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El espejo egipcio

EL ESPEJO EGIPCIO

.–GUSTARÁ:
A aquellos enamorados de las aventuras con tintes históricos, a las maldiciones clásicas y a las tramas de desapariciones, asesinatos e intrigas desasosegantes. Pilar González despliega aquí todas las armas de un thriller multidisciplinar, original en su planteamiento y frenético en su desenlace. Viajaremos desde los ecos de un pasado milenario enterrado en las arenas del desierto hasta la Sevilla más contemporánea y cosmopolita en busca de respuestas a la mirada aviesa de un misterioso espejo marcado con el sello inmortal de sus antiguos propietarios.

– NO GUSTARÁ:
A aquellos que buscan lecturas pegadas a la narrativa realista contemporánea en la que disfrutan más de la forma y estructura de los personajes y escenas cotidianas que de ambientes ficticios y fantasiosos como es el presente caso. También se le quedará algo corto a lectores exigentes de novela histórica que gustan de desgranar pormenorizadamente los datos del pasado.

– LA FRASE:
“Procuro reparar mis maldades. Busco al nuevo hombre que vive en mí por arenas lejanas. En tierras enemigas cumplo mi destierro, libremente elegido. En medio del desierto purgo mis pecados. Miro mis asesinas manos y un afán desmedido me impulsa a redimirme de mis faltas. Sé que no puedo devolverles la vida a aquellos que maté. Sé que los futuros robados se han perdido. Aún así, esta penitencia impuesta, este castigo merecido, hallará recompensa”.

– RESEÑA:
En la mitología griega, Narciso era un joven apuesto y apolíneo que encandilaba a las mujeres con su belleza. Las doncellas se enamoraban de él, pero éste las rechazaba sin contemplaciones pues no eran dignas de su propia belleza. Entre las jóvenes heridas por su amor estaba la ninfa Eco. Narciso cruelmente se negó a aceptar su amor, por lo que la ninfa, desolada, se ocultó en una cueva y allí se consumió hasta que solo quedó su voz. Para castigar a Narciso por su engreimiento, Némesis, la diosa de la venganza, hizo que se enamorara de su propia imagen reflejada en una fuente. En una contemplación absorta, incapaz de separarse de su imagen, acabó arrojándose a las aguas. Allí donde cayó creció una hermosa flor, que hizo honor al nombre y la memoria de Narciso.

Desde los albores de la humanidad existen mitos y leyendas intrínsecamente unidas a las maldiciones que llevan a la perdición, normalmente por un uso indebido o abusivo de ciertos artefactos vedados, esotéricos y poderos. De todos ellos, la maldición del espejo, del reflejo, del yo que nos mira desde el otro lado es una de las que más calado tiene y ha llegado, actualizada, hasta nuestros días. Son incontables los mitos que se entrelazan en este terreno sinuoso de ensoñaciones entre la realidad y la ficción. Es nuestra propia alma la que nos mira desde un mundo ajeno e insondable, analizando y enjuiciando quienes somos para concluir si nos merecemos su aquiescencia para seguir viviendo. Los ejemplos de espejos y reflejos malditos se agolpan ya desde la aparente inocencia infantil con: “A través del espejo y lo que Alicia encontró allí” (Lewis Carroll 1871) o Blancanieves (hermanos Jacob y Wilhelm Grimm 1857). Son también muchos autores los que hacen referencia a los espejos en su obra: Marcel Schwob, H.P. Lovecraft, Virginia Woolf, Isaac B. Singer, G. K. Chesterton, Goran Petrovic, Borges, Edgar Allan Poe, Walter de la Mare, Angela Carter, Bioy Casares o Giovanni Papini.

El mito se siguió engrandeciendo con la aparición del término doppelgänger acuñado por Jean Paul Richter, siendo su gran referente la narración de Edgar Allan Poe “William Wilson” (1839). Otro gran ejemplo es “El retrato de Dorian Gray” (Oscar Wilde 1890). La maldición del espejo se enfrenta contra el propio protagonista espectador. El romanticismo literario, pugnando contra la Ilustración, impone nuevos cánones mostrando y criticando el racionalismo exacerbado, formalista y clásico. Huye de las estructuras creadas en un todo perfeccionista de obras pulcras y cerradas. Mana el liberalismo y la libertad en las pautas de la creación literaria. Liberados del corsé estructural de la etapa anterior saltan al coso de las letras el drama, la novela gótica e histórica y la ficción no necesariamente didáctica. También dejó su impronta en este tema el renombrado J.R.R Tolkien con elementos como los Palantir, o la escena de la ciénaga de los muertos donde cae Frodo fruto de los mareos y ensoñaciones que sufre viendo la cara de los antiguos guerreros fallecidos bajo las oscuras aguas de aquel antiguo campo de batalla. Una vez más, es el reflejo el que tiene un terrible poder de adicción sobre el que lo mira demasiado tiempo con escrutinio torturador intentando entrar en lo más insondable e inalcanzable del alma humana.

