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LA LA LAND

CRÍTICA: 9,0


Un comentario sobre “LA LA LAND

    forolibro escribió:
    16 enero, 2017 en 2:16 pm

    RESUMEN:

    Mia (Emma Stone) es una de las muchas aspirantes a ser actriz que viven en Los Ángeles en busca del sueño hollywoodense, se gana la vida como camarera mientras se presenta a varias pruebas de casting para finalmente trabajar. Sebastian (Ryan Gosling) es un pianista que trabaja en bares de mala muerte y su sueño es poder tener su propio club donde se le pueda rendir tributo al jazz más puro

    CRÍTICA: (9,0)

    Ahora toca justificar como a una película “musical” le pongo un nueve, si decimos de antemano que ni el género musical me gusta especialmente, y menos aún la comedia romántica. (A un lado dejemos mi fascinación por el Fantasma de la Ópera, por el simple hecho de que siempre he querido que fuera el propio fantasma, personaje desarraigado, frustrado, amargado y de un talento inigualable, el que pasara a sangre y fuego a todo el que se le pusiera por delante…fuera máscaras!. Y de otro lado el desparpajo de Mamma Mia!, aunque sea solamente por rememorar los cassetes que ponía mi madre en el coche cuando me llevaba de pequeño al colegio.)

    Hollywood descubrió que el paso más importante de su historia fue el acceso al sonido, (incluso más importante que el paso al color). En 1929 la película “La melodía de Broadway” se llevaba el primer Oscar a la mejor película musical sonora de la historia del cine. A partir de ahí la música y el cine han sido parte consustancial de la industria de los sueños. Mientras las bandas sonoras de las películas nos hablan de acción, ciñéndose al dramatismo y a la atmósfera del momento, el cine musical usa el pentagrama para cantar su existencialismo más vivo, desgañitando su poder de seducción pavoneándose de su fuerza interpretativa más primigenia. El musical atenta directamente a la sin razón, al sueño, a la emoción reptiliana. Si el cine es fotografía en movimiento, el cine musical es el auténtico cine en tres dimensiones, (y no tanta gafita).

    Siempre he preferido que no me cuenten las cosas cantando. (No había momento más odioso en las películas de Disney que cuando empezaban a cantar, yo no lo veía serio, me cortaba el dramatismo, convertía en insulsos peleles a sus representantes, me sacaba de mis casillas. Con el tiempo he descubierto lo esencial y divertidas que son las canciones de Dumbo, Aladdín, La sirenita o La bella y la bestia, etc). Chicago, West Side Story, Mary Poppins, Sonrisas y lágrimas, etc, no podrían existir si no fuera cantando, (bueno Mary Poppins igualmente sí, pero siempre que la protagonista se pareciera a Rebecca de Mornay en “la mano que mece la cuna”, y que sus pupilos fuesen atormentados hasta el paroxismo… Mary BadPoppins, “la niñera implacable”…bueno volvamos al camino).

    La La Land, apellidada “La ciudad de las estrellas”, para que a nadie se le olvide que Los Ángeles, (California), es la depositante de los sueños visuales de la humanidad. Allí están los sueños sí, escondidos en unas grandes naves de rodaje en los estudios Universal, Warnes Bros, Columbia, Paramount, 20th Century-Fox, MGM, entre otros, donde se espolvorea el polvo de hadas, que recorrerá con frenesí el planeta entero con extensiva virulencia. Mientras la narración oral, la literatura, las artes teatrales, son, salvando las distancias, patrimonio de la humanidad entera, el cine es coto vedado de pesca de la industria norteamericana, punto se acabó. Lo saben ellos y lo sabemos nosotros. Podremos encallecer nuestros discursos con pinceladas de genialidad sobre el cine coreano, francés, indio, argentino o noruego, pero en sus magníficas obras no habita el conejo de Alicia, ni el principito de Exupéry, ni el polvo de hada que nos hace volar, sí, sí, volar literalmente en el observatorio Griffith de Los Ángeles, (siento decir que para mí siempre será el observatorio Gryffindor, cosas de la imaginación y del cambiarle el nombre a las cosas). Desde este observatorio se contempla toda la ciudad de Los Ángeles, hasta el mar, final de la ruta 66, las playas de Venice Beach, Santa Mónica, Sunset Beach, etc. Las letras del mítico cartel de Hollywood también se pueden contemplar desde aquí. Es dónde suben muchos aspirantes a estrellas, (muchos futuros estrellados), a respirar aire limpio y mirar con perspectiva el destino que se plantea a sus pies.

