Un buen día, Lucas se despierta en una estación espacial en la que habitan seres de otros mundos. La Tierra ha desaparecido debido a un cataclismo del cual nadie parece tener información y toda la humanidad ha sido borrada del mapa, excepto él.
– AUTOR –
Miguel Barros trabaja como guionista – cuando le contratan, claro- la mayor parte del tiempo. Ha trabajado en la escritura de diversas series y programas para la televisión así como en varios proyectos audiovisuales para su visualización en plataformas online también como director. Su estilo se ha caracterizado siempre por el humor sarcástico, el amor por la cultura pop y la crítica social; y así lo hace constar en sus primeros proyectos ajenos al sector audiovisual como la tira cómica Nubecita en mi Cabecita o su primera novela Éxodo.
– GUSTARÁ
A los aficionados al género ciencia-ficción resuelto con imaginación pero ausente de divulgación científica contrastada. A los amigos de tecnologías revolucionarias que pudieron haber sido olvidadas o que podrían llegar a ser. Tal vez lo son en otras galaxias, o universos, donde la mente crea tanta materia tangible como la vibración de la teoría de cuerdas. A los que disfrutan pensando en los modos de “alternar” de los seres polimórficos, en sus bebidas favoritas, en sus juegos, entretenimientos y lugares de ocio.
– NO GUSTARÁ
A los racionalistas del género, si esta calificación es posible y, por supuesto, a sus detractores. A los diletantes de la novela de acción más violenta y vertiginosa. En el polo opuesto, a los que precisan de descripciones extensas y muy detalladas de escenarios, situaciones, elementos y personajes, sin el menor resquicio para descuidos o incoherencias por leves que estas sean.
– LA FRASE
“La discusión se acaloró tan deprisa que Lucas apenas se dio cuenta. Su utopía espacial empezaba a venirse abajo. Parecía que la maravillosa unión de pueblos bajo los lemas, leyes y superordenadores de la Federación no era más que palabrería holográfica que distaba de la realidad. Aquel encuentro entre diversas razas había desembocado en lo mismo que había visto en su planeta. Diferencias irreconciliables por el mero hecho de pertenecer a una u otra raza”.
– RESEÑA
Hoy traemos para reseñar: Éxodo I (Armonía), de Miguel Barros Juiz. Una aventura de ciencia ficción espacio-temporal que nos muestra un universo de dimensiones inabarcables y necesidades en consonancia, que no pueden satisfacerse a pesar de la buena voluntad de lo que queda de la raza humana, encarnada por el aspirante Lucas, y la de otros escogidos representantes de civilizaciones muy avanzadas, encuadradas en la Federación. Arrancamos desde la estación espacial Pólux, cuyo objetivo principal es la prestación de ayuda y rescate, de forma altruista, a cualquier individuo, pueblo o sociedad en peligro. La estación actúa como crisol de seres de los más diversos orígenes. Permite y propicia la relación entre todos ellos y la convivencia, que resulta fluida, entre alados Alic, Pictorianos, Anubii, Felinianos o Dinosoides y su confraternización con algún “colega primate” o su monitora Antariana. La estación cuenta con la inagotable fuente de memoria y sabiduría que proporciona el Arca, con alguna significativa limitación y con los “simbióticos” Armónicos, fantásticos colaboradores de comunicación, cuyo descubrimiento fue obra del venerado Arteo. Miguel Barros Juiz nos habla de milenios de evolución de mundos, razas y civilizaciones. También de guerras, como las Somz, y de pactos y acuerdos como el que supuso la entrega de la estación gemela Cástor en aras de una paz sin límite.
A partir de aquí el autor nos conducirá por vericuetos y dependencias de la estación y nos irá mostrando diversos detalles constructivos, físicos y holográficos de Pólux, mientras la cotidianeidad de la vida de sus pasajeros y tripulantes sigue su curso. La formación en La Academia y las competiciones entre equipos rivales de cadetes permitirá la aproximación a las diferentes morfologías de estos, e irá profundizando en sus caracteres y comportamientos, en sus logros y en sus fracasos. Sorprende un tanto que en una formación que tiene por objeto el auxilio al prójimo se prodiguen las tácticas bélicas pero, como dice el refrán, “cada maestrillo tiene su librillo”. No es extraño, más bien es frecuente e imposible de resumir, encontrar relaciones cruzadas y referencias afines entre elementos y símbolos relevantes en filmes y novelas de este género. Conceptos arcaicos, como la propia Arca “armónica” de Éxodo I, que nos ocupa ahora, compendio del conocimiento universal, que se imbrica con la desaparecida, bíblica, de la Alianza, que podría haber guardado las tablas de los Diez Mandamientos o algún rollo de la Torá, según gustos y opiniones.Otras Arcas famosas como la también bíblica de Noé contuvieron la propia vida, humana y animal. También contuvo la vida el arca experimental, trágica y literaria, “Gran Perro” que, con destino a Procyon, nos brindó Brian Aldis en sus “Galaxias como granos de arena” en 1959. Arcanos y misterios abundantes, incluso en el origen del Libro de Mormón, según John Smith, dónde habla de las planchas de oro que encontró enterradas en el cerro de Cumorah, escritas en “egipcio reformado”, cuya traducción fue posible gracias al Urim y Tumim. El saber se almacena, se oculta, se raciona o se revela para el destinatario adecuado.
