Londres, 1831. Cada noche, Vane Blackwood y sus compañeros salen en busca de cadáveres recientes que robar para vender a los anatomistas por cuantiosas sumas de dinero. Los llaman resurreccionistas, la mayor escoria de todo Londres, peores en reputación que un asesino. Llevan a cabo uno de los trabajos más infames y desagradables que se haya ejercido jamás, uno que no permite escrúpulos y les hace ser temidos, pero, sobre todo, odiados. Es algo que tienen asumido, va en el sueldo, pero están a punto de descubrir que siempre hay alguien peor. Veinte años antes, León Ravenscroft, hijo de un humilde estibador, entra en la Marina Real británica por pura casualidad. En ese momento, no tiene ni idea de que pronto su vida dará un giro radical hacia una sucesión de eventos extraordinarios en los que una funesta oscuridad parece empeñada en acompañarle. En El Resurreccionista, los ladrones de tumbas no son más que la punta de lanza de un complejo mercado negro que empieza en lo más bajo de los muelles del Támesis, pasa por la adinerada burguesía y termina en las casas de los más distinguidos nobles. Supervivencia, aventura, venganza, amor, historia, leyendas… Todos estos ingredientes se dan cita en esta historia épica que va desde la Inglaterra previctoriana hasta el Nuevo Mundo y el África ignota, una epopeya que nos cuenta la historia real que dio lugar a la Ley de Anatomía de 1832 en el Reino Unido.
– AUTOR –
Licenciado en Comunicación Audiovisual, desarrolla su carrera en cine, publicidad y medios de comunicación. Se especializa en los departamentos de dirección, cámara y guion. Actualmente compagina el trabajo audiovisual con la escritura. En 2009 publica su primera novela corta, Por quién suenan las campanas, un thriller oscuro sobre superstición el los principios del S. XX. Ya en 2013, llega la que hasta ahora había sido su obra de mayor éxito: La Suerte de las Marionetas, una novela negra trepidante, con un rotundo éxito en Amazon y unas ventas que la hicieron estar entre los libros del año en la plataforma. Este éxito le supondría la entrada en el mundo editorial. Dos años después, publica nuevamente una novela corta, bajo el nombre De la piel del Diablo, una historia de terror que camina en el filo entre lo real y paranormal, el horror psicológico es uno de los puntos fuertes del autor. La obra tiene buena acogida y pronto es traducida al inglés y al italiano. Actualmente están disponibles las tres versiones bajo los nombres: La pelle del Diavolo y From the Devil`s skin. En 2016 llegaría la que hasta hace muy poco era su última publicación, se trata de In Articulo Mortis: El último aliento. Una antología de relato corto y medio de misterio y terror psicológico donde se mezclan algunos de sus escritos de los últimos quince años. Es llevada directamente al papel por El Salto Editorial, con muy buena acogida. Ahora, lanza su nueva, esperada y más ambiciosa novela hasta el momento: El Resurreccionista. Un drama histórico donde crea un universo completo y personal, con una documentación cuidada y exhaustiva del mundo a principios del S. XIX. El Resurreccionista toca muchos géneros, es la aventura propia de los grandes exploradores y sus viajes, también el retrato urbano de la sociedad Londinense de 1800, donde las diferencias sociales eran inmensas, también es el esclavismo, el amor y la amistad. Al fin y al cabo, una historia épica, una epopeya con personajes inolvidables. En lo personal, Lucas Barrera disfruta viajando, leyendo, escribiendo y viendo cine. También le apasionan los deportes de riesgo, la aventura y siempre está abierto a propuestas audaces.
– GUSTARÁ
A los aficionados al género de terror en todas sus variables y con todos sus flecos. A quienes aprecian una buena ligazón literaria entre la ficción y la realidad, consecuencia de la investigación que sustenta y la imaginación que proyecta. A los amantes de la novela histórica en cualquiera de sus estratos. A quienes entusiasman las situaciones de acción y de intriga, con profusión de inciertos héroes y villanos, en extrañas mezcolanzas de papeles. A los que supieron disfrutar por igual a Mary Shelley o a Emilio Salgari.
