Odón Calleja es un inspector de policía asturiano, con los cuarenta bien superados, y harto de un comisario jefe inepto, dependiente de los laboratorios y déspota. Pepe es un ingeniero, más o menos de la misma edad que Odón, que busca reorientar su vida profesional hacia la consultoría pericial por cuenta propia. Ambos se conocen casualmente y fundan la Agencia de Investigación Marbella, con oficinas centrales en La Felguera. Después de resolver con brillantez su primer caso importante, se enfrentan ahora a un nuevo enigma preñado de peligros invisibles. Ramón García, potentado empresario ovetense, fallece en un extraño accidente de tráfico, en un lugar donde no debería estar, y a bordo de un coche sin número de bastidor y conducido por un tipo imposible de identificar. Cuando las fuerzas del orden encargadas del caso comienzan a atascarse en sus investigaciones, la viuda contrata a la Agencia de Investigación Marbella en un intento desesperado de darle aire a las pesquisas. Los miradores verdes es la segunda entrega de la serie dedicada al detective Calleja; un profesional atípico en el mundo de las novelas policiales porque no bebe, no fuma, no sufre, y participa activamente en el crecimiento de una feliz familia, junto con su esposa Margarita y sus dos hijos.
– AUTOR –
Luis Pastrana nace en Asturias, en la Cuenca Minera del Nalón, en 1962, en el seno de una familia tradicional de clase media. En 1988 finaliza sus estudios de Ingeniería Industrial y, desde entonces, ejerce ininterrumpidamente tal profesión. Aficionado desde siempre a la lectura y la escritura, aprovecha las circunstancias adversas del confinamiento y las regulaciones temporales de empleo por el COVID19 para iniciar su singladura literaria, narrando las peripecias del ingeniero sin nombre en su bilogía de intriga industrial, compuesta por las novelas Cuarenta estaciones y Fin de trayecto. Posteriormente, en la CdC ―Colección detective Calleja―, da vida a la irrepetible Agencia de Investigación Marbella. Los miradores verdes, la segunda entrega de la serie dedicada al detective Calleja, es su cuarta novela, precedida de las ya citadas Cuarenta estaciones y Fin de trayecto, y de Nuevos horizontes, las tres publicadas también por el Grupo Editorial Círculo Rojo.
– GUSTARÁ
A los lectores de novela de detectives contemporáneos donde el canon clásico ha variado notablemente. También será del interés de aquellos lectores de novela corta que prefieren ir al grano y eliminar la paja y con ello extensas descripciones narrativas. Tendrán también su parcela los amantes de los coches y de las técnicas de investigación criminal. Por supuesto es una buena noticia para los seguidores de las aventuras del detective Odón Calleja. Para amante de la novela muy conversativa y coloquial.
– NO GUSTARÁ
A los lectores que prefieren las reglas clásicas del género y menos la actualización de la narrativa detectivesca. Tampoco será del interés de aquellos seguidores de las escenas cruentas, mesas de autopsias y escenarios del crimen salpimentados de elementos escabrosos y gráficos. Los lectores más cercanos al thriller y a los ritmos endiablados con persecuciones de cine y falta de aliento en cada capítulo se les podría quedar esta novela algo alejada de sus intereses.
– LA FRASE
«Comprendemos su impaciencia, pero ¿qué pensaría usted si hoy le dijéramos <<blanco>> y mañana tuviéramos que rectificar a <<negro>>? Tenga usted en cuenta que nosotros hemos empezado a trabajar en el caso hace diez días. Eso es muy poco tiempo para resolver un caso en el que los más allegados a la víctima dicen ignorar cualquier detalle relacionado con su accidente».
– RESEÑA
Hoy traemos para reseñar la novela Los miradores verdes de J. Luis Pastrana, la última aventura del detective Calleja. El camino que transita el autor y su detective de cabecera lleva ya mucha solera en el imaginario colectivo literario. Desde los inicios del género, con la semilla de Edgar Allan Poe que dotó de vida a su incansable detective Auguste Dupin en la trilogía de Los crímenes de la calle Morgue, El misterio de Marie Rogét y La carta robada, pasando por el detective más influyente de todos los tiempos, con permiso de Miss Marple y Hércules Poirot, el imbatible Sherlock Holmes. También no debemos olvidar a Arséne Lupin de Maurice Leblanc, que además de dirigir una agencia de detectives se jactaba de ser un caballero ladrón, ni al noir clásico estadounidense, ni a la más reciente novela negra nórdica ni al thriller contemporáneo made in Spain encarnado en la pluma de Dolores Redondo, Juan Madrid, Eva García Sanz de Urturi, César Pérez Chillida, Juan Gómez-Jurado, Alicia Giménez Bartlett, Manuel Vázquez Montalbán, Javier Castillo, Mikel Santiago, etc. Tampoco olvidemos la trilogía Mr. Mercedes de Stephen King y su singular trío de investigadores. Toda esta evolución de métodos inductivos y deductivos con olor a sangre, a bajos fondos, a infidelidades fatales, a vendettas o a envidias malsanas nos han llevado hasta el presente, pero con novedades. Los métodos y, sobre todo, la tecnología han digitalizado el trabajo policial y detectivesco. Se ha pasado de las largas horas de espera en el coche con un teleobjetivo y a rondas interminables bajo la mortecina luz de farolas de madrugada bajo la niebla, a la intervención de las comunicaciones, la triangulación móvil de los sospechosos, el uso de drones espías, los reactivos forenses en la escena del crimen o a las cámaras de identificación facial. Muy lejos quedan ya las técnicas aplicadas para averiguar quién fue el brutal criminal de la calle Morgue. Aunque no todo ha cambiado, la humanidad del criminal y los resortes para su perfidia siguen obedeciendo a las mismas reglas. Además de la eterna pregunta: ¿suicidio o asesinato?
