«Al parecer debía escribir algo que les advierta sobre lo que se cuenta entre el título y las tres letras del final. Es más, me veo obligado, ya lo entenderán. Una contraportada vacía es difícil de digerir; casi tan difícil como escribir un buen principio, no digamos un libro. Siempre he pensado que en una novela es importante un principio de esos buenos. Ya saben, una o dos de esas frases acertadas e impactantes que perduran; de esas que se quedan y enganchan, que invitan a seguir leyendo. A veces no hace falta más. No corran, este no es el caso. Es casi, casi tan difícil como elegir un buen título. Así que lo único que me atrevo a prometerles es que si consiguen acopiar una mínima fuerza de voluntad para continuar tras ese primer par de párrafos, me acompañarán sin remedio y bucearán en la historia arañando páginas, y querrán saber, saber toda la verdad, y hasta quizás cerrarán el libro o lector con vehemencia para salir a buscarme mientras aún rebote en el sillón, a mí, el narrador de esta historia, para soltarme un par de cosas a la cara, sean palabras o no; o igual me comprenden y se ponen en mi lugar, y hasta nos fundimos en un abrazo cómplice. Total, yo podría ser cualquiera de ustedes. ¿No les basta? El caso es que no tengo del todo claro cómo anticiparles lo que leerán. Ya me cuentan ustedes. Jo, supongo que si quitamos la paja podría decirse que es la historia de cuatro amigos a quienes se les torció la vida». Una novela que sorprende, inquieta, desconcierta y no deja indiferente; un protagonista al que no sabrán si amar u odiar; unos personajes entre los que elegirán para reflejarse. Sangre; sexo; cárcel; actualidad; negocios; maldad; humor; lujuria; amistad; traición; muerte… y vida. Una novela de la que agradecerán no saber más hasta devorarla.
– AUTOR –
Antonio Guisado. Sevilla, 1973. Escritor de vocación, velero de profesión. Se define a sí mismo como aprendiz de todo y maestro de nada. Con Cuervos Blancos Palomas Negras, cumple con la deuda pendiente desde la adolescencia publicando su primera novela, utilizando el suspense y unas gotas de humor para planear sin entrar a juzgar sobre temas de punzante actualidad, dejando al lector la deuda del veredicto. Desde Sevilla, donde sitúa su novela, prepara ya la siguiente compaginando la escritura con el día a día, el mar y las velas.
– GUSTARÁ
A todos aquellos lectores que disfrutan con contenidos que no buscan ser aleccionadores sino que simplemente exponen los hechos para que el lector pueda sacar sus propias conclusiones. La presente novela tiene trama urbana, coral, muy conversativa, rauda y frenética en ocasiones. Pero además, cuenta con pausas o interludios reflexivos del narrador que, mediante la repetición de unos hechos luctuosos, intenta sacarse de dentro la culpa y, en la medida de lo posible, reparar aquello que ha roto sin querer hacerlo.
– NO GUSTARÁ
A aquellos lectores de novela más juvenil donde los estándares de las relaciones de la muchachada están muy trillados y encorsetados, pero aún así esas reglas son sus predilectas. Tampoco será del interés de aquel lector de novela negra o de periodismo de sucesos donde los detalles escabrosos y la lluvia de casquería y lenguaje muy soez le son imprescindibles para entrar de lleno en la trama. Aquí tenemos realismo social pero sin caer en el hiperrealismo. El autor no se recrea en asombrarnos con fuegos de artificio o efectismos baratos de bestseller, sino que simplemente pone por escrito lo que hubiera puesto alguien «normal» que pierde el anonimato por un traspié y que trata de enmendar sus acciones.
– LA FRASE
«El taxi buscaba ya el punto de fuga, encogiendo con la distancia en aquella avenida estrecha y larga hasta cansar, fundiéndose en la noche hasta convertirse en dos pequeños puntos rojos, que en una mitosis invertida se ensamblaron para convertirse en uno solo que se resistía a apagarse para siempre, como las ascuas que quedan tras una fogata olvidada. En la acera, frente al bar, tres conocidos se miraban cómplices y mudos; un cuarto los esquivaba. En la sombra y ausentes, presencias acusadoras amenazaban con prender mecha a la escena».
– RESEÑA
Hoy traemos para reseñar Cuervos blancos, palomas negras, del escritor Antonio Guisado. Seguramente uno de los títulos más alegóricos y poéticos de lo que llevamos de año. Una novela de género negro en sus cimientos pero con un poso mucho más social, periodístico, crítico y cosmopolita. Intentaremos desgranar su esqueleto sin caer en desvelos innecesarios o spoilers. Difícil en esta novela, dividida en tres actos, que nos acompaña en un viaje sin retorno al infierno de la casuística humana, en la que el narrador es protagonista en primera persona de unos sucesos que van embarrando el terreno de juego de la vida de un grupo de jóvenes. Ya se encargará el personaje principal de la trama de llevarnos y traernos del presente al futuro con notas de desvelamiento puntuales, que no harán otra cosa que ir preparando al lector para la caída en desgracia del reparto coral que nos expone el autor, desde la naturalidad y la sencillez. Como el símbolo del Yin y yang el título del libro nos evoca la clave de bóveda de la condición humana: la gama de grises. No existen personas puramente blancas ni negras, sino que fluctuamos en una grisácea paleta eterna de circunstancias, comportamientos diversos, y momentos en los que la vida nos pone a prueba. Con un Mihura delante nadie sabe cómo reaccionar pero, llegado el momento, hay que espabilar de golpe no rigiéndose por el habitual talante, educación o convicción personal, sino como el lobo con piel de oveja que todos llevamos dentro.