En el mundo cinematográfico tenemos también muchos ejemplos del espejo como símbolo maldito de seducción, engaño, turbación y muerte: (Reflejos, 2008), (Oculus, 2013), (Candyman, 1992), (El espejo, 1975), (Al otro lado del espejo, 2003), (El espejo roto, 1980), (Dark Mirror, 2007), (El espejo de la bruja, 1962). También hay otras superficies que hacen las veces de espejos y tienen las mismas nefastas consecuencias. (Poltergeist, 1982) o (Ringu 1998). Sin olvidar el clásico capítulo de la serie “Amazing Stories” – (Mirror, Mirror – 1985), donde volvemos a encontrar el anatema del reflejo como símbolo de la fatalidad vital. Pero donde la maldición del reflejo en el espejo toma su mayor dimensión es en la figura del vampiro, encarnada en Drácula como su mayor baluarte. Ya no es el espejo el maldito, sino que la propia maldición del chupasangre ha trascendido a su propia figura arrebatándole su humanidad y con ella su propia imagen. El vampiro es un ser con sombra pero sin alma, que queda patente en la ausencia de su propio reflejo. Ni vivo ni muerto. Aquí el espejo nos expone claramente la situación descarnada de este personaje. No nos podemos resistir a hacer un inciso introduciendo este breve extracto de la obra cumbre de Bram Stoker.

“Dormí sólo unas cuantas horas al ir a la cama, y sintiendo que no podía dormir más, me levanté. Colgué mi espejo de afeitar en la ventana y apenas estaba comenzando a afeitarme. De pronto, sentí una mano sobre mi hombro, y escuché la voz del conde diciéndome: “Buenos días.” Me sobresaltó, pues me maravilló que no lo hubiera visto, ya que la imagen del espejo cubría la totalidad del cuarto detrás de mí. Debido al sobresalto me corté ligeramente, pero de momento no lo noté. Habiendo contestado al saludo del conde, me volví al espejo para ver cómo me había equivocado. Esta vez no podía haber ningún error, pues el hombre estaba cerca de mí y yo podía verlo sobre mi hombro ¡pero no había ninguna imagen de él en el espejo! Todo el cuarto detrás de mí estaba reflejado, pero no había en él señal de ningún hombre, a excepción de mí mismo. Esto era sorprendente, y, sumado a la gran cantidad de cosas raras que ya habían sucedido, comenzó a incrementar ese vago sentimiento de inquietud que siempre tengo cuando el conde está cerca. Pero en ese instante vi que la herida había sangrado ligeramente y que un hilillo de sangre bajaba por mi mentón. Deposité la navaja de afeitar, y al hacerlo me di media vuelta buscando un emplasto adhesivo. Cuando el conde vio mi cara, sus ojos relumbraron con una especie de furia demoníaca, y repentinamente se lanzó sobre mi garganta. Yo retrocedí y su mano tocó la cadena del rosario que sostenía el crucifijo. Hizo un cambio instantáneo en él, pues la furia le pasó tan rápidamente que apenas podía yo creer que jamás la hubiera sentido. —Tenga cuidado —dijo él—, tenga cuidado de no cortarse. Es más peligroso de lo que usted cree en este país —añadió, tomando el espejo de afeitar—. Y esta maldita cosa es la que ha hecho el follón. Es una burbuja podrida de la vanidad del hombre. ¡Lejos con ella! Al decir esto abrió la pesada ventana y con un tirón de su horrible mano lanzó por ella el espejo, que se hizo añicos en las piedras del patio interior situado en el fondo”.
Extracto de Drácula (Bram Stoker 1897).

