Falangistas y comunistas, señoritos y jornaleros, cobardes, ladrones y borrachos. En el otro extremo del mundo, bajo otras banderas, veteranos de la guerra civil española en uno y otro bando siguen librando su particular batalla. Traen muchas historias en las alforjas. Relatos de venganza, culpa, horror y vergüenza. Ninguno es un santo.
«Troya cayó. Roma cayó. Leningrado no cayó.»
Ambientada en el cerco de Leningrado, en plena invasión nazi de la Unión Soviética, y protagonizada tanto por miembros de la División Azul como por exiliados españoles enrolados en el Ejército Rojo, La mala ralea es un descarnado drama bélico que no dejará a nadie indiferente.
Novela histórica, drama bélico, aventuras… Y algo de terror.
A través de las páginas de esta historia coral, una serie de variopintos personajes repasará acontecimientos tan importantes como el levantamiento en Sevilla o Pamplona, las purgas en la retaguardia de uno y otro bando, la masacre de Badajoz, el bombardeo de la carretera de Málaga, la resistencia del gobierno en Valencia, batallas como la de Teruel o la campaña de la aceituna en el campo andaluz, el embarque de niños a Rusia y un largo etcétera. Al margen de sus tortuosos recuerdos, y en el marco del asedio más duro que se llevó a cabo en el contexto de la segunda guerra mundial, todos ellos se encuentran de un modo u otro en una situación al límite de la supervivencia… Ya sea por el hambre, el frío, las balas, el horror, la soledad o la pérdida de la propia cordura.
– AUTOR –
Javier Ortiz (Córdoba, 1984) es historiador y actualmente reside en Valencia. Entre sus múltiples intereses… Bueno, ya está bien; no he aguantado ni dos frases escribiendo sobre mí en tercera persona. Es ridículo y pedante. En lugar de eso voy a hablaros de por qué he escrito mi primera novela.
Mi abuelo murió siendo yo adolescente. Nunca pudimos hablar mucho; la situación familiar no era perfecta, él estaba en un asilo a las afueras de la ciudad… Y para colmo, entre mi pubertad y su senilidad, jamás llegamos a tener una conversación en la que alguno de los dos entendiese lo más mínimo del otro.
Recuerdo frases inconexas, cuyo alcance por aquel entonces no comprendía del todo. «Yo en la guerra estuve en el frente de más al norte de todos», sentenciaba, y yo, que apenas sí tenía conocimiento de que aquí, en algún momento, hubo una guerra, le respondía «¿En Teruel?». Él me miraba entonces con impotencia: su nieto era imbécil. Porque, claro está, el frente de más al norte era Leningrado.
Aún me resulta difícil imaginar a ese hombrecillo apocado, prácticamente analfabeto y que trabajó toda su vida y de sol a sol en la campiña cordobesa calzando un casco nazi en el otro extremo del mundo. Sigue sin tener sentido.
Durante años, ya en la universidad, le pregunté a mi padre por aquello. Pero se ve que en casa no se hablaba mucho de la guerra. Que había estado en una batalla en un lugar llamado Krasnavar, o algo así; una anécdota estrambótica sobre robar un saco de patatas a un campesino ruso, otra sobre una pelea en un bar… Pasé tiempo escribiendo a archivos militares: Salamanca, Ávila, Guadalajara, Sevilla, etcétera. Su dichosa hoja de servicios no aparecía por ninguna parte. Nunca llegamos a solucionar aquel rompecabezas.
Tampoco es que la novela que he escrito resuelva nada; si acaso, todo lo contrario. Leí mucho sobre los lugares por donde, presumiblemente, debió pasar mi abuelo. Sobre las unidades en que era posible que hubiese servido. Su nombre no apareció. Pero sí cosas terribles. Cosas en las que me horrorizaba pensar que participara, o tan siquiera que hubiera presenciado.
Y en cierta forma eso es lo que he acabado escribiendo: una pesadilla. Una posibilidad, quizá la peor imaginable. Es novela histórica, drama bélico, tiene aventuras y, de algún modo, es también terror. Desde luego no es para estómagos sensibles.
Si te atrae mínimamente cualquiera de estas últimas temáticas (y también la guerra civil española y la segunda guerra mundial, claro está), no deberías dudar en echar un ojo a este libro. Desde luego es mucho más interesante que cualquier cosa que pueda decir sobre mí.
– GUSTARÁ
A quienes se interesan por las causas y las consecuencias de los conflictos bélicos que han sacudido con intensidad el discurrir del siglo XX, y son capaces de diseccionar un gran todo para fijar su microscopio en pequeños fragmentos aparentemente inconexos. A los aficionados a la novela histórica que aprecian las situaciones protagonizadas por personajes anónimos, que enmascaran seres de carne y hueso no reconocibles individualmente, o acontecimientos cuya grandeza o miseria está más allá de cualquier fotografía identificativa. A los amantes de las descripciones directas que no dejan lugar a la delicadeza en la presentación de situaciones tremebundas.
– NO GUSTARÁ
A los que prefieren que la información angustiosa y dramática de las contiendas sangrientas les llegue envuelta en forma de datos estadísticos, desprovistos de incómodos detalles. A quienes aborrecen la prolijidad en los detalles y en las descripciones minuciosas de los paisajes, entornos, decorados y “atrezo” que rodean a los protagonistas de las historias narradas. A quienes consideran al ser humano como un ente intrínsecamente bueno incapaz de ser arrastrado, bajo ninguna circunstancia, al submundo de la abyección.
– LA FRASE
“Una de las cosas más fascinantes de pasear por Leningrado en estos días era el saber que ese edificio tan imponente que uno estaba contemplando podía no estar allí al día siguiente”.