– NO GUSTARÁ
A quienes desagradan las historias donde el líquido vital es derramado con violencia, o mana perezosamente por gravedad, junto a otros fluidos. A los racionalistas históricos que prefieren nítidos compartimentos entre hechos y ficción. A los que impresiona la violencia extrema, de cualquier género, hasta el punto de turbar su sueño, especialmente aquella ejercida sobre los más débiles. A los que se sobresaltan con los ruidos nocturnos después de una lectura truculenta. A los enemigos de sospechosos bisturíes, escalpelos o lancetas.
– LA FRASE
«El otoño de 1830 había sido especialmente duro y el invierno estaba siendo aún peor. Las gélidas noches hacían más difícil su penoso trabajo pero, irónicamente, esta era una gran noticia para cualquier resurreccionista, pues mantenía frescos los cuerpos por más tiempo y eso significaba más dinero».
– RESEÑA
El resurreccionista, de Lucas Barrera, podría ser un compendio antitético de lo que venimos llamando humanidad. Las sumas y restas de valores, probablemente más restas que sumas, que conforman el mundo actual y que, individual o colectivamente, lo han marcado desde el principio de los tiempos. Afortunadamente, la realidad es que nos encontramos ante una gran novela, tanto cuantitativa como cualitativamente que utiliza de forma equilibrada la argamasa realidad-ficción.Vivimos tiempos apresurados donde afrontar la construcción de una obra, que acaba impresa en setecientas páginas, es hoy día, cuando menos, un acto de valor. Pertenecemos a una sociedad que parece rendirse a la inmediatez y al eslogan, al tuit, al selfi, al titular periodístico y, en definitiva, a aquello que impacte mucho y que precise el mínimo esfuerzo por parte del receptor. Literariamente, en el género que nos ocupa, con todos los respetos para ellos, se juega habitualmente en el campo de la novela corta y, si es posible, en el microrrelato. Profesionales muy cualificados de la pluma, que han merecido los máximos premios literarios de novela en España en los últimos años, no han sobrepasado para lograrlos las 550 páginas. El Planeta 2021, “La Bestia”, escrita a seis manos, de Carmen Mola, es de las más extensas (544 páginas), mientras que el Alfaguara 2021, Los abismos de Pilar Quintana se plasmó en menos de la mitad (256 páginas). Es evidente que no tiene por qué haber proporcionalidad entre la extensión y la calidad (en muchísimos casos no la hay) pero reconforta saber que, como en el caso que nos ocupa, tampoco la deteriora y, por el contrario, la amplitud de El resurreccionista se celebrará por muchos devotos lectores.
El término resurreccionista (body snatcher) no existe en el diccionario de la RAE, aunque es un eufemismo tan extendido y conocido que, quizás, debería figurar en él. Es verdad que los practicantes de dicha <<profesión>> no ejercitan nada que pueda revivir a un difunto y, por el contrario, contribuyen a condenarlo a una segunda y truculenta muerte. A veces a una tercera. Pareciera que no merece la pena insistir ni comentar más sobre tan desagradable ocupación, dada la profusión que de ella han hecho la literatura y el cine. Encontramos numerosos ejemplos para todos los gustos del uso y el destino que, a lo largo de los siglos, se ha venido dando al cuerpo humano, vivo o muerto, que como Templo del Espíritu Santo (Corintios: 6-19) para unos y <<androide mecanicista>> para otros, alberga materias y potencias de variada utilidad. La lista sería interminable. De hecho, para todos los interesados hay material desde múltiples publicaciones y casi cualquier enciclopedia, sea física o virtual. Imposible no recordar al enamorado médico Sinuhé el egipcio de Mika Waltari, novela histórica paradigmática de 1945, descriptiva de un mundo tres mil quinientos años anterior al nuestro. También es obligado citar al escocés Robert Louis Stevenson y su cuento de terror de 1884, The body snatcher (El ladrón de cadáveres). Incluso en la llamada literatura juvenil podríamos preguntar, ocho años antes de ese cuento, al bueno de Tom o a su amigo Huckleberry Finn, al doctor Robinson, al indio Joe, o al borracho Muff Potter en Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain, publicada en 1876. Así confirmaremos que la mala práctica con cadáveres se extiende mucho más allá de las cortapisas que tuvieron Rob, El médico de Noah Gordon y su maestro Avicena. También el cine nos ha dejado innumerables muestras de esta lucha épica entre ambas fuerzas que, en innumerables ocasiones, presenta desenlaces absolutamente indeseados. En tiempos algo más recientes, los controvertidos Cuerpos y Almas de Maxence Van Der Meersch, publicada en 1943, o las diferentes versiones de The Body Snatchers (La invasión de los ladrones de cuerpos o Los invasores de cuerpos) de Jack Finney, publicada en 1955, y su ristra de filmes y seriales, podrían darnos pistas. Incluso podemos dejar (al menos por un momento) al malévolo conde de la capa negra y al doctor cuyo apellido suele confundirse con su <<creación>>, para comprobar que a veces la realidad más actual nos muestra, como al azar, señales inequívocas de la connivencia entre las tumbas y la ciencia médica. Y, en medio, los vehículos necesarios. Los facilitadores de la materia prima.
