En el siglo XIX, Jean-Philippe Dubois ha conseguido desarrollar un elixir que lo acerca a la inmortalidad. Más de cien años después, ha construido una sociedad formada por personas que dependen de sus experimentos para permanecer jóvenes… hombres y mujeres que por un lado lo necesitan, y por otro lado desean secretamente su muerte. Cuando Jean-Philippe es liberado de un confinamiento de veinte años por un crimen atroz, una verdad que parecía olvidada envuelve a los principales colaboradores en una vorágine de lazos cruzados, opiniones encontradas, objetivos opuestos y planes maestros que se entrecruzan. ¿Podrá Jean-Philippe saber qué fue lo que ocurrió la noche en la que se convirtió en asesino? ¿Podrá perdonar a aquellos que han intentado manipular su vida a su conveniencia? ¿Logrará no ceder ante sus impulsos de venganza? ¿Sobrevivirá la sociedad de los inmortales a la conspiración más grande de su historia?
– AUTORA –
Daiana de Lucca es una autora argentina que cree que las historias ya existen y nos eligen para contarlas. Además de escribir novelas de fantasía, dibuja retratos, pinta los colores de la música y crea poesía.
– GUSTARÁ
A los amantes de la novela rosa y el melodrama que, bajo la apariencia inicial de acción, hallarán material suficiente de esos géneros en la presente obra. A los que gustan de las búsquedas de la inmortalidad sin reparar en métodos ni en casuísticas. A quienes disfrutan con diálogos extensos y comportamientos inauditos entre personajes.
– NO GUSTARÁ
A los aficionados a la ciencia-ficción y al realismo fantástico que gustan de acompañar en sus investigaciones y trabajos, cuanto más prolijos mejor, a los descubridores de fórmulas y arcanos. A quienes disfrutan asistiendo y participando de los cambios y transiciones de los personajes, incluso de la sociedad en general, entre épocas y siglos. A los que disgustan los “gatillos fáciles” y el uso atolondrado de las armas.
– LA FRASE
“Giró el volante hacia la derecha y hacia la izquierda, con los transeúntes que gritaban y maldecían cuando se pasaba los semáforos en rojo, pero a Jean-Philippe no le importaba la gente. No ahora, cuando en la última hora había descubierto que todo el mundo le había hecho creer que era un asesino mientras que sus supuestas víctimas, las personas que más lo habían traicionado en su vida, se reían de él a sus espaldas”.
– RESEÑA
Hoy traemos para reseñar: “La Sociedad de los Inmortales”, de Daiana de Lucca, que aborda, tangencialmente, el incombustible tema de la inmortalidad como trasfondo para presentarnos una sucesión de acciones y reacciones de personajes variopintos que los conducirán, a cada uno el suyo, hacia finales y destinos diversos. El tema de portada, la inmortalidad del ser humano, ha venido captando el interés y la voluntad de nuestra rebelde especie desde el principio de los tiempos. El hombre, consciente de su efímera existencia individual sobre el planeta, se resiste a aceptar lo inevitable que, según el Génesis, se ganó a pulso con su comportamiento y con el de Eva, engañados por la pérfida serpiente.
El sueño de vida permanente terrenal, las fuentes y elixires de la eterna juventud, se han perseguido por algunos sin tregua ni descanso a lo largo de los siglos. Magos y brujos, alquimistas, investigadores, científicos e iluminados exploradores, han escudriñado alegorías, pistas y elementos que los condujesen al ansiado fin. Algunos utilizando redomas y atanores, otros descifrando símbolos cabalísticos, aquellos observando el firmamento, los de más allá bebiendo en antiguos papiros, pergaminos, códices o incunables, los de más acá poniendo su esperanza en la criogenización, en el átomo, en la doble hélice o en la robótica de la inteligencia artificial. Salvador Dalí y Walt Disney, entre muchos otros famosos, vivieron y murieron (o no) obsesionados por la inmortalidad.
