por buen camino) cuenta en su filmografía con los siguientes títulos en orden cronológico, (El sexto sentido, El protegido, Señales, El bosque, La joven del agua, El incidente, La Visita, Múltiple). Si bien dirigió dos películas anteriores a El sexto sentido, (Praying with Anger y Wide awake) y dos bodrios alejados completamente de sus intereses y debilidades, cosas del dinero, que es muy loable compañero en toda profesión, (After Earth y Airbender: El último guerrero). ¿Qué se puede esperar de un joven que a sus diecisiete años ya había rodado cuarenta y cinco prometedores cortos caseros? Pues que al menos la pasión y las ganas por el cine estaban naciendo a borbotones.
A Shyamalan le gusta jugar, y quiere jugar con todos nosotros, lo suyo no es el onanismo, pero sí el vouyerismo participativo. Sabe del poder del cine, y por ello conoce todos sus resortes y engranajes. Este conocimiento artesanal y personal hacen de su cine algo sincero y tramposo al mismo tiempo. La sinceridad la notamos en la cadencia y el mimo del movimiento de cámara, en el silencio de los espacios, en la música calmada y desasosegante al mismo tiempo, en los planos tratados con finura y energía, en el trabajo de enfoque de la mirada de los actores, en la preferencia por el espacio íntimo, en el inquietante y omnipresente “fuera de cámara”, y sobre todo, en la atmósfera de escasos espacios exteriores para realizar un ejercicio de interiorismo personal que mantiene la tensión narrativa en todo momento en las dianas de nuestras mentes. La trampa la notamos mayoritariamente en sus giros de guión y en su apuesta por el divertimento, (e incluso con espolvoreadas notas de humor). El conejo sale de la chistera y nos enfrentamos al truco final. Este “más difícil todavía” es el sello del autor, que sabe, que si no hay un gran fin de fiesta, el mensaje principal de su oratoria puede quedar diluido en el océano, y no quedará adherido a la impronta del subconsciente colectivo que es el objetivo principal de todo comunicador. Las ideas deben quedar ancladas en los receptores mediante el divertimento, no bajo el tedio ni la obligatoriedad, misma razón por la que odiábamos los libros que nos leíamos en el colegio, que una vez fuera, se han convertido en imprescindibles.
Si me preguntaran cuál es el tema principal de las películas de Shyamalan respondería que la protección de lo que más queremos y por extensión del núcleo más íntimo, la familia, que es amenazada diariamente por fuerzas externas, (Señales, La joven del agua, El protegido, El incidente) y fuerzas internas, (El sexto sentido, El bosque, La visita, Múltiple). Es precisamente el miedo, el vehículo que con más poder de convicción nos atenaza periódicamente y nos hace tomar bando, pendón y partido para protegernos de su influyente y subyugante actuación. Es la familia el último reducto “confiable” en el que podemos acudir siempre al amparo de las faldas de mamá o del músculo y fiereza de papá, (que los cánones, roles y modas hayan cambiado modernamente esta terminología, no quiere decir que tradicionalmente no haya sido así…feminazis alert!)
Es en la magnifica El bosque, donde nos enfrentamos al mayor de los secretos. El descubrimiento de los Reyes Magos, que el dinero no lo regala el cajero automático, que comer muchos dulces te crea caries, que ya no te tiran de los mofletes y te preguntan que ¿qué vas a ser de mayor?, ya nadie te cuenta cuentos al acostarte, ni quiere jugar contigo a indios y vaqueros. Tu tiempo ha pasado e intentar aferrarse a ello, solamente puede ser posible a base de amenazas y miedo. En El bosque, “los Reyes Magos” que acechan en las lindes del valle son los padres, y si descubres su secreto, solamente puedes obtener a cambio o frustración o libertad…pero como todos sabemos, los padres no quieren libertad para sus hijos, toleran todas las frustraciones de sus retoños siempre que con ello el aura de la protección recaiga sobre ellos. Así estamos programados por la “Pachamamma”.