– RESEÑA
Cuando un lector se enfrenta a un relato que mezcla acontecimientos históricos reales con líneas narrativas de ficción en su interior, exige que la labor más importante y compleja del escritor sea que ambos mundos cohabiten sin chirriar ni enfangar la labor de la coherencia interna. Son muchos los lectores que cuando se adentran en el género de la novela bélico/histórica exigen una disección de todo lo que allí ocurrió, mientras que otros prefieren que, una vez explicado el contexto genérico de la puesta en escena, la épica más aventurera y novelesca cobre protagonismo. A veces, ambos tipos de lectores, son irreconciliables.La mala ralea pensamos que se puede adaptar a ambos tipos de lectores: desde los más exigentes y reconstructores del pasado, a los más fanáticos de la aventura trepidante entre trincheras y fuego de ametralladoras.
Pocas veces encontramos un título que no necesite una extensión enciclopédica para describir y condensar con una quirúrgica precisión lo que encontramos en las páginas de esta obra. Es curioso que las acepciones neutras de “ralea” sean “especie, género, cualidad” y que las despectivas el diccionario nos las presente como “raza, casta o linaje de una persona”. Si pensamos en un mal linaje, seguramente, lo asociaremos con la nobleza venida a menos, mal relacionada o bastardeada. La palabra ralea, sin adjetivar, ya nos alerta para lo peor y si, además, le anteponemos “mala”, la catástrofe está asegurada. La mala ralea nos muestra exactamente eso, lo peor de lo peor, de lo más bajo de la condición humana: El homo homini lupus de Thomas Hobbes. Los seres humanos convivimos en una estrecha cuerda que nos sostiene y nos permite mantenernos alejados de las dentelladas más salvajes de nuestros conciudadanos. El aparato reglamentario, normativo y burocrático que nos hemos dado entre todos, permite que la tensa cuerda tenga un correcto contrato de mantenimiento a largo plazo. Pero hay momentos en los que siempre hay unos pocos dispuestos a cortarla, para encontrarse con una angustiosa caída al vacío donde salen a relucir las más bajas pasiones. Y, peor que el simple instinto de supervivencia animal, nos comportamos como auténticos psicópatas en un ruedo de sangre, venganza, locura, ambiciones y destrucción. La guerra saca lo peor de cada persona. Deshumaniza aquello que se tardó tanto tiempo en forjar, aupando a los seres más miserables de todos: los sátrapas que se acaudillan entorno a su crápula existencia de liderazgo terrorista.
Bajo el ominoso manto de la guerra, de las guerras en plural, ya que todas ellas beben de un mismo patrón de presentación, nudo y desenlace, se nos presenta una obra que puede restallar en nuestro espíritu como un potente y doloroso latigazo. La literatura bélica, y su compañero habitual, el cine, sea de aventuras, western, gestas y batallas históricas, nos suele conducir, en un amplio abanico, por escenarios donde la violencia se gradúa en función de los fines perseguidos. Es habitual encontrarnos con indios, vaqueros, marines, exploradores o mosqueteros que caen muertos sin que apenas se resienta su vestuario y menos la sensibilidad del lector-espectador. En otros casos, la brutalidad del dolor se muestra expresa y violentamente como nos mostró el pionero Sam Peckinpah en Grupo salvaje o Perros de paja, o ya en el cine bélico más descarnado: Steven Spielberg en Salvar al soldado Ryan, Mel Gibson en Hasta el último hombre, Clint Eastwood en Cartas desde Iwo Jima o Ridley Scott en Black Hawk derribado.
Javier Ortiz, en la presente obra, consigue un dificilísimo equilibrio en una narrativa, que para el cine sería perfectamente splatter o gore, de hielo, sangre y realismo que confirma la verosimilitud de los hechos descritos. No hay concesiones al pudor. Se nos cuenta lo que fue, lo que pudo haber sido o lo que realmente ocurrió. Sin filtros ni tamices. La mayor parte de los personajes, poliédricos y polifacéticos, pueden pasar de víctimas a verdugos sin solución de continuidad y, en gran parte de las ocasiones, sin tener una clara conciencia de ello. Soldados con ideales, y sin ellos, muestran su valor y su cobardía según sea la ocasión y las circunstancias en que se ven envueltos. Personajes que tienen historias comunes de un país lejano y que arrastran sus voluntariosos ideales por media Europa para alzarse en armas en diferentes bandos, en el otro lado del continente. La Guerra Civil finaliza, para concatenarse con una mucho mayor que destruyó Europa hasta sus cimientos. De la profundidad del búnker de Hitler a los rascacielos actuales han pasado unos escasos 75 años. Pasamos del horror, a un débil entendimiento que hay que preservar para no tener que volver a mirar nunca más al abismo. Desde una España en ruinas, un grupo de personajes heridos en lo más profundo, irán a luchar lejos de sus casas. Allí convergerán en una sinfonía de cenizas, pólvora, sangre, sudor y lágrimas.
Javier Ortiz arma una estructura bien cimentada y orquestada. Muy estudiada, documentada y eficaz. Escenarios asolados por las bombas o por el odio, o por ambas cosas, hacen de trasfondo perfecto para mostrar al lector la cara más amarga de la guerra. Un amplio abanico de condicionamientos psicológicos y desequilibrios mentales patológicos enfrentan al lector con lo que debería ser una de nuestras peores pesadillas: la reflexión sobre la mala ralea que, en situaciones extremas, puede aflorar desde nuestro interior cual octavo pasajero de la Nostromo.
Piezas antiaéreas vigilan el cielo de Leningrado frente a la catedral de San Isaac.
11 julio, 2019 en 5:48 pm
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7 octubre, 2019 en 1:38 pm
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9 enero, 2020 en 8:00 pm
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20 enero, 2020 en 6:46 pm
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23 enero, 2020 en 8:23 pm
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