ROGUE ONE, UNA NUEVA ESPERANZA
Corría el año 1983 y se estrenaba el Retorno del Jedi en pantalla grande. Seis años antes un barbudo medio hippie había asombrado al mundo entero con un cuento espacial sin muchas pretensiones.
El que escribe, ahora ya treintañero plus, levantaba apenas cuatro años del suelo con una imaginación en pleno desarrollo, esponja adaptativa en ciernes. Sucedió con la complicidad de un padre, (que ya se había preocupado anteriormente de ponerme las dos primeras películas de la saga en casa en Vhs) amante de la ciencia ficción, de la magia, de las líneas de nazca y del astronauta de Palenque, disfrutador de maestros como Jacques Bergier, Thor Heyerdhal, Jiménez del Oso, J.J. Benitez y tantos otros…y una madre amante del cine con predilección por Harrison Ford pero más, por las ilusiones de un hijo. Me plantaron seguramente en un cine de la Gran Vía madrileña con sus ya extintas largas colas de espectadores a la intemperie pasando frío y dando la vuelta a la manzana. Qué fantástica sensación cuando se acercaba la taquilla y se obtenía el preciado botín. Al atravesar aquellas puertas, qué decir, la película acababa de empezar. Todo te indicaba que eras insignificante ante aquellas moquetas rojas, esas puertas de madera, esos carteles de películas clásicas y esos techos altísimos con esculturas de cualquier índole. Son esas primeras sesiones cinematográficas las que marcan para siempre el imaginario y la habilidad exploratoria de un mozalbete. Hasta telón tenían aquellas pantallas…se abría…se apagaban las luces…pasaban unos acomodadores con unas lucecitas…personas cuchicheando…de repente todo se detenía…un hálito invisible recorría la sala…la calma antes de la tempestad…y finalmente ocurría. Arrancaban las clásicas letras de inicio de Star Wars acompañadas por el “main title” de John Williams…y ya era demasiado tarde, fueron suficientes dos horas de metraje para recibir una impronta, un código fuente tan intenso que treinta y pico años después sigue vigente.
La ficción en ocasiones basta con compartirla en malos caladeros para que se sienta empequeñecida y vilipendiada. Las personas olvidamos un tiempo en el que retozábamos por el suelo soñando con conquistar Fort Apache, ganar carreras de coches o volar a la luna. El niño interior no desaparece ruidosamente y con algarabía, más bien se va lentamente andando de puntillas hacia una puerta lateral, cerrándola por fuera con sumo cuidado para no hacer ruido. Aquellas personas que han vaciado el cuarto de juegos de sus mentes se empeñan en vaciar los cuartos de las demás personas, y eso no se puede permitir.
Es un cuarto desordenado, lleno de colores y de escenas, cientos de criaturas nadan, vuelan y juegan en prados, lagos y montañas…la ficción juega y se multiplica…el mundo de fantasía se retroalimenta y se expande infinitamente o se convierte en el cuartucho mohoso y polvoriento de debajo de la escalera. Todo ello dependerá del sujeto y de la importancia que le asigne. La ficción te transforma y vive en ti, y te lleva lejos muy lejos, quizás a hace mucho tiempo a una galaxia muy muy lejana…
En un mundo en el que el Tigretón, el Bony, y la Pantera rosa ya no saben igual, (y nunca lo harán), los herederos de aquella gloriosa edad galáctica lo único que anhelamos es que el mito se mantenga en pie, y aguante los bamboleos del creciente cine juvenil de parafernalia migrañosa y vacuo interior.
“Star Wars: Una nueva esperanza” a ojo de todos aquellos que no habíamos cumplido los diez años, era básicamente la lucha de un grupo de gente rara contra un tipo de negro que nunca abandonada el luto:
– Obiwan: (Un tierno abuelo que lleva a sus nietos adoptivos de correrías).
– Chewbacca: (Un felpudo con patas de abrazo férreo).
– Luke: (Un adolescente hastiado de la rutina y con ganas de ver mundo).
– Leia: (Una princesa inadaptada con mala leche y ganas de repartir estopa).
– R2D2: (Un pequeño robot cabezón, caprichoso y contestatario. Amén de eficaz).
– C3PO: (Cobardón, burocrático, huidizo, y con menos sangre que Don Pimpón).
– Han Solo: (Algo bohemio y soñador, caradura, ególatra y autosuficiente).