Si el bosque es el paradigma de la sobreprotección, Múltiple es de alguna manera lo contrario. Aquí la familia es el oscuro agujero de debajo de la escalera, donde ni Harry Potter querría jugar a la Game Boy. ¿Qué hacer cuando el infierno está dentro de las sábanas de tu cama?, ¿qué salida existe cuando eres Sissy Spacek en Carrie, Haley Joel Osment en El sexto sentido, Ellen Page en Hard candy, Kevin Bacon en Sleepers, etc? La olla explota en algún momento y con ella saltan por lo aires todos los condimentos, todos los ingredientes desmenuzados y fracturados. En este punto se extienden por todos los confines de la mente conocida, (y desconocida), todas las personalidades, que en su pugna por la victoria y por acaparar la luz, modificarán para siempre al individuo, llevándole bien a la rendición o bien evolucionándolo hacia algo desconocido, algo nuevo, algo que pugna y late por salir a flote borrando todo lo anterior, creando una realidad alternativa. Es la redención por el sacrificio y la supervivencia maltrecha de una mente enferma, que se debate entre el abandono, la perdición y la locura o el nacimiento del Superhombre nietzscheliano.
James McAvoy y Anya Taylor-Joy redefinen el cuento de la Bella y la Bestia, (o acaso a la Bestia, ¿no le faltaba algún tornillo? Igual que se ponía a destrozar todo un castillo en un ataque de ira, se animaba risueño a jugar a tirar bolas de nieve acto seguido, para a continuación pillarse otro rebote de aúpa y mandarlo todo a la mierda de nuevo). Lo hacen con un honestidad digna de sus personajes y con una mirada mutua llena de temor y comprensión al mismo tiempo. Se conocen, se huelen sus vergüenzas y heridas, pero sin saber si pertenecen o no a la misma camada.
Atención, esta película no es El silencio de los corderos ni El coleccionista de amantes, ahí radica su milagro y su poesía. La jaula de la fiera indómita está adornada de múltiples capas y estratos. Si rascas la pintura verás que el coche está repintado. La fiera es buscada, estudiada y clasificada incluso por la comunidad científica que introduce un curioso planteamiento acerca de quién es el que lleva la voz cantante y darwiniana de la evolución, (lean Soy leyenda de Richard Matheson), ¿son ellos o somos nosotros los que gozamos de pasajes de primera clase en la cúspide de la pirámide evolutiva? Ambos no podemos convivir en la misma arena del Circo Máximo.
Quizá en EEUU haya tenido tanto éxito de taquilla, cuando les puede el tema de la protección familiar malentendida, (en su caso a base de pistolas y demás polvorines caseros, que estadísticamente matan a más niños de los que defienden…otra vez aparece el miedo como motor del mundo, de la economía y de las empresas farmacéuticas y militares, entre otros sectores. Ya lo dijo Michael Moore). La diferencia se encuentra en los detalles, en el fondo del asunto. Si bien algunas subtramas aunque necesarias no están resueltas del todo con maestría, dicho contenido nos acerca al caso clínico a tratar.
Shyamalan no sale de Philadelphia para rodar sus películas, es consciente de que el miedo no se encuentra en lejanos países exóticos, cuevas inexploradas, castillos medievales o cementerios abandonados. El miedo, y sobre todo el miedo a la pérdida, se encuentran en tu ciudad, en tu barrio, en tu casa, en la mente de tus seres queridos. Es en el “Sancta Sanctorum” de tu existencia donde los tentáculos de Lovecraft se te ceñirán al pecho y por la espalda una sombra muy oscura, te susurrará al oído lo que realmente eres y nunca has querido escuchar. ¿Hacemos caso a las voces y a nuestro amigo imaginario, o lo dejamos pasar?
