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EL GATO DE BALZAC

EL GATO DE BALZAC

– GUSTARÁ:
A los lectores que se deleitan con lo extraordinario, con lo esotérico, con lo fantástico, pero soportado sobre bases literarias aprehensibles. A quienes se toman tiempo para degustar el placer de leer y desmenuzar lo leído. A los diletantes de la filosofía y a quienes satisface la apertura de sucesivas matrioskas si contienen algo interesante en su interior.

– NO GUSTARÁ:
A quienes son partidarios del dinamismo literario, sencillez y velocidad en el movimiento narrativo con el trasunto de la novela. A los que buscan acción directa e inmediata sin circunloquios ni introversiones que requieran dedicar tiempo a rebuscar en el alma de los personajes. A los que su tiempo o su fatiga solo permite la lectura de un par de páginas antes de caer en brazos de Morfeo.

– LA FRASE:
“Cuando fui el gato de Balzac, adquirí unos profundos conocimientos sobre el otro mundo, un espacio que el maestro vivía a diario, afirmando que estaba lleno de esferas superpuestas, todas ellas lumínicas, entre las que pululan los ángeles, los demonios, los kamarrupas, algún elfo afeminado y los gatos que no han sido hombres de bien”.

– RESEÑA:
Hoy traemos para reseñar, El gato de Balzac de Miquel Sen. No puede sorprender, y es perfectamente congruente, tropezar antes del índice con la sentencia del Nobel Kazuo Ishiguro ”Cada piedra estaba maldita y cada gato vagabundo era un espíritu maligno”. Nos agrada comenzar con este breve encuentro con el admirado maestro Ishiguro, de polifacética tarea. Ajenos a las preferencias de cada cual, nos quedamos con su obra Los restos del día de 1989, trasladada al cine como Lo que queda del día donde apreciamos, entre otros, el talento del mejor Anthony Hopkins. Pero lo relevante en este caso es que, desde el inicio, Ishiguro nos hace notar que los gatos raramente consiguen alejar de ellos el sambenito de especie esotérica y más diabólica que luciferina. Y aquí tenemos, pues, al gato de Balzac. La novela es como una caja de engranajes con grandes y pequeñas piezas dentadas, más o menos visibles según su tamaño y posición, pero todas ellas imprescindibles para un engrasado rodaje. Aparte del gato narrador y su alter ego, de su orondo dueño con chalecos necesitados de lavandera, la escritora con nombre de varón, el propio señor Maulet y una pléyade de personajes variopintos, numéricamente superados por cocineros de postín, toma protagonismo un brocantero; Curiós, sin cuya participación esta obra no existiría.

Para lectores en español, despistados, que no deduzcan inmediatamente del contexto cual es el oficio de este personaje, citado doblemente en la contraportada y desde el cuarto párrafo del libro, les sugerimos “chamarilero”, “baratillero” o “mercachifle” como sinónimos, ya que dicha profesión no figura en el diccionario de la RAE. Tal vez es un guiño del autor a la nacionalidad francesa de sus personajes (brocanteur) o a su propia lengua natal. Puestos a avanzar, el caso es que nos atrevemos a pensar, sin confirmarlo, que el autor del Sideroploide barcelonés lo es a su vez del manual de exorcistas descubierto, y propietario original de la caja que lo contuvo, pues ignoramos si este artista fue también mago y charlatán. Júntese el hallazgo con unas páginas robadas a otra obra inquietante y nos encontramos con una especie de rueda kármica de textos e ilustraciones que nos introducen en un explosivo torbellino, que habrá que transitar con mucha atención bajo pena de desorientación y extravío. Trabajo ímprobo para el señor don Lázaro que con gran discernimiento (discernimiento es también palabra jesuítica) inicia la lectura del mecanuscrito.

A partir de aquí se ofrece a sus ojos, a su mente, y a su imaginación, todo un universo vivido por humanos o felinos, vivos o reencarnados, literarios, seráficos, oníricos o potencias del astral. Acontecimientos históricos con sus protagonistas, celebrados o repudiados según de dónde sople el viento. Gestas y situaciones públicas, publicitadas y aireadas a conveniencia o camufladas y ocultadas en escondrijos y alcobas. Paisajes campestres más bélicos que bucólicos. Selvas de asfalto o empedrado con números de portales como referencias o destinos más o menos confesables. Personajes de primera categoría universalmente conocidos, o secundarios casi siempre olvidados que encuentran las excepción cuando aparece su nombre impreso junto con su especial actividad. De los primeros de todo hay, si bien priman emperadores, reyes, zares, generales, escritores famosos, incluso papas, santos, profetas y el propio Jesucristo. Los otros, y las otras, se reparten entre artistas de varietés, militantes de partidos, profesores, soldados y cocineros, sobre todo cocineros y cocineras, con muchas de sus recetas incluidas.

No faltan los amigos de amigos, círculos de amistades, que incluyen compositores o pintores. Balzac sale muy realzado prestando su apellido al gato y siendo espiado y analizado por este. Si el escrito hubiese tenido como protagonista a su amiga George Sand, se hubiese disuelto más etéreamente en el grupo de sus amistades, en disputa con Eugène Delacroix, Heinrich Heine, Víctor Hugo, Julio Verne, Gustave Flaubert o Franz Liszt. Siempre al acecho de una tajada, o bajo el apremio de una pistola, uno de nuestros protagonistas recorre campos, se acoda en las barras de bares y garitos o atisba en las buhardillas. Otros se enzarzan en reflexiones y duelos dialécticos y filosóficos. Dependiendo de quién sea quién, tampoco se está a salvo de una severa amonestación de tía Monsita o que se reprochen modos y maneras poco viriles. El autor nos conduce, casi vertiginosamente, de un lado para otro mientras observamos con prismáticos al metamorfoseado y trashumante visitador de intramundos o intentamos monitorizar y digerir, al vuelo, las conversaciones entre Maulet y Quirós. Por no hablar de intentar pasar del papel a ollas y sartenes caseras alguna receta descrita. Del comisario Monegal, de sus pesquisas, meditaciones, actitudes y sus angustias nada diremos. Son un premio que el fiel lector tiene que merecer.

Llegamos a la conclusión de que El gato de Balzac contiene sustancia suficiente para una segunda y más reposada lectura en lo literario, en lo filosófico y en lo gastronómico.


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