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EL PEZ GLOBO

EL PEZ GLOBO

– GUSTARÁ:
A los lectores de libros bien armados, con piezas de repuesto de varios calibres y munición de sobra. Será del interés de aquellos que no les es suficiente el aquí te pillo y aquí te mato narrativo, sino que aplauden a los autores que arriesgan, proponen, juegan con el vocabulario, el humor negro, el golpe seco y certero y la ambientación pegada al terreno. Novela de personajes, atmósferas, luchas de poder en todos los estratos, pinturas costumbristas de lo peor del alma humana y de la sinrazón de la ambición desmedida. Con notas pulp, mala leche, regusto amargo, bocas soeces, chabacanería vital, pelanduscas descarriadas, corrupción sistémica de los dueños del cortijo, paciencia de mecha corta y miradas de Bukowski en la noche. Y Curro. Con Curro todo gana.

– NO GUSTARÁ:
A los que ciertos tonos lingüísticos les hacen taparse los oídos ni a aquellos que se les pueda atragantar una novela de un género tan concreto de ambientación completamente española sin las hipérboles de la novela o del cine americano de las mismas trazas. La legión de lectores de lo políticamente correcto hallará en esta obra motivos para encender la caldera de sus indignaciones. Tampoco será del interés de los amantes de las novelas ligeras de páginas.

– LA FRASE:
“Sevilla era oro de veinticuatro kilates. El futuro abandonaba esa nebulosa lejana y se condensaba en un ente líquido y volátil. Porque, según Víctor Hugo: <>. Y algo tenían claro Guevara y el Cobra: el temor no tendría cabida en ese futuro que se abría ante ellos. Para levantar un gran negocio como este hacen falta años, pero para hundirlo sobra con cinco minutos. Con una Expo recién estrenada y un ascenso directo a la cima del crimen, se hallaban en la esfera adecuada para la exoneración de sus pecados. El destino había redactado un prólogo con nombre propio, y ese era el de Benny Blanco”.

– RESEÑA: Hoy traemos para reseñar El pez globo de José Ángel Ríos. Hercúlea ficción pegada al aroma del albero de la capital andaluza. Sevilla a principios de los años noventa con la Expo 92 como el eje vertebrador y transformador (con permiso de los Juegos Olímpicos de Barcelona) de la España que se desperezaba paulatinamente de una dictadura de cuarenta años y que se creía que podía competir en identidad, imagen y fortaleza económica con el resto de sus socios europeos. Triste espejismo de lo que luego se comprobó que solamente fue algo fugaz, un simple paréntesis de lo que se concretó con una de las peores crisis económicas que ha sufrido el país: la de 1993. Pero antes, durante aquellos meses de vino y rosas de 1992, los ojos del mundo se posaran (levemente) en una acogedora ciudad española, sureña, guadalquivera, dorada al sol la mitad del año y tostada el resto, asaeteada de gracejo, bulerías, Feria, rebujitos y lunares de colores por el día pero que, al llegar el crepúsculo, se torna en una cueva de víboras donde los más espabilados y mejor preparados en la “pole position” de los bajos fondos salen a la superficie al olor de nuevas oportunidades de negocios ilegales. Históricamente los sectores más deprimidos y proscritos han ido a rebufo de las grandes concentraciones de masas o de los grandes acontecimientos políticos, culturales o deportivos. Así las prostitutas seguían a los ejércitos para ganarse unas monedas de la soldadesca al abrigo del fuego tras la batalla (hoy en día, el ejemplo habría que llevárselo a la final de UEFA Champions League donde la sede del evento importa meretrices del resto de Europa para un gran fin de semana de hacer caja), los carteristas celebran su particular día de acción de gracias en El Rastro de Madrid o en la Sevilla que hoy nos ocupa el polvo blanco daba asistencia, sustento, cobijo y divertimento a los cerca de 18 millones de visitantes de la Exposición Universal. Y de esta necesidad hicieron su baluarte y agosto El Cobra y Guevara (que bien podrían ser el Walter “Heisenberg” White y Jesse Pickman de la serie televisiva Breaking Bad. Aunque Guevara tiene un perfil más cercano a Saul Goodman… Ya saben: ante la duda “Mejor llamar a Saul“). Estas dos ovejas descarriadas pasarán las de Caín, capearán el temporal, bambolearán sus lealtades, acatarán y desacatarán recados, correrán como almas que lleva el diablo… Y todo ello para, al menos temporalmente, intentar alzarse con el cetro entronizado de los mayores narcotraficantes del momento.

