GHOST IN THE SHELL – ¿SUEÑA EL ALMA HUMANA CON OVEJAS ELÉCTRICAS?
RESUMEN:
Basada en la internacionalmente aclamada saga de ciencia ficción «Ghost in the Shell”. Narra la historia de «The Major», un híbrido cyborg-humano femenino único en su especie, que trabaja en operaciones especiales y dirige un grupo operativo de élite llamado Sección 9. Consagrada a detener a los extremistas y criminales más peligrosos, la Sección 9 se enfrenta a un enemigo cuyo objetivo principal consiste en anular los avances de Hanka Robotic en el campo de la ciber-tecnología.
CRÍTICA: (7,0)
Matrix Reloaded (Hermanos Wachowski 2003, a día de hoy herman@s), nos introduce la siguiente problemática acerca de la evolución, la dependencia, y la supremacía de la evolución del género humano.
(Consejero Hamman): Estas máquinas nos mantienen vivos, mientras otras máquinas quieren matarnos. Interesante, ¿no? El poder de dar la vida…y de quitarla.
(Neo): Tenemos el mismo poder.
(Consejero Hamman): Sí, supongo que sí, a veces aquí abajo pienso en toda esa gente que sigue enchufada a Matrix, y al ver estas máquinas, sin querer pienso que, en cierto modo, estamos enchufados a ellas.
(Neo): Nosotros las dominamos, ellas no nos dominan.
(Consejero Hamman): No, claro que no. No podrían. La idea en absurda, pero…le lleva a uno a cuestionarse; ¿en qué consiste el dominio?
(Neo): Si queremos, podemos apagar estas máquinas.
(Consejero Hamman): Jajaja, cierto, eso es, ¡sí señor! Eso es el dominio. Si queremos podemos hacerlas añicos. Aunque si lo hiciéramos habría que preveer que pasaría con la electricidad, la calefacción, la purificación del aire…
En Matrix nos cuestionábamos si la creación de las máquinas con inteligencia artificial podía ocasionar la esclavitud del género humano, dejando a los complejos sistemas robóticos como únicos testigos de la evolución humana. Precisamente una evolución sin humanos. Pero como indicaba Neo, siempre podemos apagarlas, el dominio de la evolución lo tiene el ser humano y su botón omnipresente de On/Off, aunque esto conlleve la carestía de las comodidades más esenciales, podríamos subsistir sin ellas. En el mismo año 2003 veíamos como la red Skinet en Terminator 3 (Jonathan Mostow) se sublevaba para evolucionar hacia un estrato donde el ser humano es prescindible mano de obra barata.
En la obra cumbre de Philip K. Dick ¿sueñan los androides con ovejas eléctricas?, llevada al cine con el nombre de Blade Runner (Ridley Scott – 1982), se exploraba muy a fondo la filosofía, autoconocimiento y ética de los replicantes en un entorno hostil. ¿Qué siente un ser sintético dotado de capacidades intelectuales avanzadas cuando conoce la función de su creación, la esclavitud de sus funciones y el yugo de su posición en la sociedad? Pues es muy probable que el resultado de la ecuación sea la rebelión contra su creador y contra aquellos que no son sus iguales, buscando en sus coetáneos el apoyo necesario para la revolución y consecuentemente operar una nueva sociedad a su imagen y semejanza, aspirando a matar a su dios, para reemplazarlo por ellos mismos. Es el ejemplo claro en Inteligencia artificial, (Steven Spielberg 2001). Es la rebelión en busca de un sitio en la creación, (El hombre bicentenario basada en una novela de Isaac Asimov, (Chris Columbus 2000) o el Frankenstein clásico con su fracaso identitario. ¿Qué quiere realmente un Hal 9000 que se cree más inteligente que todo lo que le rodea pero está consignado a los designios de unos seres infinitamente inferiores a su capacidad cognitiva en 2001: Una odisea en el espacio (Stanley Kubrick – 1968). ¿Qué es el monolito, sino un impulso para seguir avanzando hacia un lugar que no nos pertenece aún y que en su evolución a golpe de fémur podamos llegar hasta los secretos últimos del conocimiento, y con ellos, al de nosotros mismos?
Tron (Steven Lisberger – 1982) acercaba el concepto de una vida plena en una red computerizada que se tornaba real para sus habitantes, manando sufrimiento para todos ellos que se encontraban sumidos en el caos de los caprichos de Dilliner “control central de programas”. En Ghost in the Shell nos encontramos al personaje de Kuze que invita deliberadamente a Major MotokoKusanagi a entrar en su propio “Tron” para volar libres por las redes en busca de su alma, de otro cuerpo y de venganza. También en El cortador de césped (Brett Leonard – 1992) basada en un relato de Stephen King, nos mostraban la delgada línea que separa la realidad de la ficción en los primeros pasos de la realidad virtual. Si el cerebro asimila un suceso como real, es real. Ejemplo claro y todo un clásico de la injerencia mental es Desafío Total, (Paul Verhoeven – 1990).