Pilar González nos trae con el Espejo egipcio un juego de intriga histórica y paranormal. Una vez nos miremos en su espejo, misterioso en su adquisición e inquietante en sus ensoñaciones, entenderemos la potente estructura narrativa que nos brinda la autora. De lo que ocurra con él no contaremos mucho al respecto por respeto al lector. Con lo que desvela la autora en la sinopsis de la novela será suficiente, no lo repetiremos aquí. Sí contaremos que el misterio de la pieza maldita comprada en un anticuario del pueblo gaditano de Grazalema tiene un pasado que lo acompaña a lo largo del eterno manto del tiempo. (Por cierto, Grazalema, según los datos estadísticos, es el pueblo más lluvioso de toda Andalucía. Es fácil imaginarnos esta escena en una fría y lluviosa noche de invierno). Esto nos recuerda a la película (Gremlins, 1984) donde en el anticuario del Sr. Wing es adquirido un objeto maldito, una criatura llamada Mogwai (que en chino cantonés significa “espíritu maligno”). El dueño de la tienda no quiere vender el animal aun cuando se le ofrece una gran cantidad por él, pero su nieto lo vende en secreto porque necesitan el dinero. Partimos pues de escenarios parecidos. Precisamente es en anticuarios y en viajes a lugares exóticos donde se consignan el mayor número de objetos malditos que nos ha dado la literatura (La pata de mono, W. W. Jacobs, 1902). Entre sus estantes o en el petate de vuelta de tales viajes nos hemos encontrado artefactos que superan toda imaginación. Muchos de ellos expoliados a sus legítimos dueños, y otros, con un legado de sangre y destrucción en su interior. El espejo egipcio que aquí subimos a la palestra no podría ser menos y la puesta en escena de su maldición es uno de sus puntos fuertes. La mirada del más allá al propio abismo de los personajes, con los que ha convivido y ha sellado el tacto de su destino, nos motivará a seguir con la lectura siguiendo una pista hermética y ancestral.

Disfrutaremos de una singladura onírica por las vidas y hechos de varios de los antiguos propietarios del intrigante espejo. Con ellos conoceremos aspectos muy interesantes de sus andanzas, en un tono diferenciado y propio para cada uno de ellos. Por supuesto, viajaremos al antiguo Egipto, una de las más esotéricas y desconocidas culturas clásicas. Su halo de misterio político, folclórico y religioso ha quedado, en multitud de ocasiones, sepultado en las arenas del desierto. No contamos aún con toda la información sobre su cultura milenaria anclada en la noche de los tiempos. Su panteón religioso, su rica mitología y su tecnología arquitectónica y astronómica, nos invitan a seguir indagando en sus raíces. El espejo de Pilar González nos acercará a la vida de una de sus grandes figuras mediante el sistema de la bola de cristal de una hechicera medieval o del espejo de Galadriel “El señor de los anillos” (J.R.R. Tolkien, 1954). «Puedo ordenarle al espejo que revele muchas cosas —respondió ella— y a algunos puedo mostrarles lo que desean ver. Pero el Espejo muestra también cosas que no se le piden y estas son a menudo más extrañas y más provechosas que aquellas que deseamos ver. Lo que verás, si dejas en libertad al Espejo, no puedo decirlo. Pues muestra cosas que fueron y cosas que son y cosas que quizá serán. Pero si fueron, son o serán, ni siquiera el más sabio puede decirlo.» La catoptromancia es una técnica adivinatoria que se remonta a milenios. El hombre frente a si mismo en un intento de ahondar en sus propios secretos.

Además del apartado más fantástico, la autora nos brinda en la platea un espectáculo de asesinatos e investigaciones por su querida Sevilla (al más puro estilo “Nadie conoce a nadie” – Mateo Gil 1999). La morgue se llenará de preguntas y enigmas mientras el protagonista (situado en una crisis existencialista de órdago) y sus acompañantes intentan desgranar los acontecimientos que les atan a una involuntaria excursión por caminos tortuosos y llenos de esquirlas. Ecos que se sitúan en el pasado pero que actúan con impunidad maldiciente en el presente. El tono de la presente obra es sencillo, claro, directo y cercano para todo tipo de lectores que se quieran acerca a ella. La narración en primera persona nos zambulle en el dramático momento personal por el que atraviesa el protagonista donde la única manera de zafarse del mismo será una huida hacia adelante en busca de su destino con la resolución de un puzzle originado hace milenios.

En tiempos de Instagram y del culto a poner morritos en cada espejo, deberíamos cuidar más los reflejos en los que proyectamos nuestros anhelos. Los nativos desconocedores del funcionamiento de las primeras cámaras fotográficas pensaban que les habían robado el alma. Ahora el alma, el tiempo, la sesera y el buen gusto, nos los hacen perder la adoración exacerbada a los medios audiovisuales. Cuidemos los reflejos que compartimos en ellos ya que la razón se nos está escapando sin nosotros saberlo entre tanto ruido de fanfarria y vacuidad moral… Y esto tiene una pena mucho más larga que los consabidos siete años de mala suerte.

Pilar ha creado un espejo en el que, solamente los osados, querrán (querremos) mirarnos.


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