    Entremos al meollo del asunto “La La Land”. La próxima ganadora del Oscar a la mejor película no es un musical, (oigamos el entrechocar de sables y la voz de los supertacañones), no, no lo es. Hagamos la prueba, si durante los números musicales nos cantaran en arameo antiguo sin subtitular, nos daría igual, la genialidad del film no está en lo que dicen, sino en el poder catártico de cómo lo dicen. La música es esencial, pero no la letra. El texto fuera de los fragmentos musicales sí es imprescindible, la de dentro no. Y esto es así porque La La Land trasciende la pantalla, La La Land, es “Rebelde con causa”, es la lucha contra el desahucio del cine Rialto y de uno mismo. Cuando el mundo se ha convertido en un lugar extraño de “Samba y tapas”, hay dos caminos a tomar; el contemplativo o el de la resistencia, (Rogue One Land). La La Land es un canto a la resistencia, a la lucha, a la persecución no de un sueño, sino “Del Sueño”, cuando un animal se siente acorralado ataca de frente y a la yugular. Hollywood se siente amenazada en este nuevo milenio, y se revuelve en la cama de la UCI como mejor sabe hacerlo, con su esencia, en su caldo primigenio, en la pura esencia de El Perfume de Patrick Suskind.

    Hollywood anda desde hace alguna década enmarañada consigo misma, y no es para menos. La caída en producción y calidad de sus películas, el cierre de cines, videoclubs, alquiler y venta de películas, el impacto de internet y su desproporcionada piratería de medios digitales, la televisión por cable, el inminente apocalipsis del presidente Trump, (dicen en un Hollywood demócrata, pero vamos que mal seguro no les va a ir), las nuevas y adolescentes estrellas que no consiguen conectar con un nuevo público que pasa más tiempo jugando a la play station y siguiendo al youtuber de moda que atándose la trenca para ir al cine, (¿qué pereza no?) y sobre todo la sensación de sabor a refrito y ropa usada de la enésima saga reiterativa, spin offs, readaptaciones, nuevas versiones, montajes del director, reposiciones, versiones extendidas, etc. Lejos quedaron las largas colas domingueras en las calles de las ciudades, la cartelería hercúlea en cada marquesina y las motas de polvo suspendidas al paso del foco del proyector. Era la época en que el espectador se empequeñecía ante el espectáculo, ahora no, ahora el espectador ya ha visto cinco trailers, tres spoilers, diez críticas, va más flamenco al cine que a la Feria de abril sin capacidad alguna de sorpresa, y está más pendiente del selfie de turno en la puerta del cine y del menú gigante con patatas fritas con mayonesa de bote que del misterio detrás del telón, (telones que ya no quedan). A veces Hollywood intenta tocar piezas con pianos electrónicos, pero descubre que si bien consigue audiencia y llena el buche de dólares, se aparta inexorablemente de su razón de existir, vendiendo el polvo de estrellas al mejor postor.

    Pero como los sueños son inmortales, debe quedar en algún despacho algo de pura sangre de genialidad para recordarnos que ellos siguen vivos, que el Ave Fénix aparece cuando le da la gana, (más o menos como Gandalf). Y si mueren, será matando. Si mueren lo harán con La La Land. Y entonces llega la gran metáfora del Jazz y del cine. Al igual que el Jazz, el cine es improvisación, versatilidad, originalidad, cambio de roles, esfuerzo, dedicación, sacrificio y pérdida…sino pierdes no ganas, sino ganas no pierdes. Los sueños queridos son los más reñidos.

    La La Land habla en pasado y en futuro. Habla del pasado de la nostalgia y del futuro de los sueños. (Esto dolerá a la legión de seguidores de los libros de autoayuda, donde hay que vivir siempre el presente, ser conscientes de uno mismo. Mindfulness le llaman ahora, (valiente soplagaitada). Les invito a que busquen por internet la historia del gajo de naranja que es pilar básico de esta nueva corriente de pensamiento que te hace mejor ser humano “claro que si guapi”, leanla online y luego tiren el ordenador al punto limpio, y compren uno nuevo, (por la infección, ya saben). La La Land vive de la nostalgia de lo auténtico, de lo clásico, de la fuerza enraizada de su intimidad. Todo esto lo empaqueta y lo lanza a la persecución de un sueño, un sueño artístico, virginal, legítimo y cargado de la esencia última de la razón de su existencia. La nostalgia es el pasado de un padre que cuenta un cuento a su hijo para que se duerma cada noche soñando que el futuro es un carrusel de fantasías hipnóticas que le llevarán lejos muy lejos, más allá de Oz.

    Emma Stone, (la expresión facial más poderosa y sugerente del año) y Ryan Gosling, (la mirada tranquila del rebelde buscador de lo genuino), no son ellos, somos todos nosotros, (que diría el enmascarado de V de vendetta). Se deslizan majestuosamente por la pantalla, hablan con naturalidad y nos encuentran a su lado, bailando a su son. Son el alfa y el omega de la industria, (más allá de ellos se extiende el abismo, que diría otro Oskar, Schindler en este caso).

    Hollywood nos ha llevado muy lejos, ahora quiere que le reconozcamos que han sido ellos quienes han puesto el tren y las viandas para este viaje. Y debemos ser bien nacidos y ser agradecidos, porque tienen razón, habéis sido vosotros…que la fábrica siga cocinando, (no hablo contigo Walter White, no te me animes).

    ¿Se acuerdan de los últimos cinco minutos de la película Cinema Paradiso?…no digo más.

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