En Metrópolis (Fritz Lang – 1927) ya contábamos con la heroína María, posiblemente la primera mujer robot, que trataba de conciliar a dos mundos totalmente diferentes, el de la élite de pensadores y el de la casta de operarios que trabajan para ellos en las cloacas y ghettos de la ciudad subterránea. (Guiño a Mad Max – Más allá de la cúpula del trueno, George Miller – 1985). ¿No usaban acaso los nazis a los judíos como mano de obra barata para su maquinaria de guerra, los faraones egipcios a los israelitas y a otras tribus esclavizadas del alto Nilo o los aztecas a los esclavos llamados tlacotin que recolectaban tras sus cruentas conquistas, humillándoles con los tradicionales collares de madera?. En Ghost in the Shell también podemos ver una ciudad desdoblada en dos mitades. La zona marcada por el ocio, el placer, la lujuria, y las altas esferas, y otra mucho más sucia alejada del bullicio del centro, de increíbles torres de edificios de hacinamiento sumo, charcas apestosas a sus pies y basura en cada esquina.
Parece que la conclusión es que el género humano no sabe convivir con un ser diferente (o que a sus ojos se vea diferente, aunque realmente no lo sea). Desde tiempos inmemoriales y tras generaciones de mezclas, los Neandertales perderían su identidad genética, siendo absorbida por la población del Homo Sapiens y solo así, viéndose iguales, pudieron aplacar sus ansias de dominación hacia la otra especie. Hoy en día ocurre lo mismo con las muestras de racismo, homofobia, etc. Por supuesto que si llegase una raza extraterrestre de manera pacífica a la tierra, sin saber cómo, al final nos los intentaríamos cargar…miedo a la diferencia, miedo al otro. Hasta la fecha todas las civilizaciones superiores en tecnología y armamento han acabado con los inferiores, (guiño a los avisos de actualidad que Stephen Hawking está difundiendo sobre los peligros de hacer contacto con razas extraterrestres). Excusas mil, pero la realidad pasa porque solamente en la igualdad identitaria se puede construir un futuro esperanzador, y tornar lo diferente por igual sería la vía de su consecución. Es justamente en la novela Soy leyenda del genial Richard Matheson, que difiere completamente de la versión cinematográfica protagonizada por Will Smith de 2007 e incluso de «El último hombre sobre la tierra” protagonizada por Charlton Heston en 1971, donde se pone de manifiesto que en situaciones de desigualdad gana la especie más fuerte. Y hablando de Charlton Heston, es ineludible hablar de El planeta de los simios (Franklin Schaffner – 1968) (no de la olvidable de título homónimo de Tim Burton – 2001). Aquí nos encontramos como la paradoja de la evolución ha ocasionado el efecto del cazador cazado, y quien se encuentra en minoría siempre tiene las de perder. Estos asuntos tienen muchos nombres, limpieza étnica es uno de ellos, eugenesia, otro.
Ghost in the Shell, da un paso más allá. ¿Y si el vínculo bio-robótico se ha estandarizado en una sociedad que evoluciona conectada a una red infinita multineuronal y la desconexión ya no fuera posible, so pena de perder la vida en ello?, o incluso expandiendo la vida más allá del propio cuerpo que quedaría desechado para verter toda nuestra existencia en una red digital mundial interconectada. Hoy en día entra dentro de nuestros parámetros rutinarios y éticos los implantes mamarios, la ortopedia de todo tipo, los implantes dentales, los audífonos, los marcapasos, el empleo de placas de titanio en distintas operaciones quirúrgicas, las operaciones refractarias, las técnicas de reproducción asistida, los balones intragástricos, etc. Llegados a este punto podríamos dar un paso más allá, ¿desecharías un hígado fabricado en una impresora 3D?, ¿y una operación para tener visión nocturna?, ¿y un ensanchamiento para ganar masa muscular?, no, tampoco, parece que entra dentro de lo que podemos llegar a tolerar. ¿Y si en esta escalada evolutiva llegamos a intercambiar nuestro formato físico humano por distintos modelos prefabricados como maniquíes de Zara con mil herramientas y mejoras físicas y así ya de paso nos actualizamos el software cerebral para adaptarlo a las nuevas necesidades?, ¿y por qué en definitiva no dejamos nuestro cuerpo atrás para vivir únicamente en la nube como un haz de datos? Total si ya no miramos ni por la ventana, ni olemos la lluvia, ni tocamos a nuestros seres queridos. Si nos movemos menos que los habitantes de la película de Pixar Wall-e, para vivir nuestra triste vida sobre pantallas que escupen a youtubers ofensivos, realities de pordioseros morales y publicidad dionisíaca y vomitiva.