Shyamalan gusta o no gusta, pero no crea indiferencia, y eso es lo mejor que le puede pasar a un creador. Él habita por sitios oscuros y pergeña con su mirada corva un sistema de lugares interconectados que dotan al género fantástico de alma y cuerpo de ave nocturna que aletea silente a altas horas de la noche por los callejones de las ciudades en busca de los razonamientos y la maquinaria de la que están fabricadas las anomalías que a todos nos desvelan, nos inquietan y en último lugar nos obsesionan y nos enloquecen. Si bien puedo decir, con todo respeto al maestro, que se me ocurren hasta tres finales alternativos a “Múltiple”, que podrían gustar al respetable, (a mí al menos me hacen estremecer), seguramente los dejaré por escrito más adelante cuando las aguas vuelvan a la calma después de este viaje psiquiátrico y multidisciplinar.
Y por cierto, hay algo en la película que modificaría en parte la presente crítica, pero eso sería contar demasiado. Es algo que me hizo agarrarme a la butaca y decir por lo “bajini”, “no puede ser verdad!!!, madremíadelamorhermoso (todojunto)”…averígüenlo ustedes mismos y piensen en lo que podría llegar a ser, de ser cierto. Punto en boca.
LA LA LAND, REBELDE CON CAUSA.
RESUMEN:
Mia (Emma Stone) es una de las muchas aspirantes a ser actriz que viven en Los Ángeles en busca del sueño hollywoodense, se gana la vida como camarera mientras se presenta a varias pruebas de casting para finalmente trabajar. Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista que trabaja en bares de mala muerte y su sueño es poder tener su propio club donde se le pueda rendir tributo al jazz más puro
CRÍTICA: (9,0)
Ahora toca justificar cómo a una película “musical” le pongo un nueve, si decimos de antemano que ni el género musical me gusta especialmente, y menos aún la comedia romántica. (A un lado dejemos mi fascinación por el Fantasma de la Ópera, por el simple hecho de que siempre he querido que fuera el propio fantasma, personaje desarraigado, frustrado, amargado y de un talento inigualable, el que pasara a sangre y fuego a todo el que se le pusiera por delante…fuera máscaras!. Y de otro lado el desparpajo de Mamma Mia!, aunque sea solamente por rememorar los cassetes que ponía mi madre en el coche cuando me llevaba de pequeño al colegio.)
Hollywood descubrió que el paso más importante de su historia fue el acceso al sonido, (incluso más importante que el paso al color). En 1929 la película “La melodía de Broadway” se llevaba el primer Oscar a la mejor película musical sonora de la historia del cine. A partir de ahí la música y el cine han sido parte consustancial de la industria de los sueños. Mientras las bandas sonoras de las películas nos hablan de acción, ciñéndose al dramatismo y a la atmósfera del momento, el cine musical usa el pentagrama para cantar su existencialismo más vivo, desgañitando su poder de seducción pavoneándose de su fuerza interpretativa más primigenia. El musical atenta directamente a la sinrazón, al sueño, a la emoción reptiliana. Si el cine es fotografía en movimiento, el cine musical es el auténtico cine en tres dimensiones, (y no tanta gafita).
Siempre he preferido que no me cuenten las cosas cantando. (No había momento más odioso en las películas de Disney que cuando empezaban a cantar, yo no lo veía serio, me cortaba el dramatismo, convertía en insulsos peleles a sus representantes, me sacaba de mis casillas. Con el tiempo he descubierto lo esencial y divertidas que son las canciones de Dumbo, Aladdín, La sirenita o La bella y la bestia, etc). Chicago, West Side Story, Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas, etc, no podrían existir si no fuera cantando, (bueno Mary Poppins igualmente sí, pero siempre que la protagonista se pareciera a Rebecca de Mornay en “la mano que mece la cuna”, y que sus pupilos fuesen atormentados hasta el paroxismo… Mary BadPoppins, “la niñera implacable”…bueno volvamos al camino).