Precisamente la fuerza de la presente novela (NOVELA también en su plano metaliterario que podrá comprobar el lector según avanza en las páginas) pivota en la consistencia de su reparto de actores. Este no está inflado, repleto de clichés, ni adaptado a las nuevas fórmulas de la novela juvenil (y también adulta) donde los arquetipos narrativos se repiten una y otra vez. El autor tampoco estira a sus personajes hacia los bajos fondos ni los pone al límite en una suerte de refrito efectista que adopta fórmulas de Trainspotting, Historias del Kronen o Leaving Las Vegas. Ni siquiera se desparrama en el histrionismo norteamericano de los springbreakers tipo Project X, Una noche fuera de control y demás «perlas». Cuervos blancos, palomas negras juega a la exposición, cámara en mano, sin asirse a grandilocuencias innecesarias (aunque lógicamente como novela de ficción que es, las hay, como no podría ser de otra manera) ni a fórmulas identificativas con el lector para orientarle en qué es lo correcto, llevándole de la mano hacia un bando de la trinchera o hacia el contrario. Al revés, parece como si el autor hubiera tirado los dados y se hubiera limitado a describir el resultado de los mismos. Llegados a este punto nos gustaría hacer un paralelismo con una escena del libro relacionada con una cebolla (no diremos más) para indicar que la metáfora empleada por el autor es muy pertinente, ya que hasta que no se le quitan todas las capas a esta planta herbácea no podremos comprobar el tamaño y el alcance de las lágrimas. Tras pasar por los nueve círculos del infierno de Dante solamente Virgilio podrá acceder al siguiente nivel de conocimiento. Aquí, el protagonista, tras bajar a lo más profundo, será capaz de tomar perspectiva de lo que ha sido, es y será su vida, que pasa de la cotidianidad del anonimato a la primera línea del telediario. Llegado a este punto tendrá que reventar o seguir caminando.
Tampoco comentaremos nada sobre el tercer acto donde existe un baño de realidad, locura, violencia, desasosiego y furia. El final de la caída se torna muy doloroso. El narrador en primera persona nos pide disculpas al lector por que en varias ocasiones se enrolla con explicaciones tangenciales a la trama principal del relato; al final entenderemos el porqué de dichos circunloquios. El protagonista trata de explicarse mediante el arte depurativo de la escritura que llega hasta el lector. Expone lo ocurrido en una fatídica noche donde todo se salió de madre y en la que todos, de alguna forma, fueron verdugos y ajusticiados. Que la sinopsis del libro sea una NO SINOPSIS dice mucho de la intencionalidad de la obra. Creemos que si en lugar de ser un libro autopublicado fuese de editorial tradicional, nos tememos que la misma estaría más enfocada al thriller y a la llamada a la compra. Gracias a su falta de concreción nos podemos introducir en la lectura sin que nos marquen un camino señalado de adoquines amarillos por los que sabemos que llegamos a Oz antes de emprender la caminata. Subyace también en la lectura un poso de existencialismo, fatalismo y nihilismo según en qué circunstancias y bajo qué reflexiones de los protagonistas. Hay una dejadez vital, una apatía en forma de Déjà vu, un hartazgo y un conformismo capitalista muy acorde con la sociedad contemporánea en la que nos ha tocado vivir. Pero, lógicamente, todos esos días de vino y rosas tienen su correspondiente caída del Impero romano en el tercer acto; llegados a ese punto se apagan los focos del postureo presumido de Instagram para dejar paso a la última capa de la cebolla: la cruel realidad desmaquillada y desnuda que ni tiene memoria ni hace amigos. Solo actúa, iguala y trata a todos con el mismo rasero.
También tenemos a un narrador al que no le gusta el cine, pero nos asaetea con referencias y homenajes a cada página, a un grupo de amigos que, llegado el momento, gritan ¡tonto el último!, un juegos de lealtades, deslealtades y traiciones, paralelismos con sucesos penales (tristemente muy actuales) y una exposición crítica del sistema administrativo y jurídico donde claramente la justicia y la repercusión mediática no es igual para todos. Pero, sobre todo, de lo que nos habla Cuervos blancos, palomas negras es de las consecuencias, aparentemente mundanas y cotidianas, que pueden desembocar en la más triste de las desgracias. La presente novela da un toque de atención sobre la delgada línea que soporta nuestra vida que puede quebrarse o voltearnos en cualquier momento, como en el corto de animación de Pixar: For the birds. Más que buenos y malos, defiende el narrador, hay circunstancias que nos moldean según las atravesamos.