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EL LABERINTO DE LOS ESPÍRITUS

EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS, (D.E.P. 2001-2016)

NOTA: 8,5

RESUMEN: EL CEMENTERIO DE LOS LIBROS OLVIDADOS.

Un amanecer de 1945, un muchacho es conducido por su padre a un misterioso lugar oculto en el corazón de la ciudad vieja: el Cementerio de los Libros Olvidados. Allí, Daniel Sempere encuentra un libro maldito que cambia el rumbo de su vida y le arrastra a un laberinto de intrigas y secretos enterrados en el alma oscura de la ciudad. La Sombra del Viento es un misterio literario ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo xx, desde los últimos esplendores del Modernismo hasta las tinieblas de la posguerra.

CRÍTICA: (NOTA 8,5)

Tetralogía de amor por los libros, por sus personajes y por Barcelona, (y un poquito por Madrid. Se suceden un par de escenas de órdago, pijama, orinal y Padrenuestro). Zafón hunde su pluma en el ojo de las alcantarillas del régimen franquista, con un plantel de personajes dibujados bajo la lupa del hiperrealismo de una posguerra fratricida, llena de venganzas de pasillos enmoquetados, patios de escalera y sótanos infectos.

Las páginas empachan aceite de churrero usado en forma de gentuza malencarada, tétricos y falsos garantes de las incipientes libertades de un pueblo que se sacude las ruinas de la Guerra Civil y esquivos cuentistas lameculos de gerifaltes que se izan a los altos escalafones del Régimen, en busca del dinero de los perdedores, pero sobre todo de un lugar en la Historia, en la vanidad, y en los libros que están por escribirse.

Oscura etapa ajedrecística que imbuye a una sociedad que navega en cayuco agujereado entre las ganas de olvidar y la reconstrucción de unos lazos familiares y personales que se perdieron entre tantos bombardeos. Mientras tanto, las políticas policiales, marionetas de una nueva España, se dedican a saquear las almas de sus semejantes y subyugar estas primerizas ansias de respirar una atmósfera que parece que se va despejando de sangre, humo y cenizas.

Entre esta barbarie aparece el núcleo de la resistencia, domiciliado en una librería clásica, con el ángel de la guarda del insigne Alejandro Dumas en su frontispicio. Aquí yace el “seguro” de la casilla del parchís, donde se encuentra uno a salvo de las jugadas de los maliciosos contrabandistas de almas. Este núcleo familiar nos evoca un tiempo donde los valores tradicionales, la ética y el cariño de un hombro amigo, levantaban imperios y sorbían las lágrimas más amargas. La librería de los Sempere representa la luz blanca en un tiempo de escala de grises. Y como las guerras no se ganan solamente con buenas intenciones, el autor alista en sus filas de la rebeldía y del inconformismo callejero, a dos personajes auténticos y genuinos para acompañar a la familia Sempere en todas sus inciertas correrías, llenas de malvadas huestes acosadoras de los nuevos abanderados de la etapa preconstitucional.

Fermín, campechano juglar, hijo erudito de los soportales, amante de las carnes prietas y de las enaguas sueltas, guardián del verbo, del soneto, de la charanga, del libre albedrío, del sentido común, de la buena hostia dada a tiempo, y de la lealtad más férrea. Ateo de misa de domingo y creyente del dios Sugus. Sus armas son el conocimiento de la realidad y el escrutinio más fiero del género humano. Varado en un cruce de caminos entre el doctor Watson, Sancho Panza, Robinson Crusoe y el Guerrero del antifaz. A él debemos la sutileza y temperamento a la hora de desfacer entuertos y ser el báculo innegociable de Daniel Sempere. Unos están hechos para la guerra, otros para gestionar la paz. En tiempos revueltos, Fermín no se arruga, se bate en duelo inmisericordemente.

Y cuando creíamos que con Fermín ya teníamos saciadas nuestras ansias de izado a pedestal de mármol inmaterial. Zafón lanza sin paracaídas, en mitad de uno de los peores momentos de la Barcelona contemporánea, a la que está llamada a ser uno de los personajes femeninos más complejos y brutales de la literatura de este reciente siglo, (y casi del anterior). Si Fermín es el aparato administrativo/social y pilar de la cordura de la familia Sempere, Alicia Gris es la armada invencible, (aunque doliente, tocada y marcada) que llena cada escena con una sincera y pasmosa fuerza interior. Aunque patinando en la cuchilla de la cordura, emite una señal de fortaleza, resistencia de trinchera y poder de seducción. Alicia ve cosas que los demás no ven, (mientras nosotros la vemos a ella desfilar hacia su cadalso particular), atruena al paso con sus tacones de marca, desliza su sensualidad a golpe de copa de vino blanco y repiquetea la conciencia de sus interlocutores con maña, maestría y batiente ausencia. Cuando se hace añicos se cose de nuevo, cuando cae resopla en su levantamiento. No tiene piedad ni duda ante el opresor. Alicia es indómita por fuera, pero solitaria en sus adentros. Ha perdido tantas cosas en su largo camino hacia el presente, que intenta infructuosamente remendar su triste historia con la fuerza que la vida encallecida le ha otorgado. Vive para morir otro día. Y ese día lo hará con las botas puestas, unas medias de seda y fina lencería.

Todo esto, la lucha entre la infamia y la llaneza del pueblo trabajador, se produce en una Barcelona exquisitamente tratada y recreada en varios estratos de luces y sombras, de amaneceres en el puerto y anocheceres en Las Ramblas. La Barcelona gótica de reflejos de charcos tras la lluvia, de nieblas en la fortaleza de Montjuic y deliciosos olores de tascas y castañas asadas. Habitan personajes de otra época, funcionarios callejeros que se ganan la vida y la muerte por las calles de El Raval, mil moralidades bajo letreros de fluorescentes luces, negruras esquinas, miradas ladinas y perros desecados. Es una ciudad añeja, perdida en la memoria, que pugna y late por salir de la pesadumbre. Es una Barcelona afluente de vida, que se arropa del viento otoñal y mira hacia adelante.

Como base de todo lo anterior, y soportando los pilares de la arquitectura barcelonesa, se encuentra el cementerio de los libros olvidados. Esta constante ni opina, ni lucha por ningún bando, ni solicita, ni pide. Se deja ser encontrado, contemplando con pasión como sus huéspedes desfilan por sus pasillos con absorta devoción. Es su triunfo, vive para dar lo que cada uno va a buscar. No engaña a nadie. Se erige en mastodóntica fuente de conocimiento interior para sus exploradores. Es el conector venoso del amor por los libros y por la literatura. No juzga, pero ofrece conocimiento a quién lo traspasa, y eso a veces es aún más peligroso, ¿verdad Fray Guillermo de Baskerville?

Zafón no saca la chistera de mago, saca la paleta de colores de un retratista concienzudo que le echa horas a su oficio, con ganas y dedicación. Su retrato quedará para siempre enterrado en lo más profundo del laberinto de libros en el que todos nos hayamos.


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