La La Land, apellidada “La ciudad de las estrellas”, para que a nadie se le olvide que Los Ángeles, (California), es la depositante de los sueños visuales de la humanidad. Allí están los sueños sí, escondidos en unas grandes naves de rodaje en los estudios Universal, Warnes Bros, Columbia, Paramount, 20th Century-Fox, MGM, entre otros, donde se espolvorea el polvo de hadas, que recorrerá con frenesí el planeta entero con extensiva virulencia. Mientras la narración oral, la literatura, las artes teatrales, son, salvando las distancias, patrimonio de la humanidad entera, el cine es coto vedado de pesca de la industria norteamericana, punto se acabó. Lo saben ellos y lo sabemos nosotros. Podremos encallecer nuestros discursos con pinceladas de genialidad sobre el cine coreano, francés, indio, argentino o noruego, pero en sus magníficas obras no habita el conejo de Alicia, ni el principito de Exupéry, ni el polvo de hada que nos hace volar, sí, sí, volar literalmente en el observatorio Griffith de Los Ángeles, (siento decir que para mí siempre será el observatorio Gryffindor, cosas de la imaginación y del cambiarle el nombre a las cosas). Desde este observatorio se contempla toda la ciudad de Los Ángeles, hasta el mar, final de la ruta 66, las playas de Venice Beach, Santa Mónica, Sunset Beach, etc. Las letras del mítico cartel de Hollywood también se pueden contemplar desde aquí. Es donde suben muchos aspirantes a estrellas, (muchos futuros estrellados), a respirar aire limpio y mirar con perspectiva el destino que se plantea a sus pies.
Entremos al meollo del asunto “La La Land”. La próxima ganadora del Oscar a la mejor película no es un musical, (oigamos el entrechocar de sables y la voz de los supertacañones), no, no lo es. Hagamos la prueba, si durante los números musicales nos cantaran en arameo antiguo sin subtitular, nos daría igual, la genialidad del film no está en lo que dicen, sino en el poder catártico de cómo lo dicen. La música es esencial, pero no la letra. El texto fuera de los fragmentos musicales sí es imprescindible, el de dentro no. Y esto es así porque La La Land trasciende la pantalla, La La Land, es “Rebelde con causa”, es la lucha contra el desahucio del cine Rialto y de uno mismo. Cuando el mundo se ha convertido en un lugar extraño de “Samba y tapas”, hay dos caminos a tomar; el contemplativo o el de la resistencia, (Rogue One Land). La La Land es un canto a la resistencia, a la lucha, a la persecución no de un sueño, sino “Del Sueño”, cuando un animal se siente acorralado ataca de frente y a la yugular. Hollywood se siente amenazada en este nuevo milenio, y se revuelve en la cama de la UCI como mejor sabe hacerlo, con su esencia, en su caldo primigenio, en la pura esencia de El Perfume de Patrick Suskind.
Hollywood anda desde hace alguna década enmarañada consigo misma, y no es para menos. La caída en producción y calidad de sus películas, el cierre de cines, videoclubs, alquiler y venta de películas, el impacto de internet y su desproporcionada piratería de medios digitales, la televisión por cable, el inminente apocalipsis del presidente Trump, (dicen en un Hollywood demócrata, pero vamos que mal seguro no les va a ir), las nuevas y adolescentes estrellas que no consiguen conectar con un nuevo público que pasa más tiempo jugando a la play station y siguiendo al youtuber de moda que atándose la trenca para ir al cine, (¿qué pereza no?) y sobre todo la sensación de sabor a refrito y ropa usada de la enésima saga reiterativa, spin offs, readaptaciones, nuevas versiones, montajes del director, reposiciones, versiones extendidas, etc. Lejos quedaron las largas colas domingueras en las calles de las ciudades, la cartelería hercúlea en cada marquesina y las motas de polvo suspendidas al paso del foco del proyector. Era la época en que el espectador se empequeñecía ante el espectáculo, ahora no, ahora el espectador ya ha visto cinco trailers, tres spoilers, diez críticas, va más flamenco al cine que a la Feria de abril sin capacidad alguna de sorpresa, y está más pendiente del selfie de turno en la puerta del cine y del menú gigante con patatas fritas con mayonesa de bote que del misterio detrás del telón, (telones que ya no quedan). A veces Hollywood intenta tocar piezas con pianos electrónicos, pero descubre que si bien consigue audiencia y llena el buche de dólares, se aparta inexorablemente de su razón de existir, vendiendo el polvo de estrellas al mejor postor.