Los miradores verdes expone la moderna técnica policial y detectivesca, pero no se olvida del poder analógico más importante de toda investigación: el interrogatorio pausado, desmenuzado, analítico y contrapuesto. Al igual que el cazarrecompensas Rick Deckard era capaz de ver más allá de los ojos de los replicantes, Odón Calleja escruta a través de la insondable mirada de sus interrogados, para encontrar alguna grieta que rompa el hermetismo de la coartada, el móvil y la presunta participación en los hechos. Es de esta manera cómo el lector irá conociendo al nutrido grupo de personajes que jalona la novela durante sus concentradas poco más de doscientas páginas. Es, precisamente, para algunos la labor interrogativa la que causa algo de sopor lector, ya que esta, como no podría ser de otra manera, pausa la acción y la carga más dramática y oscura de la narración. En cambio, para otros lectores, es el momento de hacer un ejercicio de empatía y hermanamiento con el detective para tirar de los cabos sueltos y compararse con las células grises del protagonista. Será el momento de desenmascarar todas y cada una de las relaciones de los sospechosos con el hecho luctuoso que se expone en las primeras páginas de la novela como clásico comienzo del género (poner un muerto sobre la mesa es el detonante de toda buena historia que se precie).
En Los Miradores verdes nos encontramos a un narrador en primera persona que nos recuerda a la camaradería entre Watson y Sherlock. A su lado iremos desgranando todas las pesquisas e investigaciones del detective principal, Odón Calleja, copropietario y detective jefe de la agencia de Investigación Marbella. Watson, su compañero, es Pepe Pastrana, narrador, copropietario de la mencionada agencia e ingeniero detective. Aparte de estos dos protagonistas principales, tenemos a Basilio (el Mangui), auxiliar, el Guaje, genio informático y colaborador, y el perro de Basilio, Ladislao «Lalo»: un pitbull friolero, mimoso y “poco trabajador”. Del otro lado, encontramos a una familia empresaria que no facilitará la resolución del caso al esconder cada uno, por distintos motivos, algún que otro secreto al más puro estilo Puñales por la espalda (Knives out, Rian Johnson, 2019).
Todos los anteriormente mencionados forman el singular grupo de una agencia de detectives sita en la parroquia de Felguera, perteneciente al concejo Asturiano de Langreo, un lugar alejado del glamour característico de este tipo de obras. Otro de los puntos que separa la presente narración de la tradición del género es la cotidianeidad de sus protagonistas, no solo en la parte de los «sospechosos habituales» sino también en la parte de los «buenos». Al contrario de la descripción de detectives de vida disoluta, problemas con la bebida, el juego, las mujeres… En la presente novela nos encontramos ante la profesionalización de estas labores. La mecánica cambia, la vida personal y la profesional tienen sus límites y no se intercambian en una suerte de tabla de salvación para protagonistas que viven al borde del abismo. Ahora, en cambio, el detective mecaniza y ciñe su trabajo al marco estrictamente laboral (con salvedades). Aunque siempre habrá trabajo que llevarse a casa, este no se ensaña cruelmente con el alma del protagonista. La implicación es justa y la parte personal tiene margen para salir airosa del impacto de los sucesos que acontecen.
Finalmente, las pesquisas llegarán hasta un lado demasiado oscuro como para hacer reflexionar a la parte contratante de los servicios de Odón Calleja si no hubiera sido mejor dejar las cosas como estaban. La ponzoña del alma humana es insondable y tras la fachada del decoro y las buenas formas se encuentran comportamientos más que abominables. Pese a los cruentos descubrimientos, la narrativa de J. Luis Pastrana no elige el camino del grafismo encarnizado ni el del ritmo vertiginoso y cinematográfico. En cambio, ofrece al lector un ritmo analítico y pausado de descubrimientos que nos llevarán a un lugar de pesadilla. Dependiendo del tipo de lector que se acerque a esta obra podrá encajarle más o menos el tono que el autor le ha conferido, pero en cualquier caso tendrá que concederle un notable divertimento que no se va por las ramas y se dirige al grano. Deseamos que el detective Calleja y todo su equipo sigan engrosando su currículum de casos resueltos y entuertos aclarados.
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