La investigación de una hija por conocer la verdad sobre su padre. Un viaje trepidante a la música de finales del siglo XX. Una conmovedora novela repleta de intriga y nostalgia. ¿Qué secretos esconde la misteriosa desaparición de una leyenda del rock de los noventa? Lola Acosta viaja de Madrid a Londres tras la pista de su padre biológico, Peter Russ, la mayor estrella de la música española de los noventa, que desapareció veintitrés años atrás al inicio del concierto más importante de su carrera. Su investigación irá revelando cómo el suceso transformó a todo su entorno: el hermano del cantante, la exnovia, el mánager, los amigos, el padre, la madrastra… Poco a poco, Lola descubrirá qué le sucedió a su padre hasta conocer una verdad que quizá hubiera estado mejor escondida. Una historia adictiva que habla de los pecados de juventud, las relaciones sentimentales prohibidas, la crueldad de los celos y la envidia y la épica del amor a través de una trama tejida con mucha habilidad y narrada mediante una prosa sencilla y virtuosa. Una magnífica novela plagada de intrigas y secretos que explora los claroscuros del amor y la familia con la música como hilo conductor y la nostalgia de los noventa como telón de fondo.
— AUTORA–
Gabriela Llanos es periodista y escritora. Ha ejercido el periodismo en diferentes medios de comunicación: Radio Nacional de España, Radio Exterior, Televisión Española, Cadena SER Madrid y W Radio. Ha publicado dos libros, el testimonio novelado Facundo Cabral: crónica de sus últimos días y la novela Viejo Caserón de San Telmo, y ha participado en las antologías de cuentos Huellas en el mar, Las noches de Clairmont y Haciendo cuentos. Tiene una estrecha relación con el mundo de la música, desde la radiofórmula, pasando por la programación de conciertos, hasta desempeñarse como road manager en giras de artistas internacionales. Actualmente, imparte talleres de escritura creativa, coordina clubes de lectura y crea y organiza experiencias que combinan viajes, charlas y literatura.
— GUSTARÁ
A los exploradores del pasado. A todos los lectores que bucean en las circunstancias que los han traído hasta aquí. Cuando fuimos inmortales es una lectura ideal para aquellos que valoran contextos descriptivos, introspectivas, búsquedas personales y dolorosas confrontaciones con uno mismo y con el entorno. También atraerá a aquellos que vivieron, soñaron y saben identificar la nostalgia por el entonces. En definitiva, es para todos aquellos lectores que prefieren el estilo directo, natural y cercano para acompañar a un interesante y nutrido plantel de heterogéneos personajes.
— NO GUSTARÁ
A aquellos lectores que, pese a observar que la novela trata de una investigación e intento de desvelación de unos oscuros sucesos del pasado, piensen que la presente lectura irá por el camino del thriller, el noir o la criminalística. Cuando fuimos inmortales busca caminos costumbristas y reflexivos sin atarse a las normas del género negro en el que abundan factores más gráficos y descarnados. Pudiera ser que tampoco sea del interés de todos aquellos que no hacen buenas migas, ni de manera tangencial, con los años noventa.
— LA FRASE
«Nuestra juventud fue un accidente que nos dejó tullidos a todos».
— RESEÑA
Hoy traemos para reseñar: Cuando fuimos inmortales de Gabriela Llanos. Una novela adulta y contemporánea que hace de su naturalidad y cercanía con el lector su punto fuerte. Es más popera que Roxette y más roquera que Bon Jovi. Es un auténtico vehículo de entretenimiento que equilibra a la perfección la trama con el contexto, la descripción con la introspección, la nostalgia con el pulso moderno. La autora hilvana un mundo infinito de referencias musicales (solo tenemos que atender a la rica lista de reproducciónde entrada a cada capítulo) para entender por dónde van los tiros. Pero, aunque los pilares de la narración se hunden en la melomanía, hay más, mucho más. La obra se inunda hasta el paroxismo de toda una época que rompió con los ochenta y que sufrió sus últimos estertores con la entrada del siglo XXI. La última década antes de la digitalización y la domotización de una sociedad que nunca volverá a ser la misma. Las relaciones, la comunicación, la creación artística… Todo ha cambiado. Y es en los noventa cuando dentro de muchos años miraremos hacia atrás para poder decir: «Hubo un lugar (un sitio de recreo que cantaría Antonio Vega) donde las personas se miraban a los ojos y los teléfonos estaban atados a sus clavijas, mientras éramos libres y deambulábamos sin interrupciones ni atención multifocal. Un tiempo en el que no era posible lanzar la piedra y esconder la mano en las redes sociales…» Fue una época de decirse las cosas a la cara, con las consecuencias que aquello trajera para los contendientes.