Esto es resumidamente lo que se le queda al niño en la cabeza. Una suerte de gente que se encuentra para luchar contra un señor de negro con máscara, que respira mal y siempre está amargado, incluso con sus amigos. Cuando está muy molesto pilla al que tiene más cerca, (que algo habrá hecho mal), y le contagia su problema respiratorio, incluso algunos se ahogan y mueren. Y cuando no quiere usar la magia, utiliza una especie de fluorescente rojo, (nosotros a esa edad solamente conocíamos los blancos de nuestras cocinas), y lucha contra el abuelo y el nieto inadaptado, que llevan fluorescentes verdes y azules. (Pero que chulas debían de ser las cocinas de estas personas, pensábamos).
Y así nos entregamos a una sátira teatralizada de unos personajes perseguidos por el señor de negro que no nos caía nada bien, (al menos en la primera película, más adelante quedábamos seducidos, y finalmente seríamos capaces de alistarnos en sus filas y luchar a cuchillo contra el indomable Sarlacc, ya que los caminos oscuros de la fuerza son inescrutables).
No es momento de comparar Rogue One con los capítulos I,II,III y VII, pero sí con la trilogía original. (No es la primera trilogía, sino la original. Declaración de principios que exalta su lugar en la inmortalidad, frente a todo lo que ha venido y vendrá después. Del Santo Grial no se pueden hacer copias). Rogue One se basa en el espíritu de una nueva esperanza, (no en la copia, como el Episodio VII).
La rebelión es más realista, al tratarse de una caterva de intereses contrapuestos, facciones a veces enfrentadas, y una clara desunión en la forma de cómo llevar el imparable avance de un Imperio que no se pone límites. Las personalidades de cada uno son antagónicas, su acercamiento personal es únicamente posible para derrotar al Imperio. Aunque el roce haga el cariño, no hay espacio para tomarse un Grog en la taberna de Mos Eisley. Nos muestran el sacrificio personal en aras del interés general como la piedra angular de toda rebelión que se precie. Sin generosidad en el sacrificio no puede haber unidad, y sin unidad no hay esperanza.
El Imperio es implacable y Dios es Vader, no se mueve nada en la galaxia sin su conocimiento. Es omnipresente y omnipotente. No tiene tiempo ni para charlar del tiempo en un ascensor de un destructor imperial, ni de darte los buenos días en el puente de mando de la estrella de la muerte. Se nos olvida que tuvo la cara y el cuerpo, (piernas incluidas), de un Anakin enfadado con el mundo, con su mujer, con su mentor y con la castañera de la esquina. Vader se come dos Jabba el hutt para desayunar. Si Vader es Dios, la estrella de la muerte son los cuatro jinetes de la Apocalipsis. La vemos radiante, recién pasada por chapa y pintura, con el sello de garantía de calidad de cinco años de Mads Mikkelsen, en su embalaje original y sin abrir. No hay sitio dónde esconderse, su capacidad de destrucción es total. (Encomiable el papel del Director Krennic, un personaje inolvidable y lleno de matices…pero señor Director, que nunca se le olvide amigo, Vader es Vader y punto, ¿notas cierta desazón a la altura del gaznate?, pues eso querido, es Vader).
Para afrentar este poder omnímodo hay que acudir a las misiones suicidas que tan gratos momentos nos ha dado la historia del cine bélico, (Los doce del patíbulo, Los siete samuráis, El desafío de las águilas, Los cañones de Navarone, El puente sobre el rio Kwai, Salvar al soldado Ryan, y un largo etcétera.). Y aquí es dónde Rogue One saca todo su músculo. Es en Scarif, (Holiday planet), dónde se extiende la mecha de la contienda más importante para librar a los pueblos libres de la tiranía imperial. Únicamente reseñable es que podría haber sido el momento para que al algún ejecutivo de Disney hubiera perdido la cabeza y hubiese rodado esta última hora de película con el mismo tono que “Hasta el último hombre”, el último, desgarrador, visceral, (literalmente), y carnaza de Oscars, film de Mel Gibson. Este directivo hubiera sido despedido, y seguramente la película directamente censurada en la sala de postproducción del cuartel general de Disney situado en algún lugar hipersecreto dónde el bueno de Walt conectado a un lector de mentes criogénico se hubiera pegado un buen calentón que le hubiera devuelto a la vida. Eso si, a los espectadores nos hubieran regalado la batalla más brutal de la historia de la saga.
Rogue One hay que verla, hay que disfrutarla, hay que añorar los viejos tiempos dónde en la calle Gran Vía había colas que daban la vuelta a la manzana, los cines eran palacios de alfombras rojas, arañas doradas y pantallas con telón. Y nosotros éramos afluentes que algún día llegaríamos al mar pero que de momento íbamos saltando en aguas limpias y tranquilas, jugando entre colores y prados bruñidos al sol.