Pero como los sueños son inmortales, debe quedar en algún despacho algo de pura sangre de genialidad para recordarnos que ellos siguen vivos, que el Ave Fénix aparece cuando le da la gana, (más o menos como Gandalf). Y si mueren, será matando. Si mueren lo harán con La La Land. Y entonces llega la gran metáfora del Jazz y del cine. Al igual que el Jazz, el cine es improvisación, versatilidad, originalidad, cambio de roles, esfuerzo, dedicación, sacrificio y pérdida…si no pierdes no ganas, si no ganas no pierdes. Los sueños queridos son los más reñidos.
La La Land habla en pasado y en futuro. Habla del pasado de la nostalgia y del futuro de los sueños. (Esto dolerá a la legión de seguidores de los libros de autoayuda, donde hay que vivir siempre el presente, ser conscientes de uno mismo. Mindfulness le llaman ahora, (valiente soplagaitada). Les invito a que busquen por internet la historia del gajo de naranja que es pilar básico de esta nueva corriente de pensamiento que te hace mejor ser humano “claro que si guapi”, léanla online y luego tiren el ordenador al punto limpio, y compren uno nuevo, (por la infección, ya saben). La La Land vive de la nostalgia de lo auténtico, de lo clásico, de la fuerza enraizada de su intimidad. Todo esto lo empaqueta y lo lanza a la persecución de un sueño, un sueño artístico, virginal, legítimo y cargado de la esencia última de la razón de su existencia. La nostalgia es el pasado de un padre que cuenta un cuento a su hijo para que se duerma cada noche soñando que el futuro es un carrusel de fantasías hipnóticas que le llevarán lejos muy lejos, más allá de Oz.
Emma Stone, (la expresión facial más poderosa y sugerente del año) y Ryan Gosling, (la mirada tranquila del rebelde buscador de lo genuino), no son ellos, somos todos nosotros, (que diría el enmascarado de V de vendetta). Se deslizan majestuosamente por la pantalla, hablan con naturalidad y nos encuentran a su lado, bailando a su son. Son el alfa y el omega de la industria, (más allá de ellos se extiende el abismo, que le dirían a otro Oskar, Schindler en este caso).
Hollywood nos ha llevado muy lejos, ahora quiere que le reconozcamos que han sido ellos quienes han puesto el tren y las viandas para este viaje. Y debemos ser bien nacidos y ser agradecidos, porque tienen razón, habéis sido vosotros…que la fábrica siga cocinando, (no hablo contigo Walter White, no te me animes).
¿Se acuerdan de los últimos cinco minutos de la película Cinema Paradiso?…no digo más.
Recordando a Al Pacino en el Teatro Chino, (Hollywood Blvd)
ROGUE ONE, UNA NUEVA ESPERANZA
Corría el año 1983 y se estrenaba el Retorno del Jedi en pantalla grande. Seis años antes un barbudo medio hippie había asombrado al mundo entero con un cuento espacial sin muchas pretensiones.
El que escribe, ahora ya treintañero plus, levantaba apenas cuatro años del suelo con una imaginación en pleno desarrollo, esponja adaptativa en ciernes. Sucedió con la complicidad de un padre, (que ya se había preocupado anteriormente de ponerme las dos primeras películas de la saga en casa en Vhs) amante de la ciencia ficción, de la magia, de las líneas de nazca y del astronauta de Palenque, disfrutador de maestros como Jacques Bergier, Thor Heyerdhal, Jiménez del Oso, J.J. Benitez y tantos otros…y una madre amante del cine con predilección por Harrison Ford pero más, por las ilusiones de un hijo. Me plantaron seguramente en un cine de la Gran Vía madrileña con sus ya extintas largas colas de espectadores a la intemperie pasando frío y dando la vuelta a la manzana. Qué fantástica sensación cuando se acercaba la taquilla y se obtenía el preciado botín. Al atravesar aquellas puertas, qué decir, la película acababa de empezar. Todo te indicaba que eras insignificante ante aquellas moquetas rojas, esas puertas de madera, esos carteles de películas clásicas y esos techos altísimos con esculturas de cualquier índole. Son esas primeras sesiones cinematográficas las que marcan para siempre el imaginario y la habilidad exploratoria de un mozalbete. Hasta telón tenían aquellas pantallas…se abría…se apagaban las luces…pasaban unos acomodadores con unas lucecitas…personas cuchicheando…de repente todo se detenía…un hálito invisible recorría la sala…la calma antes de la tempestad…y finalmente ocurría. Arrancaban las clásicas letras de inicio de Star Wars acompañadas por el “main title” de John Williams…y ya era demasiado tarde, fueron suficientes dos horas de metraje para recibir una impronta, un código fuente tan intenso que treinta y pico años después sigue vigente.
