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LA SENDA HACIA LO INFINITO

LA SENDA HACIA LO INFINITO

De la autora de “Xanina, la pequeña hada de la fuente” que reseñamos en recientes fechas, hoy traemos su último poemario, La senda hacia lo diáfano. Somos testigos de la voz de la autora ante lo inabarcable e insondable de la naturaleza y de su reglamento gestado por la propia Pachamama. La naturaleza, como las propias artes plásticas, no necesitan de sesudos críticos y guías para ser explicadas y entendidas. Ante lo infinito que supera todo raciocinio solo cabe postrarse para asumir el empequeñecimiento del que somos todos partícipes. No para todos, pero sí para muchos, el Síndrome de Stendhal impacta con fuerza en las emociones del espectador que se deja llevar por las sensaciones más atávicas. Fue el propio Stendhal el que en 1817 en la visita a la basílica de la Santa Cruz en Florencia escribió: «Había llegado a ese punto de emoción en el que se encuentran las sensaciones celestes dadas por las Bellas Artes y los sentimientos apasionados. Saliendo de Santa Croce, me latía el corazón, la vida estaba agotada en mí, andaba con miedo a caerme». Y así, el oficio de la poeta que tenemos entre manos es entresacar esos escenarios en el preciso momento en el que se produce el “milagro”. Es la fotografía en movimiento del haiku japonés. El punto exacto en el que el fenómeno sucede y el observador debe apuntar en su libreta de viajes aquello que le ha roto el alma. Ahí mismo se encuentra la senda de lo diáfano, a medio camino entre lo cotidiano y lo extraordinario, justo en esa pequeña membrana que las separa. La poetisa observa aquello que otros pasan por alto, vampirizados y fagocitados por la tecnología moderna, el mundo digital cada vez más intimidante y el consumismo de masas. En esta fraga de Cecebre de Wesceslao Fernández Flórez todo cobra vida, todo late, todo respira…
Frases-naturaleza-6 (1).jpgLa senda hacia de lo diáfano se nos presenta en una edición sobria y cuidada por Ediciones Vitruvio. Camina a contracorriente de lo que ahora está de moda en este curioso resurgir de la poesía que trata concepciones más ligeras de amoríos, desamores varios, reivindicaciones de toda índole y crítica social, acompañadas de ilustraciones impecables y muy coloristas (superando el espacio de las ilustraciones, en muchos de estos ejemplares, incluso al de la propia letra impresa). Además estos poemarios van encaminados al público más juvenil como lectores potenciales. Pero en esta senda con percha clásica, donde el contenido se reivindica sobre el continente, se pueden observar sin aromas mercadotécnicos, la calidad, profundidad y buqué de la obra. Su interior, con una tipología de letra tradicional y academista, despeja todo lo espurio para centrarse en el mensaje de las letras de la autora. Limpio, claro, conciso y con aires de permanencia atemporal.
maxresdefault.jpg¿Y cuál es el mensaje? Pues la relación del hombre con el entorno natural, con sus secretos, afecciones en el imaginario colectivo y su impronta desde tiempos inmemoriales. Vivimos en la época del culto a lo efímero, lo célere, la obsolescencia programada, la multitarea y la permanente comunicación con receptores lejanos y anónimos con los que se interactúan mensajes mundanos, escuetos y faltos de interés que no evocan cultura, reflexión ni autenticidad. En cambio, con la escrutadora mirada de Isabel Bernaldo, tendremos tiempo y espacio para deleitarnos en esos momentos en los que del alma brota una mirada propia e intransferible que se encama con el olor a tierra mojada y la cadencia del sonido infinitesimal de la raíces en perpetuo crecimiento desde el interior de las sombras. Porque de eso se trata, de sentidos: del tacto en la cara de un rayo de sol durante el estío, del sabor del aire que transporta la inminente tormenta, de la escucha de las gaviotas sobrevolando las barcas de los pescadores para escamotear algún pez aún bailante, de la mirada de un crepúsculo que se bate en retirada para sembrar de dudas a la humanidad, del olor a hierba recién cortada.
20190731_035046.jpgTodas las imágenes que comparte la autora siempre están tamizadas por la vinculación reflexiva que nos aporta la propia naturaleza más allá de su inconmensurable belleza. El secreto que, generación tras generación, trasciende el entendimiento humano y enraíza en el reflejo de nuestro destino. Este poemario recorre los miedos más profundos, los cambios estacionales, la vida y la muerte, la soledad, la camaradería, el eterno mito del retorno cíclico, las esperanzas, los adioses, la lucha por la supervivencia, las luces y las sombras, el depredador y la víctima. En definitiva, el orden dentro del caos como metáfora de nuestras propias vidas. Reflejos cotidianos que hemos creído doblegar y controlar bajo el falso dios del modernismo y la tecnificación de la sociedad, pero que para aquel espectador pausado y atento son el lugar donde la mente se junta con el cuerpo. Sin una planeta “b” para exiliarnos y si no somos capaces de escuchar los llantos desesperados y los síntomas de la fatiga del mundo en el que vivimos, nuestro destino estará ligado a las toneladas de desechos contaminantes que “nos” vertemos diariamente encima.
Y como salvaje es la naturaleza, que en ocasiones no entiende de reglamentos ni de métricas que encorseten su libertad creadora, así es la poesía de esta autora. No busca el rigor de la norma. Juega sin ataduras por sus poemas llevada por unos pasos siempre de desigual longitud, que van de los más pequeños y esquemáticos a los más diáfanos. Y es precisamente por esa senda por la que sigue discurriendo su camino, con el oído despejado de ceras y tapones y con la mirada puesta en el infinito. Solo así puede entenderse el brillante resultado final de la presente obra.


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