La pragmática legalidad actual, y la abundancia de cadáveres cedidos a la medicina, no ha conseguido en todas las ocasiones mejorar la praxis y las actividades conexas, seguramente insustituibles para la ciencia médica pero que también erizan el vello, si bien es de suponer y desear que se trata de casos episódicos. Los lectores del diario El Mundo supieron en mayo de 2014 que 534 cadáveres se almacenaban en condiciones de absoluta insalubridad en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. A consecuencia de ello, y de otras irregularidades relacionadas, fue procesado posteriormente el jefe del Departamento de Anatomía Humana y Embriología. Pero la auténtica <<esencia del género resurreccionista>> la marcó el Diario de un resurreccionista, memorial de un histórico y auténtico miembro destacado de esa infame profesión que dejó un testimonio escrito para echarse a temblar. La novela de Lucas Barrera nos da debida cuenta de todo esto y de mucho más, nos describe al personaje clásico del resurreccionista, criminal de la más baja estofa, y nos ofrece casi todos los ángulos y muestras de sus facetas más depravadas. Sin embargo la novela trasciende la mera semblanza analítica y detallada de estos personajes, de sus usos, métodos y costumbres, incluso de su psicología, para tejer una narración poliédrica donde tendrán cabida múltiples subgéneros de la novela clásica perfectamente imbricados y armónicos; desde el terror a las aventuras, desde el erotismo a la necrofilia, de la intriga y el suspense al más puro género negro, del costumbrismo a la introspección y, a veces, al romanticismo.
De la mano del autor y gracias a su trabajo, el lector puede subir y dejarse llevar con comodidad por una amena <<alfombra mágica>> que le transportará a multitud de variados escenarios. Como es lógico visitará cementerios y criptas, salas de anatomía y oscuras mazmorras, pero también presenciará batallas navales y naufragios. Asistirá a aristocráticas fiestas donde podrá coincidir con inquietantes y remotos descendientes de Vlad Tepes (alguno retratado también por Mario Peloche en su Dama Pálida). Se hallará presente en combates con despiadados nativos africanos y en sus espeluznantes rituales. Acompañará a esclavos de toda condición en terribles singladuras y en extenuantes caravanas. Podrá deambular por el sórdido Londres del siglo XIX, con sus peligros, sus pestilencias, sus tabernas y sus burdeles. Podrá, si lo desea, camuflarse en el espeso e inquietante esmog de Whitechapel y pasear por los territorios <<de caza>> del infausto Jack, que este transitaría más de cincuenta años después del eje temporal de esta novela.
El resurreccionista es una obra bien construida y exquisitamente documentada, sin adornos excesivos que distraigan la atención de la trama. Lucas Barrera demuestra haber puesto su mejor empeño al servicio de sus lectores mostrando, a los menos versados en historia inglesa, curiosos aspectos de la vida y costumbres de la Inglaterra del siglo XIX. Incluye la relación de personajes, reales y ficticios que puede resultar de gran ayuda y unas pertinentes notas aclaratorias iniciales. Más adelante introduce las justas (y amenas) notas a pie de página e incluso una línea de tiempo de la acción y, finalmente, una sugerente y atractiva bibliografía para los más interesados en el género. ¿Hay quién dé más?