«He decidido que voy a escribir algo cada día durante un año. A diferencia de un diario común, no voy a narrar cosas ni sucesos que haya vivido hoy, ni siquiera os diré qué día, ni qué mes estamos ahora mismo, simplemente escribiré algo, tenga o no tenga sentido, me da igual, solo quiero que me leáis». Un joven inquieto, inconformista y cuya identidad nunca quiso destapar, decidió escribir un pequeño trozo de su sentimiento todos los días, durante un año, a modo de terapia, con un sentido aparentemente desordenado. Sin embargo, hay que plantearse muchos hechos a la hora de desahogarse de manera libre: ¿afectará en mi modo de ver las cosas? ¿Destapará secretos que solo mi mente conocía y trataba de ocultarme? ¿De verdad la terapia funciona como cura, o como potenciador de la misma enfermedad?
– AUTOR –
Durante años, todos aquellos cuya expresión ha servido para el cambio han sufrido represalias, censuras, ejecuciones injustas, muertes que buscan silencio, pero que acaban con la sordera social. La escritura es la mejor arma, más dolorosa que cualquier puño, más letal que cualquier fusil, tan mortal y tan fuerte que derriba muros, dictaduras, represiones, cárceles, paisajes, océanos, mundos, familias, parejas, sentimientos… Escribo cuando siento que escribir es decirle adiós al mundo que mis sentidos percibe. Saludo al universo infinito que sólo un bolígrafo y un papel es capaz de concederme. La magia de la creación está en nuestras manos, no en la de un mártir en una cruz. Somos nosotros, nuestros sentimientos. Un bloc de notas no te juzga, no te dice que haces las cosas mal, sólo deja escrita tu libertad de ver el mundo a tu manera, de vivir tu vida tal y como la quieres vivir. Me llamo Adrià Gil Viñuelas, nacido un 20 de septiembre de 1992. Estudiante de Filología Hispánica y amante del todo aquello que pueda ser escrito con la música y los sentimientos.
– GUSTARÁ
A los lectores de narrativa experimental que se salga de los formatos habituales, ya que ni siquiera la presente obra es un diario al uso. Será del interés de aquel que busca en sus lecturas una aproximación a una realidad mucho más cruel y desgarradora del mundo juvenil, alejada de los recursos habituales de: (instituto + amoríos + meteduras de pata varias + infidelidades, etc). Tresseiscinco lleva el marchamo de un producto creado para su difícil digestión. Una mirada al abismo contemporáneo donde mientras Instagram seduce a muchos, muchos otros se quedan por el camino de la mirada vacía y el hastío permanente.
– NO GUSTARÁ
A los lectores de novela tradicional donde las reglas del género están delineadas al contrario que en la presente obra. Tampoco será del interés del lector de diarios juveniles nutridos, en todo momento, del coloquial término «salseo» como vehículo narrativo y el romanticismo como atractivo magnético. Tampoco será la lectura ideal para aquellos a los que no les interese la furia rampante adolescente y sus consecuencias, en muchas ocasiones, imprevisibles.
– LA FRASE
«Mi piano. La casualidad de mi vida fue toparme con este instrumento; fue por culpa de mi padre, quien, a una edad temprana, decidió que yo debía tocar un instrumento, y escogieron el piano, puesto que mi padre admiraba al gran Chopin, por lo que deseaba firmemente que su hijo fuese tan bueno en las teclas como él. El piano ha sido mi mejor amigo durante mucho tiempo, gracias a la música elevaba mi mente más allá del cuerpo y subía a ese paraíso que alguna vez os he contado; yo conozco a los grandes compositores clásicos, los conozco, pues he gozado del privilegio de poseer las alas que te son adquiridas por tocar y disfrutar de uno de los mayores placeres de la vida: la música. No obstante, mi piano está callado, las cuerdas se rompen y yo no lo voy a remediar; me da vergüenza subir al auténtico mundo de los dioses y vean que ya no soy el mismo, que no me apetece innovar, no quiero desconformar mi conformismo, no me apetece buscar ni allegros ni allegrettos, solo el silencio, gozar de la música muda, el pasar de los días y esperar a que mi corazón deje de latir».
– RESEÑA
Hoy traemos para reseñar: Tresseiscinco de Adriá Gil Viñuelas. Un diario atemporal, anónimo, trasladable y maleable entre diferentes lectores que se sientan identificados. Un compendio de reflexiones presentistas en el contenido, pero procrastinadas en la toma de decisiones. 365 entradas, en la mayoría de ocasiones de una sola página, sirven para demudar las reflexiones del día a día en la noria cambiante de la dependencia del pie con que uno se levanta. Píldoras de atención de un autor sobre los procesos internos y externos que se fijan al papel antes de que revolteen durante mucho tiempo sin rumbo por la cabeza. Adriá Gil Viñuelas centra su tiro en determinados conceptos que son abordados a lo largo de toda esta «anualidad» personalísima: Terapia, Yo, Enemigo, Felicidad, Ellos, Mi propia utopía, Ella. Estos «personajes» acompañarán al lector mientras ve cómo aprisionan o liberan la mente del joven escribano.
