EL CUMPLEAÑOS DE ESTRADA, (Concurso www.zendalibros.com)

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2012
     Estrada pensó ya entonces que después de aquello nada sería igual, que no podría recuperarse de lo que pasó en casa de los Andújar. Aunque finalmente los que no pudieron recuperarse del todo, según supo por distintas fuentes, fueron sus compañeros de clase. El contacto lo perdieron al final de aquel malogrado curso. Casi podía pensar que no se lo merecían, pero en el fondo arruinar las vidas de todos ellos había sido…joderrrr|, había sido estupendo.

1982
     Indalecio ya se jactaba entonces, cuando repartían las memorias gráficas anuales del centro escolar, donde los profesores aparecían en pequeñas fotografías tipo carnet, cual trofeos de caza.
     —¿Los veis a todos aquí metiditos?—dijo Indalecio, doble repetidor y azote entonces de todo quinto b—. Ahora no, pero ya veréis qué pasada irlos tachando de la memoria escolar según vayan palmando…al señor Covarrubias le debe faltar poco. ¿No escucháis la tos de troll moribundo que tiene cuando llegan las Navidades? Este año ni el turrón se va a comer, ¿o no Secuoyas?
     Los “Secuoyas” así se autoproclamaba el grupo de Indalecio.
     Para ingresar en este grupo violento que se dedicaba a propinar todo tipo de golpes cuando jugaban a “árbol cae” en las escaleras de acceso al patio, solamente se necesitaba una cosa; que lo padres tuvieran dinero !y vaya si lo tenían¡ Ellos mismos decidieron uniformarse, (pantalón vaquero, camisa y jersey de pico con un escudo de armas que había diseñado el padre de Indalecio—pura basura—pensaba Estrada). Y aunque creando división y polémica en la AMPA, no pudieron prohibírselo.
     La profesora Zambrano entró en clase con ese aire desenfadado que solamente tienen las maestras inexpertas que mantienen aún los ideales educativos. Vestía con alguno de aquellos vestidos floreados y coloridos tan de moda en los años ochenta. Les marcó con una sonrisa despreocupada anunciándoles que con el beneplácito del director del centro, el señor Ordás, crearía el día de la mascota. Cada viernes un alumno podría llevar a clase a su animal de compañía. Estrada decidió llevar a “Conan”, su pequeño fox terrier, como ya habían hecho anteriormente con “Philip”, “Leonardo”, “Potes”, y “Dante”. La diferencia con las anteriores jornadas, es que en esta ocasión la profesora tuvo que ausentarse para ir al baño. Fueron seis minutos de ausencia que bastaron para cambiarlo todo, seis minutos de Conan en manos de los Secuoyas.
     Según salió Zambrano, Martín y Juan, lugartenientes de Indalecio inmovilizaron a Estrada, amenazándole para que se callase o sería el “árbol que cayera” durante todo el curso y para su perro sería aún peor.  Ataron a Conan al último pupitre, cogieron sus tirachinas cargándolos de canicas y abrieron fuego a la vez. Siete proyectiles impactaron en el lomo y patas del indefenso animal, y uno en la cara, dejando a Conan sangrando por el labio inferior. Los ladridos alertaron a la profesora Zambrano que acudió corriendo, para ver únicamente a Estrada con su perro entre los brazos llorando desconsoladamente. Conan había vaciado completamente los esfínteres entre temblores y pasmosas sacudidas, “vaya Estrada, tu perrito está lleno de chocolate calentito por dentro” —rugía Indalecio enfervorecido—, ante el clamor de sus acólitos. Estrada no pudo hacer más que balbucear que el perro se había mordido jugando, lo que corroboraron los demás compañeros. La ley del silencio se había impuesto. Zambrano optó por llamar a los padres de Estrada para que recogieran al animal. Por supuesto los Secuoyas disfrutaron mucho del momento.
     Llegó el día del cumpleaños de Indalecio e invitó a toda la clase  a su finca de las afueras. Llegados los postres, les hicieron pasar a todos los chavales al gran salón, que estaba jalonado de alfombras iraníes, muebles de teca birmanos, dos grabados de Durero, un piano steinway serie d, etc. De toda esta retahíla informativa ya se encargaba Indalecio en cada clase.
     La gran piñata con forma de lobo estaba instalada en el centro de la sala. Todos los niños se acercaron, aunque fueron inmediatamente apartados de las primeras posiciones por los secuoyas, que formaron un círculo cerrado entorno a Indalecio y su flamante nuevo bate de béisbol, —un solo golpe en toda la panza y lo parto por la mitad, ¿a que si chavales?—, gritaba Indalecio en aquel lejano día—. Con ambas manos describió un arco vertical por encima de la cabeza, y pafff…golpeó al inane guiñapo. Aunque no lo partió por la mitad, sí abrió un boquete del tamaño de un coco.
     Del agujero deberían haber salido disparados caramelos, chicles, piruletas, confeti, chocolatinas, bombones y pequeños juguetitos de plástico de cowboys o dinosaurios, pero no fue así. La lluvia que arreciaba del interior de la piñata tenía un contenido diferente, salpicaba en todas direcciones gracias al balanceo frenético del cuerpo del lobo reventado. Empezaron los gritos, las carreras, los empujones, las caídas, los llantos, y el miedo. Nadie se dio cuenta de que Estrada era el único que sonreía desde el fondo de la sala, pareciendo que el cumpleaños realmente fuera el suyo.
     Tampoco a nadie le extrañó que Estrada durante los últimos dos meses sacase a pasear a Conan y no dejase que lo hicieran sus padres, pues todo el “chocolate calentito sería para Indalecio”, dos meses enteros para él y sus amigos.
     Tras estos sucesos, los antiguos secuoyas poco a poco se fueron marchitando entre las visitas al psicólogo del centro y las risas del resto de alumnos. También los propios padres de los alumnos abusados esbozaban una pequeña mueca a su paso. Estaban marcados.
2012
     Conan se fue hace años, pero todavía hoy Estrada recuerda que tras el incidente del cumpleaños, al llegar a casa y ser recibido por el perro, este hizo una mueca que nunca había hecho antes, se sentó, le miró fijamente a los ojos y asintió arriba y abajo dos veces con la cabeza. Estrada pensó que sería algo así como “bien hecho hermano”. Fuera lo que fuera mantuvieron el secreto de ambos hasta el final.

M.A.P.H.

Un comentario sobre “EL CUMPLEAÑOS DE ESTRADA, (Concurso www.zendalibros.com)

    Manuel Lozano escribió:
    5 noviembre, 2016 en 8:55 pm

    A veces un «chocolate calentito» tiene efectos más drásticos que un hierro al rojo. Estupendo relato.

    Le gusta a 1 persona

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