La ficción en ocasiones basta con compartirla en malos caladeros para que se sienta empequeñecida y vilipendiada. Las personas olvidamos un tiempo en el que retozábamos por el suelo soñando con conquistar Fort Apache, ganar carreras de coches o volar a la luna. El niño interior no desaparece ruidosamente y con algarabía, más bien se va lentamente andando de puntillas hacia una puerta lateral, cerrándola por fuera con sumo cuidado para no hacer ruido. Aquellas personas que han vaciado el cuarto de juegos de sus mentes se empeñan en vaciar los cuartos de las demás personas, y eso no se puede permitir.
Es un cuarto desordenado, lleno de colores y de escenas, cientos de criaturas nadan, vuelan y juegan en prados, lagos y montañas…la ficción juega y se multiplica…el mundo de fantasía se retroalimenta y se expande infinitamente o se convierte en el cuartucho mohoso y polvoriento de debajo de la escalera. Todo ello dependerá del sujeto y de la importancia que le asigne. La ficción te transforma y vive en ti, y te lleva lejos muy lejos, quizás a hace mucho tiempo a una galaxia muy muy lejana…
En un mundo en el que el Tigretón, el Bony, y la Pantera rosa ya no saben igual, (y nunca lo harán), los herederos de aquella gloriosa edad galáctica lo único que anhelamos es que el mito se mantenga en pie, y aguante los bamboleos del creciente cine juvenil de parafernalia migrañosa y vacuo interior.
“Star Wars: Una nueva esperanza” a ojo de todos aquellos que no habíamos cumplido los diez años, era básicamente la lucha de un grupo de gente rara contra un tipo de negro que nunca abandonada el luto:
– Obiwan: (Un tierno abuelo que lleva a sus nietos adoptivos de correrías).
– Chewbacca: (Un felpudo con patas de abrazo férreo).
– Luke: (Un adolescente hastiado de la rutina y con ganas de ver mundo).
– Leia: (Una princesa inadaptada con mala leche y ganas de repartir estopa).
– R2D2: (Un pequeño robot cabezón, caprichoso y contestatario. Amén de eficaz).
– C3PO: (Cobardón, burocrático, huidizo, y con menos sangre que Don Pimpón).
– Han Solo: (Algo bohemio y soñador, caradura, ególatra y autosuficiente).
Esto es resumidamente lo que se le queda al niño en la cabeza. Una suerte de gente que se encuentra para luchar contra un señor de negro con máscara, que respira mal y siempre está amargado, incluso con sus amigos. Cuando está muy molesto pilla al que tiene más cerca, (que algo habrá hecho mal), y le contagia su problema respiratorio, incluso algunos se ahogan y mueren. Y cuando no quiere usar la magia, utiliza una especie de fluorescente rojo, (nosotros a esa edad solamente conocíamos los blancos de nuestras cocinas), y lucha contra el abuelo y el nieto inadaptado, que llevan fluorescentes verdes y azules. (Pero que chulas debían de ser las cocinas de estas personas, pensábamos).
Y así nos entregamos a una sátira teatralizada de unos personajes perseguidos por el señor de negro que no nos caía nada bien, (al menos en la primera película, más adelante quedábamos seducidos, y finalmente seríamos capaces de alistarnos en sus filas y luchar a cuchillo contra el indomable Sarlacc, ya que los caminos oscuros de la fuerza son inescrutables).