En 1972 Coppola nos hizo creer que la Mafia consistía en un grupo de señores serios, de inteligencia estratégica, rodeados de glamour, copas de coñac, mansiones a la orilla del lago, noches de ópera y coches de rugiente cilindrada. Mataban o mandaban hacerlo con una especie de desidia lisérgica entallados en un traje de tres piezas con mocasines recién encerados a juego. Al año siguiente Scorsese nos mostró en Malas calles que el mafioso es un ser despreciable, con códigos de honor muy discutibles, envidioso, ambicioso y que no ha pasado de la educación secundaria ni tiene reparos en matar vestido de chándal y en deportivas. (Véase el final de “Casino”). En El pez globo el autor se lleva esta dicotomía a su terreno para crear unos personajes que confluyen en distintos momentos de sus quehaceres criminales eliminando todo reducto de elegancia y pomposidad. El aroma a calles que emanan efluvios de supervivencia animal se palpa en el ambiente. Los smokings quedarán para otras ocasiones.

El autor, pillo y juguetón, nos conecta con referentes del imaginario colectivo que el atento lector agradecerá. Aquí se citan cómics, películas, canciones, jerga y moda de la época. Todos estos referentes se particularizan exponencialmente en relación con la idiosincrasia andaluza. Este conocimiento sobre la materia dota a la obra de una mayor profundidad didáctica y léxica. También, de la mano de lo anterior, va unido el quirúrgico conocimiento de la Sevilla de principios de los años noventa: su geografía, su lógica interna, sus flujos y su cotidiana vida procesional.

Sevilla, a finales de los años ochenta, como en muchas otras ciudades españolas, (El Madrid de La Movida, La Marbella pre Gil, Bilbao de los años de plomo, Kaleborroka y Punk) sufrió el azote de la heroína que se llevó por delante a los que muchos denominan la Generación perdida. Fue una de las consecuencias de La Transición y, en concreto, de la laxitud legal en ciertas materias del gobierno socialista de Felipe González. Paradigmático es la siguiente frase: “Rockeros: el que no esté colocado, que se coloque… y al loro” que proclamó en 1984 el entonces alcalde madrileño, Enrique Tierno Galván. La libertad pilló a muchos con el pie cambiado y no supieron (o pudieron) ponerse límites. De hecho, no fue hasta 1990 cuando se metió mano en serio al narcotráfico con la Operación Nécora impulsada por el juez Baltasar Garzón. Por entonces la fariña entraba a toneladas sin control en España. Mientras tanto, la juventud se perdía en ella al no encontrar un futuro mejor rodeados de un ambiente que no auguraba un horizonte de bonanza ni oportunidades laborales. Pero si Sevilla quería ser el escaparate del mundo no podía permitirse imágenes escabrosas en los telediarios. Se adecentó la ciudad y se alejó del centro a los parias del menudeo y a los toxicómanos y demás rateros mindundis. Pero las apariencias engañaron ya que en su lugar entraron en el tablero de juego aquellos que vieron la oportunidad de convertirse en el patrio Pablo Emilio Escobar Gaviria. Las organizaciones criminales cojean si no tienen el apoyo de los suelos enmoquetados y aquí es donde aparecerá la peor calaña heredera del Régimen que todavía piensa que el mundo es suyo y que les deben algo. Todos ellos participarán en este Monopoly de poder, ambición, vanidad y orgullo desmedido en el que solo hay un trono y no hay medalla de plata.

José Ángel Ríos construye un carrusel muy bien ornamentado, ambientado y documentado. No es un thriller al uso de carreras sin sentido, conversaciones que dan vergüenza ajena, polis buenos y malos sin matiz alguno y causas épicas, vacuas e irrisorias. El autor cuida el lenguaje, a los personajes, las situaciones, el contexto y la información aportada (incluidas notas y recortes de prensa muy particulares). La Expo late con fuerza de nuevo. De la nostalgia de aquellos años hay una proyección muy realista (allí los españoles aprendimos el arte de hacer cola por todo). Sus paseos y pabellones cobran vida. Por las páginas de este libro volvemos a sentir todo lo que allí pasó de manera pública. Lo que sucedió bajo la superficie de la fiesta y la algarabía se cuenta en El Pez globo de una manera directa, desinhibida y sin censura (la misma que no había en aquella época y que ahora nos asalta en cada esquina de twitter). Además, el autor consigue adaptar virtuosamente el lenguaje tanto a cada personaje como a la voz del narrador. Ocurre por ejemplo que, mientras el protagonista hace de vientre en todo el santoral cristiano, el narrador emplea notas de un lirismo y una poética muy interesantes que elevan el nivel de la obra. Aunque es una novela netamente conversacional, rauda y briosa, en su narrativa no podemos obviar a un compositor que toca todas las teclas necesarias para redondear la faena que sus diestros protagonistas llevan a cabo a portagayola.

¿Y por qué el nombre de El pez globo? Tendrán que averiguarlo. Si les suena de algo Los pollos hermanos ya llevan mucho avanzado.

Y si con todo no les gusta, hagan que desaparezca como con Jimmy Hoffa. Nos referimos a la novela, no al autor 😉. Al autor hay que dejarle seguir escribiendo. Ganaremos todos.

“Lo que más me costaba era dejar aquella vida, me gustaba esa vida, nos trataban como a estrellas de cine peligrosas, teníamos todo sólo con pedirlo”. Ray Liotta – Uno de los nuestros.


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