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HISTORIAS DIARIAS DE GENTE CORRIENTE

HISTORIAS DIARIAS DE GENTE CORRIENTE

– GUSTARÁ:
A aquellas almas atormentadas (y a las que no ;-)) que disfrutan con narraciones pegadas a la realidad social y al sentimiento mas enraizado en el alma de la autora. Un conversación personal que se basa en las confidencias de la escritora a quien quiera sentarse con ella a tomar un café y escuchar sus historias bruñidas del polvo de los años caminados y de la experiencia de quien se ha visto sometida a los vaivenes de una fuerte marejada. Historias cortas, sencillas y fáciles de leer, aunque de difícil asimilación para lectores impresionables.
– NO GUSTARÁ:
A aquellos amantes de una ficción más liviana que no atenace el alma ni haga reflexionar sobre el dramatismo en el que vivimos. Un filo de difícil control. Un hilo cósmico que en el momento más insospechado se rompe dejando a sus actores a merced del viento huracanado. Los lectores no hallarán aquí, tanto un vehículo de divertimento, como de reflexión sobre el medio en el que habitamos.
– LA FRASE:
“Nos sentamos en el muro interior y, como si no existiera nadie más, nos dedicamos a contemplar aquella majestuosa vista mientras, casi sin darnos cuenta, nos contábamos nuestras vidas, sin secretos, sin mentiras, como si nos desnudásemos el uno frente al otro, mostrándonos tal como éramos…”.
– RESEÑA: Hoy traemos para reseñar Historias diarias de gente corriente de Helga Fernández Ruiz. Seis historias muy personales (cliché de amplia utilización pero que en el presente caso toma una relevancia notable ya que durante todo el relato la autora habla del realismo social, de la crítica descarnada, de la pérdida, del abuso, de la violencia y, en última instancia, de la esperanza). El comienzo del libro con sus cuatro primeros relatos no deja lugar al sosiego. El bofetón es de aúpa. Cero concesiones, cero edulcoramiento, cero conserva almibarada. No queda resquicio alguno para boquear fuera del agua. Existe un ahogamiento pleno en la dureza del texto y de sus imágenes. En apenas cuarenta páginas la autora grita su afonía al mundo sin tinta china ni cortapisas limitantes. La muerte, la violencia y el abuso se entrecruzan en esta puesta en escena con el propósito de golpear desde el mentón al bajo vientre. De forma escueta y poderosa la autora aúna fuerzas expeditivas para mostrar el mundo que nos rodea, en silencio en la mayoría de ocasiones, y que afecta a un buen número de individuos anónimos. Personas a las que se les cercenan sus sentimientos y no tienen otra salida que vivir de por vida con la muleta del dramatismo, la llamada inefable del pasado y el dolor de la ausencia que taladra a los que quedan atrás.
Uno de los pilares de la literatura es recrear y mostrar la realidad mediante un juego de espejos distorsionadores a un indefinido lector para que pueda verse representado por alusiones a sus sentimientos, sus logros, sus miedos, sus querencias o sus esperanzas. En el presente libro la autora logra, con su arrolladora fuerza inicial, que la empatía de sus palabras llegue tan hondo como la sensibilidad del lector que dudará de la posible firma de la autobiografía de la propia escritora. Es precisamente ahí donde radica principalmente la labor de cada creador de historias: introducir en sus lectores la semilla de la incertidumbre. El actor miente, el mago miente y el escritor también lo hace. Con apariencia de realidad será el lector el que tenga que recorrer un largo camino en el que optará si creer o no en el dogma de lo que lee. En el momento en que dude de la existencia del relato la conexión autor/lector se habrá perdido. Y esto es válido para la obra netamente de ficción como para aquellas, como la presente, más pegadas a la realidad social. Lo mismo da recorrer la Tierra Media de la mano de Frodo Bolsón o entrar en el desgarrador mundo de Las cenizas de Ángela. La ficción literaria debe albergar en su núcleo una apariencia de verosimilitud imprescindible para que el relato sea consumido sin que el lector sea consciente de la impostura en la que ha sido enclavado. Los primeros compases de este relato se acercan tanto a lo real que asustan.
A continuación llegamos al relato más largo del libro, El embrujo de Granada. Aquí el tono dramático se relaja algo, una pizca al menos. El telón de fondo es La Alhambra, que tantas lágrimas ha hecho verter, desde la pura batalla, pasando por el romanticismo más exacerbado, hasta la leyendas que albergan sus muros rojizos, sus interiores policromáticos, sus intrincados pasillos y pasajes y sus patios jalonados del fresco gorgoteo de sus fuentes. Así lo narró Washington Irving con sus Cuentos, que estando en prosa, tienen alma de verso. La Alhambra como fuente de inspiración, mezcla de culturas y sensibilidades, e inspiración y refugio de almas atormentadas y enamoradizas. La autora nos habla de lo que pudo ser y no fue, de los trenes que pasan una sola vez, y de aquellos que finalizan sus días oxidados en vías muertas. En un tono más relajado nos ofrece un relato más cotidiano, desenfadado y “folletinesco”. Esperanza, nostalgia, recuerdos, miradas a media luz al pasado como dos amantes iluminados por una farola que va camino de fundirse.
Y por último, y como canto de esperanza ante un mundo que enmudece frente al dramatismo personal pero que se enorgullece de dar cabida a todas las sensibilidades y necesidades, la autora cierra el círculo con un homenaje a las raíces verdaderas, a la familia más protectora, a la herencia recibida y que debe ser venerada, respetada, recordada y actualizada. Este paso hacia adelante en las postrimerías de la obra nos indica que, pese a las piedras del camino, en el horizonte siempre brilla el sol aunque trate de ocultarse tras férreos nubarrones. La tormenta pasa y puede llevarse la esperanza con ella, o no. De ahí, de la esperanza, nace la fuerza interior que se halla en el corazón de cada personaje que deambula por estas historias corrientes de Helga Fernández Ruiz.


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