No es momento de comparar Rogue One con los capítulos I,II,III y VII, pero sí con la trilogía original. (No es la primera trilogía, sino la original. Declaración de principios que exalta su lugar en la inmortalidad, frente a todo lo que ha venido y vendrá después. Del Santo Grial no se pueden hacer copias). Rogue One se basa en el espíritu de una nueva esperanza, (no en la copia, como el Episodio VII).
La rebelión es más realista, al tratarse de una caterva de intereses contrapuestos, facciones a veces enfrentadas, y una clara desunión en la forma de cómo llevar el imparable avance de un Imperio que no se pone límites. Las personalidades de cada uno son antagónicas, su acercamiento personal es únicamente posible para derrotar al Imperio. Aunque el roce haga el cariño, no hay espacio para tomarse un Grog en la taberna de Mos Eisley. Nos muestran el sacrificio personal en aras del interés general como la piedra angular de toda rebelión que se precie. Sin generosidad en el sacrificio no puede haber unidad, y sin unidad no hay esperanza.
El Imperio es implacable y Dios es Vader, no se mueve nada en la galaxia sin su conocimiento. Es omnipresente y omnipotente. No tiene tiempo ni para charlar del tiempo en un ascensor de un destructor imperial, ni de darte los buenos días en el puente de mando de la estrella de la muerte. Se nos olvida que tuvo la cara y el cuerpo, (piernas incluidas), de un Anakin enfadado con el mundo, con su mujer, con su mentor y con la castañera de la esquina. Vader se come dos Jabba el hutt para desayunar. Si Vader es Dios, la estrella de la muerte son los cuatro jinetes de la Apocalipsis. La vemos radiante, recién pasada por chapa y pintura, con el sello de garantía de calidad de cinco años de Mads Mikkelsen, en su embalaje original y sin abrir. No hay sitio dónde esconderse, su capacidad de destrucción es total. (Encomiable el papel del Director Krennic, un personaje inolvidable y lleno de matices…pero señor Director, que nunca se le olvide amigo, Vader es Vader y punto, ¿notas cierta desazón a la altura del gaznate?, pues eso querido, es Vader).
Para afrentar este poder omnímodo hay que acudir a las misiones suicidas que tan gratos momentos nos ha dado la historia del cine bélico, (Los doce del patíbulo, Los siete samuráis, El desafío de las águilas, Los cañones de Navarone, El puente sobre el rio Kwai, Salvar al soldado Ryan, y un largo etcétera.). Y aquí es dónde Rogue One saca todo su músculo. Es en Scarif, (Holiday planet), dónde se extiende la mecha de la contienda más importante para librar a los pueblos libres de la tiranía imperial. Únicamente reseñable es que podría haber sido el momento para que al algún ejecutivo de Disney hubiera perdido la cabeza y hubiese rodado esta última hora de película con el mismo tono que “Hasta el último hombre”, el último, desgarrador, visceral, (literalmente), y carnaza de Oscars, film de Mel Gibson. Este directivo hubiera sido despedido, y seguramente la película directamente censurada en la sala de postproducción del cuartel general de Disney situado en algún lugar hipersecreto dónde el bueno de Walt conectado a un lector de mentes criogénico se hubiera pegado un buen calentón que le hubiera devuelto a la vida. Eso si, a los espectadores nos hubieran regalado la batalla más brutal de la historia de la saga.
Rogue One hay que verla, hay que disfrutarla, hay que añorar los viejos tiempos dónde en la calle Gran Vía había colas que daban la vuelta a la manzana, los cines eran palacios de alfombras rojas, arañas doradas y pantallas con telón. Y nosotros éramos afluentes que algún día llegaríamos al mar pero que de momento íbamos saltando en aguas limpias y tranquilas, jugando entre colores y prados bruñidos al sol.