En esta novela se hacen buenos casi todos los preceptos de la Tabla Esmeralda atribuida a Mercurius ter Maximus (Hermes Trismegisto), que comienza manifestando: “Esta es la verdad, lejana de cualquier velo de falsedad” y continúa “Lo que está abajo es como lo que está arriba. A través de esto, las maravillas de la obra del Uno se alcanzan y culminan”. Como es sabido, Hermes Trismegisto (mítico o histórico, tal vez de origen griego) es mencionado primordialmente en la literatura ocultista como el sabio egipcio, vinculado al dios Thot (Dyehuthy), también egipcio, que creó la alquimia y el conjunto de creencias metafísicas denominado hermetismo. Una vez más, el milenario Egipto cautiva la imaginación, a saber si la memoria cósmica, kármica o akáshica, e impregna novelas como la que ahora comentamos. De la magia, la religión y la mitología de ayer a la ciencia del mañana, y vuelta a empezar. La ciencia-ficción, inevitablemente, gira sobre sí misma y se expande o se contrae en una rueda sin fin que la retroalimenta con su propia esencia. Explosivos fueron en su momento los “Recuerdos del futuro” de Erich von Däniken (1968) como parte de una cadena, anterior y posterior, en la que con mayor o menor intensidad está presente el recuerdo de Ra y demás dioses del panteón egipcio y también de otras religiones. Actualmente las posibilidades de crear asombro o estupor inauditos son, por saturación o “inmersión”, mucho más limitadas. El universo, las estrellas, los faraones y los dioses, siempre omnipresentes en la ciencia-ficción, son incorporados en esta obra de forma explícita o sutilmente camuflados. Cástor y Pólux, Antares, Ra, Anubis, Seti, Nubiru (Júpiter o Estrella Polar), Ramsai, Tanis (Dyanet, Per-Uadyet en egipcio), Kefrén, y otros tantos se asoman con profusión a la novela.
Resulta inevitable atisbar “picoteos” intencionados o fortuitos en las diez temporadas de “Star Gate”; “El quinto elemento”; “Abyss”; incluso en la saga que T. Lobsang Rampa inició con “El tercer ojo”, bajo la orientación del lama Mingyar Dondup, y muchísimos más que merecerían sobradamente su cita pero eso equivaldría a tirar de “la cadena de cerezas” y haría interminable esta reseña. En todo caso, parece que tampoco les falta razón a quienes ven semejanzas entre el cadete Lucas, de Miguel Barros Juiz y el cadete Ender (Andrew Wiggin, el “finalizador” de insectores) de Orson Scott Card, de 1985, aunque los separen diferencias importantes: Ender inicia su entrenamiento de combate a los seis años y Lucas, la formación que se supone de “auxilio”, a los veintiocho. El maestro y mentor de Ender, el coronel Mazer Rackham (interpretado en el cine por el genial Ben Kingsley en 2013) fue glorioso por su victoria. Por el contrario, el máximo supervisor de Lucas, el maestro Palaari Akipep, destacó por una infausta cesión al enemigo. Pero indudablemente varios equipos de cadetes en un activo periodo de formación, aportando creativas soluciones que resultan victoriosas en la competición, crean paralelismos inevitables.
Como cualquiera puede imaginar las andanzas de Lucas y sus compañeros no habrán de limitarse a sus entrenamientos y Miguel Barros Juiz conduce su novela hacia un final inesperado que nos anuncia, sin ambages, como prólogo de su Éxodo II. El autor decidirá, en esa próxima obra, si se propone finalizar los “hilos” iniciados, o tirar de otros muchos posibles, para concluir definitivamente la historia o prolongarla con sucesivos episodios. Esta primera parte nos ha parecido entretenida y amena, con reserva suficiente de interés para afrontar la siguiente con expectación. Ya se sabe que “un viaje de mil millas empieza con el primero paso…».