– GUSTARÁ:
A todos aquellos lectores que no se conforman con leer, sino que buscan aprender, discurrir, reflexionar y enjuiciar las obras que caen en sus manos. También será del interés de los lectores que estén interesados en productos realmente novedosos en sus fórmulas narrativas de ficción; ya que aquí encontrarán un camino muy poco transitado que abarca muchas temáticas pero no abraza en profundidad ninguna de ellas. Para amantes de lo atípico, libre de encasillamientos y experimental.
– NO GUSTARÁ:
A los lectores más pegados a los géneros tradicionales con su estructura clásica. Tampoco será del interés de los que, aunque les gusten los libros sobre reflexión filosófica y social, los prefieran en sesudos manuales académicos y universitarios. No será del estilo de los que abrazan los mantras más cortoplacistas de la autoayuda y del mindfulness arquetípico. Aléjense buscadores de eslóganes de repetición papagayística.
– LA FRASE:
“Me gusta el género literario de la poesía porque es irracional y no objetivo. El escribidor escribe lo que quiere; el lector lee lo que le da la gana. Bueno, en realidad toda forma de expresión literaria -textual u oral- es irracional, aunque relacional, claro. Incluso la que usa el lenguaje científico más puro y duro. El, seguramente, más formal de los lenguajes, el matemático, es poesía pura. No hace falta entenderlo, solo creérselo. Y ellos, los matemáticos, escriben poesía oscura e irracional. Ni siquiera ellos mismos se entienden. Los científicos crean sus cajas negras del conocimiento y el saber al modo de los antiguos grandes místicos. Sin que los demás entendamos ni una puta palabra. El saber ya no es objeto de culto popular, sino de negocio por parte de los charlatanes y vendedores de humo espiritual mezclando sus copiadas e infinitamente repetidas frases de autoayuda con píldoras de autoconocimiento interior. Mientras tanto, el lenguaje de la ciencia y las matemáticas se convierte en tecnología al uso de facilitarnos la vida. Nadie entiende lo que pasa. Y no pasa nada”.
– RESEÑA:
Hoy traemos para reseñar La esencia de las cosas de Josep Seguí Dolz. Intestina y pugilística lucha entre autor y protagonista en aras de alcanzar La Verdad o, al menos, su verdad. Un camino del héroe ulisíaco de ida y vuelta hacia una Itaca que, cual oasis en mitad del desierto, se aleja a cada paso que dan hacia la meta, tanto del propio autor como de su sombra jungiana, el protagonista. Un diálogo (¿platónico?) donde se pondrán las cartas sobre la mesa. Porque solamente a través del diálogo y el cambio de enfoques se puede llegar a un acuerdo, aunque sea endeble, con las personas que nos rodean y con el mundo en el que vivimos. La presente obra navega por aguas procelosas entre la realidad, la ficción, la nivola unamuniana, el realismo mágico sudamericano, el nihilismo de posguerra y el humanismo grecolatino pilar de la sociedad europea. Juega al despiste, al humor sibilino en ocasiones, y al grotesco y ennegrecido en otras. Utiliza artificios de tirar la piedra y esconder la mano, muestra muslo pero sin llegar a la lencería, se iza al funambulismo narrativo con las notas del autor y del editor (ya lo comprobarán) y al juego trampantojil con el espacio y el tiempo literario… Ucronía, distopía, utopía quizás. Desarbola el clasicismo de presentación, nudo y desenlace para encomendarse a la guerra de trincheras de un batiburrillo orgiástico y erudito en sus páginas. Esputa a lo Bukowski o Boris Vian en ocasiones para arrebujarse en posición defensiva fetal y sentimental en otras. Todo ello en un ámbito de punto de fuga de lo políticamente correcto y de los corsés que diariamente el gentío va ciñendo a los creadores y pensadores de contenido propio. Burla también la autocensura y la mordaza autoimpuesta desde las primeras líneas de la obra.
Valga la sinopsis del libro para hacer un célere resumen de lo que aquí podrá encontrar el lector. Más allá de esas líneas tendrán que aventurarse para ver de qué pasta está hecho este libro sin encasillamiento de género y con alma de miscelánea. Si le echan un vistazo a los antecedentes académicos, formativos y demás inquietudes vitales del autor se darán cuenta de que le será difícil no tocar todos los palos (aunque se enrede entre ellos en una cacofonía voluntaria) en un volumen que recoge las aguas de muchos riachuelos y afluentes para converger en un ancho río donde pugnará por llegar al mar tras muchas desventuras, conquistas e infortunios. Si la esencia de las cosas fuera una película se podría catalogar (si es que esto es posible) como de falso documental (falso ensayo en el presente caso) tipo Operación Palace u Operación Luna, o de metraje encontrado, como Blair Witch Project u Holocausto caníbal.