EL CADÁVER DE ANNA FRITZ DE HÉCTOR HERNÁNDEZ (2015)
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RESUMEN:
Anna Fritz, una joven y famosa actriz de cine, es hallada muerta en la suite de un hotel. Pau trabaja como celador en el hospital a donde han trasladado el cadáver. Es un chico tímido e introvertido que cada vez que entra en el depósito el cadáver de una chica atractiva, no puede evitar mirarla. Hace una foto a Anna Fritz y se la envía a dos amigos. Cuando éstos llegan a la morgue, se quedan fascinados por su gran belleza. Deciden entonces violarla impunemente, sin saber en qué clase de infierno se van a precipitar.
CRÍTICA: (6,0)
Rotunda, aunque no redonda, película de suspense made in spain. Logra lo que se propone, exponiendo de una forma cotidiana y sin complejos su premisa mayor. Ciertas resoluciones narrativas se podrían haber llevado con un mayor talento de guión, pero hay que reconocerle la fuerza y riesgo en toda la propuesta. La disyuntiva se encuentra ahí, ¿qué hacer cuando has cometido una “gran cagada”?, ¿asumes las consecuencias o expones los hechos y pides perdón? ¿Y la amistad, cómo es de estrecha cuando se tiene que enfrentar a momentos de gran tensión? Estas y parecidas preguntas se nos han planteado durante la historia del cine en multitud de ocasiones, pero nosotros como ávidos espectadores siempre queremos saber cómo se van a desarrollar las consecuencias. En el fondo queremos tener pistas de cómo actuar si alguna vez la “cagamos” nosotros mismos.
Sobresaliente Alba Ribas que tuvo que cogerse un buen resfriado durante el rodaje.
Seguramente la realidad supera a la ficción y hay cosas que ocurrirán en las morgues de las que mejor no enterarnos.
13 MINUTOS PARA MATAR A HITLER DE OLIVER HIRSCHBIEGEL (2015)
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RESUMEN:
Es la impresionante historia sobre George Elser, el carpintero de la resistencia que intentó asesinar a Hitler en Munich el 8 de noviembre de 1939. Por solo 13 minutos de diferencia, si el Führer no hubiese abandonado su podio antes de lo previsto, podría haber cambiado la historia.
CRÍTICA: (7,0)
Como muestra el cartel de la propia película, nos encontramos con la lucha del individuo contra la masa aborregada y adoctrinada por los gobiernos sectarios, dictatoriales y populistas. El protagonista nos advierte con unos ojos vengativos, pero con un alma pacifista, que cuándo se tensa mucho la cuerda, hay que elegir bando y no te puedes mantener al margen. De factura técnica y artística perfecta, destacan las interpretaciones corales que rodean al carpintero y reparador de relojes en su viaje hacia su libertad personal y política. Es un recuerdo de la monstruosidad del género humano cuando regalamos pan y circo a nuestros acólitos en busca de su asentimiento y complacencia ante la dictadura que se les impone. El seguimiento ciego a un líder en contraposición a las artes, la música y el amor con el que deberíamos codearnos diariamente.

JACK REACHER DE CHISTOPHER MQUARRIE (2012)
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RESUMEN:
Jack Reacher (Tom Cruise), un antiguo policía militar que vive como un vagabundo y que trabaja por su cuenta, decide investigar el caso de un francotirador que ha sido acusado de matar a cinco personas en un tiroteo. Al ser interrogado, el francotirador exige la presencia de Jack Reacher.
CRÍTICA: (4,0)
Atropellada producción de acción llena de espacios comunes. Quizás en manos de otro director más habilidoso podría haber sido una competente película de investigación criminal y disparos. La corrección de Tom Cruise, de Rosamunde Pike y del gran Robert Duvall no pueden salvar una película que aburre por momentos. El asunto de la tensión narrativa para averiguar quién es el «malo» no es convincente. Las escenas de acción son más de lo mismo. Le falta profundidad. Aún así, superior a toda la serie de películas de nuevo cuño de peleas sin sentido y romances de gasolinera. Seguramente contiene la escena más impostada de la historia del cine para que el omnipresente Tom enseñe pectoral, del todo innecesario.
