MOTTAINAI (DIARIO DE UN HOMBRE ROTO) – JAVIER OLASAGARRE IBAIBARRIAGA – EDICIONES EMILIANENSES 2017

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TÍTULO: MOTTAINAI (DIARIO DE UN HOMBRE ROTO).
AUTOR: JAVIER OLASAGARRE IBAIBARRIAGA. FACEBOOK PRENSA
EDITORIAL: EDICIONES EMILIANENSES. WEB
PÁGINAS: 173.
¿DÓNDE COMPRARLO?:  AQUÍ

 

 – SINOPSIS:
Mottainai es un concepto de origen japonés que hace referencia a un sentimiento de inmenso vacío ante el desperdicio de un recurso de gran valor como puede ser el tiempo, las emociones, el talento, los sueños… o la propia alma. Embadurnado voluntariamente con esta amarga sensación, nos encontramos frente a un hombre consciente de su situación, pero inerte ante su efecto.
Con decenas de hábitos y cientos de exigentes reflexiones presenciamos en primera persona la peregrinación agónica de un joven observador ante un día completo de su propia vida a principios del siglo XXI. Un diario implacable. Un diario descarnado. El diario de un perdedor.

 

  – AUTOR:
Javier Olasagarre Ibaibarriaga (Pamplona, 1985), tuvo la dicha de crecer y formarse entre las localidades riojanas de Logroño y Briones. Desde su infancia se interesó por la lectura no obligada y ya en la pubertad escribió varios relatos breves que no pasaron de sus círculos más cercanos o de su propio ordenador. Con el paso del tiempo finalizó sus estudios superiores y se vio obligado a compaginar su trabajo con sus diferentes inquietudes.
Adicto a la música más estruendosa, guitarrista del grupo Volvone (Briones, 2005) con el que intercala conciertos (https://www.youtube.com/watch?v=UXzwvcfd7JQ)
y algún que otro disco (10y25, en 2015). Ex-futbolista digno en activo y deportista perpetuo, ilustrador ocasional. Con todo ello intenta mantener a flote la escritura y ha terminado en 2017 su primera novela Mottainai Diario de un hombre roto.

 

– GUSTARÁ:arrow-145786__340.png
A las reflexivas mentes de los lectores que se plantean su lugar en este hormiguero que nos ha tocado vivir y que buscan cual pollos sin cabeza su pareja de baile al acorde de una vital letanía monocorde, claudicante y reiterativa. Gustará a los lectores que surfean bajo la lluvia las alienantes olas grises en su triste cotidianidad. Verse desnudo en el espejo deslucido por el vaho del paso del tiempo y las grietas de un presente descorazonador y aciago.

 

– NO GUSTARÁ: arrow-145782__340.png 
A los lectores más recreativos y aficionados a la novela más «correteadora» y «accionil». Aquí el lector debe estar preparado para ponerse el traje a rayas y pulular por el cadalso, quizás sin subir los escalones del «no retorno«, pero, sí al menos, a circundar el destino que se encuentra colgado y mirándole directamente a los ojos. ¿Dispondrá el lector de arrestos suficientes para saltar al vacío en un circo de los horrores que planta su carpa de falsos sueños en la misma puerta de su casa?

 

– LA FRASE:
«Una plutonomía en la que soy conocedor de miles de desgracias ajenas y que decido, por mi propia voluntad, mirar hacia otra parte y dejar que se ejecuten impunemente. En el que mi salvoconducto es lo más importante. Solo soy un productor y un consumidor muy poco instruido, ignorante y estúpido, en una cadena ilimitada de gente como yo. Sin objetivo ni sentido real al final de todo el camino. Vivo en una sociedad que, a todas luces, está enferma. Soy cómplice de ello…»

 