Cuando fuimos inmortales es el idóneo título de la presente obra. No hay nada más inmortal que un pasado vivido a golpe de percusión por la mañana y a sedente abrazo de cuerda frotada por las noches. Todos los que han llegado hasta el presente se preguntan cómo pudieron sortear tantos obstáculos, miedos, caídas, pérdidas, conflictos y fiebres del sábado noche salpimentadas de riesgo, pasos secretos, encuentros esporádicos y pelea de titanes que solo atisbaban a ver las primeras luces de la mañana antes de que la adultez les pillase con el pie cambiado. Es precisamente de aquellos instantes, que se perderán para siempre como lágrimas en la lluvia, donde la autora hace fuerte y vigorosa su pluma cuchicheando una retahíla de secretos al oído del lector para que este se ponga cómodo con las pantuflas caseras y deje volar su nostalgia hacia la lucha de su pasado. De esta manera se suceden complicidades para todos los gustos. Hay algo más ecléctico que reunir en la misma narrativa a: Jabba el Hutt, el radiocasete de un Seat Ibiza, Los Rolling, Camden Town, Milla Jovovich, Led Zeppelin, Tarantino, Carmen Maura, las Spice Girls, Los Secretos, Los 40 principales, una generosa ración de fish and chips, R. E. M., Álex Ubago, Kurt Cobain, Historias del Kronen, The Verve…
Cuando fuimos inmortales traslada muy bien, a su polifacética narración, la cuestión de la búsqueda de la verdad con las aristas y múltiples caras de esta, así como la pertinencia de ahondar en ella a riesgo del daño que pueda suponer el esclarecimiento de unos hechos enterrados en lo más profundo del alma. También se interna en la formación del recuerdo de cada individuo, en el imaginario del pasado colectivo y en los intereses personales de sacar a la luz o de mantener en la sombra ciertos asuntos. De esta manera es cómo la autora sitúa a la protagonista. Una punta de lanza de la acción rodeada de un plantel de secundarios que irán formando y transformando el relato al que esta debe enfrentarse antes o después.
Del pasado al presente, Gabriela Llanos articula un juego de espejos enfrentados en el que los reflejos del primero se incardinan en el segundo. De esta manera logra que dos espacios y tiempos diferentes se vayan retroalimentando hasta formar una circunferencia completa en donde todo encaja y se funden ambas secuencias. Porque de aquellos polvos estos lodos. De lo que fuimos a lo que somos. Del palo de la camaradería, las fiestas, las irresponsabilidades, el libertinaje, las relaciones efímeras y los atracones de vida, a la astilla del pesar, el tiempo perdido, el desencuentro, la búsqueda infructuosa y la reflexión sobre el lugar al que perteneces. Y todo ello salpimentado con quien no dice la verdad, o al menos no toda la verdad. Los secretos pululan por toda la obra. El Cluedo está servido. Las pistas se sirven en bandeja de plata en un escenario de juego en el que algunos tienen mucho que ganar y otros algo que perder. La información está diseminada a lo largo de toda la narración gracias a la utilización del recurso de los capítulos alternos, por lo que la diseminación progresiva de la información mantendrá la atención del lector.
Una de las características principales del texto es el numeroso plantel de personajes secundarios y la introspección o reflexión de estos. Las descripciones personales superan a los diálogos, pero no por ello la obra carece de ritmo o cae en momentos de adormidera, ya que esto sirve al lector para concretar la personalidad de cada personaje. Así, llegados al momento de poner las cartas sobre la mesa, nos importará el destino y la implicación en los hechos de cada uno de ellos. Es gracias al dibujo de todo el círculo que rodea a Peter Russ, la mayor estrella de la música española de los noventa, cómo el lector irá engranando las piezas del puzle, al mismo tiempo que irá haciendo sus propias apuestas para desentrañar la intriga que nos propone la autora.
Cuando fuimos inmortales es un microclima que funciona con total identidad y personalidad propia. Apunta intriga, pero también reflexiones. Muestra cómo la vida puede ser vivida de muchas maneras dependiendo de la implicación, el acompañamiento y la actitud de los que te rodean. Con caminos regados de pétalos de rosa o de zarzas puntiagudas. Con el recibo efímero de aquello que solo puede tocar el recuerdo antes de que se cierre el telón o con la fotografía desgastada que llora a una chica perdida en el ayer.