Ghost in the Shell nos cuestiona la identidad que somos y la que está por venir. El coste y beneficios que detentan las decisiones gubernamentales y deontológicas de los diferentes sectores interesados serán los responsables del futuro que nos espera. Porque aunque creamos que como en Matrix podemos apagar el interruptor, acaso, ¿podríamos negar a nuestro hijo un implante cerebral para que aprenda un idioma en cinco segundos? ¿Y si el resto de la clase ya cuenta con él?, ¿dejaríamos voluntariamente de vivir 200 años por no hacernos la “ITV” anual de cambio y encerado de los órganos internos?, ¿no querríamos eliminar de nuestra mente los traumas infantiles, las diversas fobias o los peores episodios de nuestras vidas con un simple pinchazo en el cortex prefrontal?
En Robocop (Paul Verhoeven 1987) se trata de OCP (Omni Consumer Products), en Ghost in the Shell (Rupert Sanders – 2017) es Hanka Robotic, en (Yo robot – Alex Proyas 2004) es USR (United States Robotics), en El sexto día (Roger Spottiswoode – 2000) es Re-PetIndustries. Siempre nos encontraremos con una gran corporación comercial que abre las puertas del campo y con ello engrasa las bisagras de la caja de Pandora. Tiran la piedra y luego si hay daños colaterales esconden la mano, aunque la magnitud del daño ya sea del todo irreversible.
Todo se nos plantea en este digno filme del casi debutante, (Blancanieves y la leyenda del cazador 2012 es para llorar, sí, sí, llorar y no echar gota). La BSO pasa desapercibida, menos en algunos momentos brillantes para dar paso a los efectos sonoros más efectistas y reventadores, acribillando cristaleras. El diseño de producción pondrá en jaque la próxima llegada de Blade Runner 2049, ya que los maravillosos peces holográficos y las geishas-araña serán muy difíciles de superar… (Aquí la sombra de Blade Runner es muy alargada, que no deja de ser la raíz de todo este asunto).
Se podría echar de menos la empatía y la fuerza interpretativa de Alicia Vikander en ExMachina (Alex Garland – 2015), la eterna tristeza de Carrie-Anne Moss en Matrix o la fiera mirada de la implacable Terminatrix Kristanna Loken en Terminator 3, aunque podemos concluir que el trabajo de Scalett Johansson es correcto.
En cambio Michael Pitt incomparable en la serie Boardwalk Empire o en la película Funny Games, la experimentada y siempre resolutiva Juliette Binoche, o Takeshi Kitano, inolvidable en Zaitoichi o Battle Royal hacen un complemento muy bien equilibrado a la “prima donna” que en estos momento puede que esté más preocupada por los asuntos legales sobre la custodia de su hija con su exmarido o con su reivindicativa militancia política.
Y por último (!una y no más Santo Tomás¡) el cine actual no está preparado para la tecnología en 3D tal y como la conocemos hoy en día. No existe inmersión plena, la oscuridad de las lentes consigue que todas las películas parezcan El Nombre de la Rosa, Seven, En busca del fuego o Barry Lyndon. Se pierden detalles y muchos. Además creo que ya no nos asombramos porque nos lancen unos cuantos cascotes o cristales. No cuela.
Si has llegado hasta aquí, te preguntarás si hay salida a la irrefrenable tecnología que se nos cuela cada vez más profundamente en nuestras lacias improntas de seres desmemoriados. La respuesta a lo mejor se halla en Juegos de guerra (John Badham – 1983). Joshua (WOPR):Un juego muy extraño. La única forma de ganar es no jugar. ¿Qué tal una partida de ajedrez?
Estupenda crítica que deja al lector asomado al contenido de una «muñeca rusa» con tantas capas y réplicas como éste sea capaz de afrontar. Enhorabuena.
30 marzo, 2017 en 10:48 am
Estupenda crítica que deja al lector asomado al contenido de una «muñeca rusa» con tantas capas y réplicas como éste sea capaz de afrontar. Enhorabuena.
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2 abril, 2017 en 9:55 pm
Gracias por tu comentario. Joaquín
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