Tresseiscinco destaca por su propuesta innovadora, ya no tanto por el formato de diario personal, sino por el contenido del mismo. El diario tradicional fecha sus entradas y acompaña cada suceso con escenas rutinarias más o menos trascendente que sirven de contexto para los sentimientos que se plasman. Se habla del instituto, la universidad, la vida laboral, las celebraciones familiares, las fiestas con amigos, los viajes, las noticias periodísticas del momento, los quehaceres caseros, las conversaciones con terceros, etc. Al contrario, en el caso que nos ocupa, el relato se centra más en una concatenación de reflexiones sentimentales en aislamiento espaciotemporal. El autor ha optado por que desconozcamos casi todo lo que podría encasillar al protagonista y sufridor de los hechos que aquí se narran. De una manera consciente, el autor desubica al lector para llevar su narrativa hacia un punto indeterminado y atemporal donde los sucesos no están contextualizados. No hay lugar para asirse y hacer reconocibles las andanzas del personaje de este viaje anual. Todo queda difuminado para que el foco principal se proyecte en los sueños personales, las pocas victorias y las muchas derrotas, la alternancia entre momentos en los que se quiere ver arder el mundo, con otros de esperanza y anhelo de promesas de futuro y seguir el consejo terapéutico o tirar todo por la borda.
Cual metamorfosis de Gregorio Samsa, el apesadumbrado protagonista de Adriá Gil Viñuelas guerreará contra sí mismo como principal enemigo y contra todo lo que ha le tachonado de infortunios su existencia. En una lucha sin cuartel contra el recuerdo dañino de Ella y los sinsabores que acompañan su pérdida, el protagonista irá sudando tinta a cada paso para redimir sus pecados. A lo largo de esta exégesis literaria de hikikomori, el protagonista alterna la lucidez con la locura. Se convierte en un quijote moderno atrapado entre cuatro paredes físicas y mentales. La música lo transporta en ocasiones y le hace viajar a lugares de soleados atardeceres, pero en los días malos solo querrá ver morir la primavera. La dualidad del adolescente se palpa en cada página. Se alternan momentos más entrañables y reflexivos con otros más autodestructivos de calles sin salida y cadenas perpetuas. El protagonista es golpeado en varios planos, saca su vena poética en ocasiones y destruye lo reconstruido en otras. Caídas y levantamientos forzosos, amoríos y rupturas, compañerismo y ostracismo, rebeldía los días pares y huida a su madriguera los impares, rabia contenida los impares y vomitada los pares. Toda la imprevisibilidad posible se halla en la mente de un personaje que viaja exhausto y siempre cerca del precipicio o de las vías del tren.
La apatía de toda una generación se da cita en doce meses de traspiés y decisiones tomadas a vuelapluma. Recomendaríamos la lectura de la presente obra al igual que ha sido diseñada. Un capítulo cada día. De esta manera, podremos entender mejor el ahogo y sofoco vital del protagonista y de una sociedad que ha perdido la comunicación intergeneracional. Padres que no entienden las excentricidades de sus hijos e hijos que no entienden los resortes que ordenan las formalidades y reglamentos de la sociedad. Un viaje hacia ninguna parte, una tensa lucha por intentar encontrar el sitio que se debe ocupar en el engranaje de la vida. A cada página, el lector sentirá el encierro y la batalla interior del protagonista cual Natalie Portman en la celda preparada por Hugo Weaving en V de vendetta. Se alternan días más prolíficos con otros más telegráficos. En unos, el protagonista tendrá ganas de compartir y, en otros, adoptará la posición fetal del silencio. En ocasiones, el lector no sabrá a ciencia cierta si las reflexiones del monologuista son reales o inventadas, tampoco sabrá ponerlas en contexto, ya que el autor tampoco da muchas pistas. Esta desorientación entre lo tangible y lo fantasioso, también ocasionará en el lector una sensación de desazón, creemos, buscada por el autor.
Mañana será otro día, hasta que llegue la equivocación de dicho vaticinio… En cualquier caso, Chopin siempre seguirá tocando en nuestra ausencia. Para que lo importante deje huella, lo efímero debe partir, desaparecer y ser olvidado por las páginas de la historia. Cuando los molinos cobren vida nos volveremos a ver.