– RESEÑA:
«Si miras fijamente al abismo, el abismo te devuelve la mirada» ya Nietzsche sabía por dónde iban los tiros. Vivimos tiempos en los que miramos demasiado el abismo, cual Anillo Único del todopoderoso Sauron al que no podemos dejar de babear con los ojos, pues nos encandila con sus cantos de sirena. A este abismo le podemos poner la denominación de origen de: telebasura, hiperconectividad, esclavismo laboral, sociabilidad obligada, desapego de las raíces personales y familiares o evasión y huida hacia ninguna parte. Machihembrar elementos que no encajan en un puzle al que le faltan piezas, con reglas del juego que cambian a mitad de partida. Una pulsión que nace de dentro de nosotros y te estalla en el pecho cual «Alien nihilista» que campa a sus anchas por nuestros sentimientos, aflojándonos la sesera (y la billetera) en una carrera de autos locos y payasos tristes hacia una meta del eterno retorno en el día de la marmota. El abismo te mira y a nuestro derrengado cuerpo ya no le quedan fuerzas para sostenerle la mirada.
Ya en la antigüedad, desde textos hebreos del Eclesiastés llegaron las primeras ideas nihilistas que tomaron cuerpo, método y formalismo, en la Rusia de mediados del siglo XIX, con Iván Turguénev, Piotr Kropotkin o Dimitri Pisarev entre otros muchos. El concepto de «la nada» de Antón Chéjov es muy característico en su obra. Cohabitan personajes a quienes les pasa de todo, pero finalmente no les pasa nada. Un círculo no virtuoso en el que corremos como cobayas en una eterna noria, bien engrasada de ilusiones, pero carente de sentido. A mayor velocidad, mayor cansancio, y siempre con la línea de salida inmutable a los pies. El avance está vedado. El tratamiento existencialista y nihilista de filósofos y escritores como Kierkegaard, Nietzsche, Sartre o Camus nos muestra un mundo de norias y cobayas drogadas en la búsqueda del todo, pero encontrándose, en cambio, con el vacío. Siempre con la guerra por medio, nacen los ejemplos de las plumas de Albert Camus con «El extranjero» o «la peste» o de Jean-Paul Sartre con «Los caminos de la libertad«. Nos acercan a la supervivencia del ser humano en un entorno ponzoñoso y estéril. La vivencia de la guerra con sus consecuentes profundas reflexiones les conminan a llegar a la conclusión de que Dios ha muerto. Una vez vistos los horrores de las confrontaciones armadas, consagran como claro ganador al sinsentido del existencialismo más cruel . Tampoco olvidemos «La Colmena» de Camilo José Cela o «Nada» de Carmen Laforet. La literatura de posguerra siempre está habitada por el desencanto, el desamparo moral y la insondable tristeza de los personajes que miran, pero no ven. Dios muere y aparece el hombre que había estado oculto bajo muchas capas de culpabilidades, obligaciones litúrgicas y miedo reverencial. Pero con este nuevo renacer también eclosionan las más bajas pasiones mundanas que, en aras del liberalismo, se vuelven libertinas. Las culatas devolverán los tiros y, si bien antes era Dios el freno moral, ahora lo será el propio ser humano con su creciente desprecio por sus semejantes y su involución hacia su cortijo umbilical.
Aquí es donde Javier Olasagarre nos pone las gafas unidimensionales de visión nocturna y nos clava en la mente de un joven observador que se siente diferente (aunque transita la misma senda mancillada que el resto de elefantes hacia el cementerio de paquidermos ebrios de realidad reducida). En su Show de Truman particular recorremos de su mano una depresiva ciudad que nada (literalmente) en una atmósfera deslucida de lluvia y gabardinas cenicientas de personas que agachan la cabeza, bien para no mojarse, bien para interactuar con sus dispositivos móviles. Llamémosle Truman al protagonista de la novela (ya que desconocemos su nombre). Pues bien, Truman, es un productor/consumidor que ha salido un momento de la cadena de montaje en la que recibe su jornal diario para boquear en silencio sus penurias y su eterna sombría. Truman no caminavaga. Nos encamina por distintos escenarios no nominativos y en todos ellos deja su efímera huella en la arena de una playa que más que cocoteros tiene: asfalto, polución, hormigón y desencanto. 
Si este libro fuera una serie televisiva estaría a caballo entre «Perdidos» y «A dos metros bajo tierra», puro existencialismo, todo dudas, todo preguntas. Vitalidad descabalada en sendas inciertas que confluyen en un regreso determinista. Nuestro superviviente, Truman, hace de guía cual Virgilio urbano en el infierno de Dante de esta brillante novela. Por su devenir de veinticuatro horas conoceremos con negrura acidez y crítica urticante, la vida de personajes de código de barras y mirada hueca en: oficinas que rompen filas con responsables absentistas de ausente garbo, becarios bienintencionados pero explotados por la sonrisa de la fotocopiadora que ya ha dado el primer aviso de encontrarse en la reserva de fuel, secretarias torneadas en el mármol de la resistencia a dejarse vencer, comerciales que no saben si compran o venden, desorientados parroquianos de bares «matapenas», establecimientos comerciales viciados de aluminosis sistémicas con carteles de saldo por derribo ético, y despojos del boom inmobiliario de extrarradio con riadas de pesadumbre y charcos de saldo y esquina. Todo ello con, únicamente, dos lugares para resistir a la opresión: un pequeño apartamento donde colmar el vaso de las lágrimas y unos auriculares que aíslan al personaje de su entorno (evitando así: saludos, conversaciones y demás enlaces con el exterior. El protagonista se conecta al entorno digital para apartar el calor de un rostro analógico).
Aquí no ha sido la posguerra lo que ha ocasionado esta hecatombe ética y moral. Nos parece que Javier Olasagarre nos habla de los posos que deja la crisis. Crisis que comienza siendo económica, para anclarse en su vertiente más personal y alienante. Ejemplares son: el consumismo desaforado, el vuelco hacia posiciones metacapitalistas, bancarias e inmobiliarias, la oclusión digital que no nos deja ver a la persona que se nos acerca para abrazarnos, la manivela dorada con la que hombres enmoquetados mueven el cotarro, el sinsentido laboral que precinta la creatividad de sus acólitos y obligados rumiantes o la invisibilidad orwelliana del sujeto ante sus semejantes. Parece que es necesario que de vez en cuando nos den un bofetón de realidad. Aquí el autor se resiste a plegar velas y predica su Palabra de «neoprofeta» para aquellos (pocos) que sean capaces de levantar la vista.
Es la suerte final de la figura del «Hikikomori» japonés, del «Ángel exterminador» de Luis Buñuel o del moderno aislacionismo digital con la actualización del mito de «Robinson Crusoe» de Daniel Defoe. La rueda sigue girando y aunque duela, la única solución para salir del círculo vicioso en el que nos encontramos es saltar en marcha y, atender, las sensatas señales que nos deja el autor con forma de migas de pan-cartas de cristalinos mensajes escritos con sangre enrabietada.
¿Pastilla roja o pastilla azul?

 

 

 

5 comentarios sobre “MOTTAINAI (DIARIO DE UN HOMBRE ROTO) – JAVIER OLASAGARRE IBAIBARRIAGA – EDICIONES EMILIANENSES 2017

    Joaquín Serrano García escribió:
    11 May, 2018 en 8:57 am

    La reseña de ForoLibro nos induce y predispone a afrontar la lectura con nuestra mejor capacidad de reflexión y los sentidos despiertos a las emociones más íntimas.

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