La mente humana se condiciona o prepara para recibir estímulos desde la realidad o desde la ficción, ya provengan de un libro, una película, un telediario o una conferencia. El problema radica cuando realidad y ficción se entremezclan y, como en El prisionero de Zenda, se intercambian los papeles. En este Tú a Boston y yo a California particular, el cerebro, acostumbrado a vivir en su saludable zona de confort, se cortocircuita al no tener rama a la que asirse con seguridad. Entonces debe pensar para salir del atolladero. Creemos que es esto precisamente lo que consigue (aunque desconocemos si es su pretensión) Josep Seguí Dolz con la presente obra. En este construccionismo social y literario el autor determina (e indetermina) un buen puñado de conceptos, procesos, reflexiones, inspiraciones y metodologías de aprendizaje y observación para intentar llegar al fin último de las cosas: su esencia. Un constructo de escatología laica que pulula por nuestro entorno y nos da pistas pero sin mostrarse tal y como es (como los poderes de la fuerza de Star Wars, que estar están, pero solo los elegidos son capaces de apreciarlos y utilizarlos en beneficio propio y en el de la galaxia). Es la misma esencia que buscó Jean-Baptiste Grenouille en El perfume o el doctor Frankenstein en sus experimentos postmortem. El Citius, altius, fortius, citado por Pierre de Coubertin en 1896 da buena cuenta de la eterna búsqueda de la que hace gala el autor en este extravagante (por desacostumbrado) libro de pensar. Lou Marinoff removió el género con Más Pláton y menos Prozac; así se pudo colocar la filosofía en el lineal de los más vendidos. Jostein Gaarder logró algo parecido con El mundo de Sofía. Pero cuidado, ¡DANGER!, que quede claro que por las páginas de este libro (aunque todos los autores puedan tocar temas universales) no asoman las manidas soflamas más o menos acertadas de Paulo Coelho, los quesos que desaparecen, los monjes que se deshacen del ferrari o los secretos varios que, tras su lectura, cambiarán para siempre la vida del lector. Aquí el autor sube los peldaños de la Escuela de Atenas entre semana, pero se lanza a los golfos versos de Sabina cuando llega el fin de semana. Y así, mezclando lo de arriba con lo de abajo, consigue crear una narrativa amena, sencilla, accesible y dinámica, toda ella alejada (salvo honrosas excepciones) del dogmatismo y barroquismo académico.
La esencia de las cosas es un pasatiempo lúcido, una autoparodia intelectual y un cúmulo de circunstancias personales que, como indica el propio autor, está parcelada, más que en capítulos, en temas. Guante de novela en puño de ensayo. Los temas abarcan todo el espacio conocido, ya que la fuente filosofal a la que acude el autor (en pos de la piedra; la filosofal, no la de Sísifo -que esa ya la arrastramos todos-) no conoce de compartimentos estancos. Así es que nos hablará cronológicamente del sexo, la política, la guerra, la filosofía, la tecnología, el amor, la soledad y, por todo lo anterior llegará a la conclusión: del final de las cosas o no. Todo ello, por supuesto, interconectado y empacado para realizar el viaje. Porque de viajes se trata esta aventura, tanto del externo como del interno. El protagonista, mientras viaja sin cuartel y sin pedir permiso por medio mundo, irá conociendo, asumiendo y bruñendo sus circunstancias de Ortega y Gasset mediante el crisol y el tamiz de las mujeres. Hallará el yang complementario que le hará conocerse a sí mismo mediante ellas (recordamos aquí la reseña del libro de Cayetano Santana, Las mujeres imposibles, que mucho dijo sobre esta cuestión). Es precisamente en compañía de mujeres, desde la intimidad del catre, al olvido, al despecho, a los sentimientos encontrados, a los corazones robados y macerados en adobo, a la distancia infranqueable, a la añoranza, a la nostalgia, al reencuentro, al coraje de los trenes que solamente pasan una vez y a los que duermen en vía muerta, donde redefinirá su impronta personal. De su día a día enclaustrado en sus responsabilidades laborales a la libertad del viaje y el aprendizaje de lo divino y lo mundano junto a este tropel de mujeres que se cuelan por todos los intersticios de su vida, el protagonista avanzará en una rueca cíclica que del comienzo le llevará al final y de nuevo al principio.
La esencia de las cosas que, como ya hemos comentado bebe de muchos géneros, postulados y recursos narrativos, nos recuerda a Un mundo feliz tanto por el tono como por el fondo. La inmortal distopía de Aldous Huxley nos presenta con naturalidad y cotidianidad (desde su formidable introducción) un mundo que, aunque diferente al nuestro, lo reconocemos perfectamente en su lógica interna (al igual que en El cuento de la criada de Margaret Atwwood). Este es el reconocimiento del Black mirror que nos devuelve desafiante la mirada para encontrase con una cara cansada y castigada que únicamente quiere encontrar el sitio donde poder descansar en paz de pensamientos tóxicos.
Josep Seguí Dolz ha hecho un ejercicio de regurgitación de todo su saber y todas sus inquietudes recorriendo los siete círculos del infierno de Dante como etapas emocionales teniendo a su protagonista como Virgilio; desde la castrante angustia hasta el éxtasis más gratificante. Mediante el intercambio de pareceres, los viajes que oxigenan la mente y las distintas compañías que ensanchan el saber y el punto de vista del protagonista, somos testigos de una rara avis dentro del panorama literario actual. Su fórmula es única y tan personal que es un género en sí mismo. Desde el aprendizaje de temas científicos al humor cínico y desprejuiciado, el tono del presente libro hará las delicias de todos aquellos que prefieren llegar a su destino por la senda menos transitada.