Por esa razón la pintura, la escultura y prácticamente cualquier arte, especialmente el séptimo, nos han ofrecido generosamente su visión, sabedores de la tremenda atracción que el tema despierta para el común de los mortales. Los ejemplos son tan abrumadores que incluso un “ligero picoteo” haría interminable este comentario. Sin embargo, como mínima muestra, recordamos haber encontrado a la “Inmortalidad”, en piedra de Colmenar, en la fachada del Museo del Prado -obra de Valeriano Salvatierra-, o en el óleo de Rubens -completado por Snayders- “Prometeo encadenado”, prototipo de inmortal seguramente muy a su pesar. O en el dibujo a pluma y aguada, de Vicente López Portaña, “Hércules alcanzando la inmortalidad”.
Si nos asomamos a la literatura nos sobrecoge la afirmación de Schopenhauer sobre el error del deseo de la perpetuación y, sumergidos en el vértigo de la abundancia, pudorosamente, rememoramos a “Los inmortales”, de Manuel Vilas; “Las intermitencias de la muerte”, de José Saramago, “El elixir de la inmortalidad”, de Gabi Gleichmann; “El inmortal”, de Jorge Luis Borges; “Cero K”, de Donald Richard DeLillo; “Sinfín” de Martín Caparrós o “Todos los hombres son mortales” de Simone de Beauvoir.
A veces, muchas veces, resulta difícil distinguir las influencias e interacciones que sobre este subgénero se han producido entre la literatura y el cine. Tal vez, de vuelta, entre el cine y la literatura. En “La invención de Morel”, de Bioy Casares, encontramos el tema del “bucle” temporal que tanto nos divirtió en el filme del director Harold Ramis: “El día de la marmota”. Por su parte, Isaac Asimov nos brindó en su cuento “El hombre bicentenario” el material para la película homónima, con un genial y enternecedor Robin Williams. Retazos y esbozos de “Los que sueñan” de Elio Quirog podrían salir, o entrar, en “Tron” de Steven Lisberger, protagonizada por Jeff Bridges. Si miramos la obra de Aldous Huxley “Viejo muere el Cisne” encontraremos distintos clones de personajes “escapados” de distintas obras y, lo que es más inquietante, psicóticos poderosos en la vida real.
Libros, películas, series televisivas, esculturas, cuentos, pinturas, fábulas y mitología compiten, descarnadamente, por el honor de representar el arquetipo de aquel deseo que una inmensa mayoría de los humanos alberga en sus genes.
Los miembros de La Sociedad de los Inmortales, que nos ofrece Daiana de Lucca, representan una muestra frankensteiniana y heteróclita de casi todo lo anterior. Prácticamente todos los personajes, desde Jean-Philippe a Erika, desde Claude a Gabrielle, el matrimonio Sullivan, Joel, Papá Michael, directores, terapistas o controladores, adoptan conductas que, en el mejor de los casos, resultan poco “regulares”, cuando no entran directamente en lo patológico.
La autora nos presenta una “organización” en total declive, si es que en algún momento tuvo una realidad esplendorosa, donde imperan la mentira y la traición como moneda de cambio cotidiana. El lector adicto al género “inmortal” encontrará desproporcionado el peso que se concede a los diálogos e interacciones sentimentales, sean románticas o fraternales, en comparación con el espacio dedicado al proceso del descubrimiento del elixir, la creación de la Sociedad, su organización inicial y su expansión -si es que la hubo más allá de la adquisición de algunas propiedades-. El Historial, respetado y temido, no se abre para el lector en esos términos.
La irregular eficacia del S-22, su peculiar producción, almacenamiento y custodia, junto con el manso sometimiento del líder natural a los dictados de una “cúpula” espuria, al tiempo que dependiente, no contribuyen a robustecer la solidez de un relato cuya guinda truculenta la ponen los enfrentamientos a sangre y fuego. Parece ser que, una vez más, la ilusionante promesa de la vida eterna no alcanza su objetivo.